Según la definición más aceptada, un ola de calor es un periodo de al menos 3 días en que la temperatura máxima diaria alcanza valores "muy altos" o "extremos" (que se definen de acuerdo al percentil 90 y 95, respectivamente, calculados durante un periodo de referencia).
En Santiago, durante el mes de enero, las temperaturas son consideradas "muy altas" cuando superan los 32,5°C mientras que son consideras "extremas" si son mayores a los 33,3°C. Estos umbrales cambian con la fecha y la localidad.
Las olas de calor son los eventos extremos más mortales en muchos países. En Estados Unidos el calor extremo mata a más personas que los huracanes, rayos, tornados, e inundaciones combinados. Desafortunadamente la frecuencia y la intensidad de las olas de calor han aumentado significativamente en Estados Unidos y en buena parte del mundo.
En el caso particular de Sudamérica, hace pocos meses publicamos un estudio que evaluó el alza observada desde 1960 en las temperaturas extremas de varias ciudades del subcontinente, y proyectó las alzas esperadas en olas de calor hasta fines de siglo. Las mediciones a la fecha muestran un alza en el número de días con temperaturas extremas.
En Santiago y Buenos Aires, por ejemplo, el número anual de días de verano con temperaturas extremas es hoy entre 30% y 50% mayor que hace cuatro décadas. La situación es peor en algunas localidades del norte de Sudamérica donde, tal como muestra nuestro estudio, el número de días con temperaturas extremas se ha cuadruplicado en pocas décadas.
Al igual que para el resto del mundo, las proyecciones no son buenas para Sudamérica. Para mediados del siglo, bajo un escenario de emisiones moderado, proyectamos que los días extremadamente cálidos (así como el número de olas de calor por temporada estival) aumenten entre 5 y 10 veces en lugares cercanos al ecuador incluido el desierto de Atacama. Los aumentos serían menos pronunciados en el Cono Sur donde los días con temperaturas extremas "solo" se duplicarían.
Las alzas esperadas en la frecuencia y la intensidad de las olas de calor son preocupantes pues las temperaturas extremas exacerban las sequías, aumentan el riesgo de incendios forestales y favorecen su propagación. El calor extremo además puede aumentar la demanda de electricidad para refrigeración y aire acondicionado mientras reduce al mismo tiempo la capacidad de las líneas de transmisión. Esta combinación de factores puede ocasionar problemas de fiabilidad en la red eléctrica, por lo que las olas de calor deben considerarse en el diseño de planes de adaptación al cambio climático.
Los riesgos a la salud son también mayores cuando las temperaturas extremas se combinan con la alta humedad. Normalmente, el cuerpo regula su temperatura en días cálidos a través del sudor, pero cuando la humedad es alta, el sudor no se evapora suficientemente rápido, lo que puede provocar golpes de calor.
Aunque nuestras proyecciones podrían parecer desalentadoras, deberían ser más bien un llamado a la acción climática. Aún podemos evitar alzas peores en la frecuencia de los eventos extremos (como las esperadas a fines de siglo) si logramos que el mundo adopte compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero más ambiciosos.
La revisión de estos compromisos de reducción de emisión está prevista para este año, así que los sudamericanos deberíamos aprovechar la presidencia Chilena de la COP (que se mantiene vigente hasta la COP26 de Glasgow) para presionar por metas más ambiciosas en la reducción de emisiones. Si los grandes países industrializados no se comprometen a lograr la carbono neutralidad al 2050, nos será difícil evitar en nuestro subcontinente los peores efectos del calor extremo.