Ha transcurrido un mes desde el primer caso confirmado en Chile de Sars-CoV-2, virus que se ha extendido por todo el mundo y ha producido una pandemia que ha superado la capacidad de respuesta allí donde ha llegado, incluso en los países más desarrollados del planeta. Un virus respiratorio, invisible al ojo humano, ha sido capaz de alterar nuestra salud, nuestros hábitos, la forma de relacionarnos y producir efectos en la economía de cada país que aún no podemos dimensionar.

Hemos ido conociendo su forma de transmisión y su capacidad letal, especialmente en adultos mayores y personas con enfermedades crónicas como hipertensión arterial y obesidad. Podríamos decir que es un virus “traicionero”, pues habrá contagiados que no presentarán casi ningún síntoma o categóricamente ninguno, pero igualmente transmitirán la infección. El rol de los niños en su propagación es aún desconocido, pero si se extrapola lo que ocurre en la mayoría de los virus respiratorios, es posible pensar que son una fuente importante de transmisión, así como los jóvenes de 20-30 años, como quedó demostrado en Corea del Sur.

Pero los “disfraces” del virus no se quedan ahí. Si bien aproximadamente el 80% de los casos tiene una evolución leve y tendrá una satisfactoria recuperación, para el resto no será así. Cerca de un 20% de los infectados podrá presentar un cuadro no muy distinto al de un resfrío o una gripe y pensar que van en mejoría, pero luego de 5 a 7 días eventualmente estos pacientes presentarán un deterioro en su condición de salud, desarrollando una neumonía grave, con o sin una respuesta inflamatoria intensa que puede incluso producir la muerte.

Haciendo una analogía de este comportamiento con el desarrollo de la epidemia en un país, constatamos que varias naciones han estimado alcanzar una situación “estable” respecto al control de la pandemia y posteriormente sus cifras empeoraron, llegando incluso a presentar entre 800 a 1000 muertos por día, como ha ocurrido en Italia, España, Estados Unidos, Reino Unido y Francia, entre otros.

En Chile se han ido tomando medidas adecuadas que nos ubican en un momento de aparente “estabilidad”. Posiblemente esto sea el resultado de medidas de mitigación adoptadas precozmente (como el cierre de colegios y universidades, más algunas cuarentenas); también puede influir que la primera fase de la pandemia afectó al sector más acomodado del país (sector oriente de Santiago), donde existe un buen acceso a salud en una red aún no saturada.

Sin perjuicio de lo anterior, ya estamos observando un crecimiento progresivo de casos en comunas más populosas y de menores recursos. Ante esto, se hace necesario tomar a tiempo y con urgencia más medidas anticipatorias para intentar al máximo no saturar los cupos en unidades de tratamiento intensivo. La estrategia debiera consistir en combinar cuarentenas más restrictivas, seguidas de cuarentenas dinámicas por un periodo de tiempo aún no conocido, pero posiblemente de varios meses.

A la espera de una próxima vacuna para Covid-19 y para estar a la altura de este desafío, es clave reunir y gestionar los aportes de los sectores clínico-asistenciales, académicos y políticos, en general de todos los componentes de la sociedad. Así, desde el cumplimiento de la cuarentena por cada individuo, hasta el actuar colectivo, deberán estar alineados y centrados en las soluciones más que en las críticas para lograr el mejor resultado posible.

Pediatra, infectólogo. Doctor en Ciencias Médicas. Académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile *