En los últimos años, el agua y su potencial escasez nos ha mantenido en constante alerta y preocupación global, siendo una de las principales consecuencias de un cambio climático que se nos viene encima como una avalancha imparable. Sin embargo, tenemos un nuevo enemigo, un poco más silencioso, pero no menos importante: la calidad del agua y su contaminación.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el agua contaminada es responsable de casi el 40% de la morbilidad mundial. A pesar de los esfuerzos en saneamiento y regulación a las descargas para proteger la calidad de las aguas, la contaminación descontrolada de ésta, causada por actividades humanas es hoy una preocupación pública, un problema ecológico y desafío en salud pública.
Diariamente en Chile y en el mundo, se contaminan aguas naturales (ríos, mares y subterráneas) con cientos o miles de compuestos químicos que afectan significativamente el ecosistema acuático, algunos de éstos compuestos con alta toxicidad y persistencia, a pesar de que llegan al medio ambiente acuático en concentraciones muy bajas.
Estos contaminantes de preocupación emergente, o microcontaminantes corresponden a muchos tipos diferentes de productos químicos, incluidos medicamentos, componentes de los productos de cuidado personal o de limpieza del hogar, productos agrícolas, entre otros. Todos ellos, de uso cotidiano. Estos microcontaminantes además de provocar un efecto perjudicial sobre los peces y otras especies acuáticas, también se bioacumulan en la red alimentaria, poniendo en riesgo incluso a las especies no acuáticas cuando comen, por ejemplo, pescado contaminado.
A pesar de que en Chile existen grupos de investigación que monitorean y evalúan estos microcontaminantes, la información es escaza, interrumpida e irregular. Por lo que se hace cada día más urgente un monitoreo constante, temporal y geográfico, de microcontaminantes desde su fuente hasta el final a través de aguas superficiales y subterráneas y también de la red alimentaria.
Hoy, en pleno siglo XXI, en la era de la Inteligencia Artificial y el máximo apogeo de la ciencia y tecnología, es alarmante que existan lugares donde no podemos garantizar la total seguridad del agua para el consumo humano y el ecosistema natural. La buena noticia es este problema podría tener una solución eficiente, a partir de una fuente inagotable de energía, nuestro sol.
La energía solar se ha convertido en una sostenible solución para el tratamiento y optimización de las aguas, la cual daría solución a los problemas de contaminación de aguas en comunidades locales y en áreas productivas nacionales por medio de fotorreceptores para reactores de aguas residuales adaptados a las condiciones específicas de radiación solar. Como también lo sería un monitoreo organizado de microcontaminantes y patógenos en las aguas que, proporcionará la información necesaria para ayudar a proteger la salud de las personas y el medio ambiente.
Porque mientras más tiempo transcurra, diariamente se acumulan en el medio ambiente disruptores endocrinos que provocan desbalances hormonales, antibióticos que provocan resistencia bacteriana, agroquímicos y pesticidas tóxicos. Los efectos pueden ser muy diversos como trastornos renales, hepáticos y de nacimiento, mal funcionamiento de los sistemas inmunológico, reproductivo y nervioso, y cáncer. La lista es de microcontaminantes es extensa y los daños pueden llegar a ser irreparables.
La presencia de agua contaminada es una afrenta a la dignidad humana y un recordatorio de las desigualdades profundas que aún persisten en nuestro mundo. Es imperativo que como comunidad académica y sociedad prioricemos soluciones concretas para garantizar el acceso universal a un agua limpia, salvaguardando la salud y el bienestar de todas las personas.
*Ricardo Salazar-González, académico PUC e investigador SERC Chile