La decisión del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, de impulsar la expansión de parques urbanos, ha puesto en foco un problema profundo en Chile: la cultura de la sobrevaloración del césped y del olvido de criterios ambientales en parques y jardines.
La Política Nacional de Parques Urbanos (PNPU) se ha propuesto terminar con las extensas superficies de césped verde, altamente consumidoras de agua, que tanto apego han logrado en la comunidad.
Con un siglo y medio de atraso, al fin, la clase dirigente ha logrado comprender que esas alfombras de césped son un atentado a la ecología y el medio ambiente; por eso, la nueva PNPU las denomina "cementerios verdes".
El principal problema que se va a encontrar el ministro de esta cartera, Cristian Monckeberg, para aplicar esta nueva política, es el profundo arraigo que se ha construido en la sociedad en torno al césped verde.
Durante 150 años hemos rendido culto a la alfombra verde. La hemos elevado a la altura de un símbolo de prestigio, tanto en el sector público como en el privado.
Cuando las familias o empresas prósperas desean impresionar al público, rodean las casas patronales de parques con estilo inglés y francés, lo cual incluye grandes extensiones de césped verde. En la visita guiada a las grandes viñas, este discurso es un clásico. Además, este criterio se extendió también a los parques públicos, como ocurrió en el caso de los Cousiño y el actual Parque O'Higgins, fuertemente influido por el paisajismo francés.
Las alfombras verdes se extendieron en los espacios públicos y privados de prestigio, y sirvieron como modelo para las capas medias y populares. Poco a poco, todos deseaban tener su propio espacio de césped verde. Los municipios se sumaron a esta medida, y reglamentaron los frentes de las casas, exigiendo un antejardín "de estilo inglés".
Estos diseños paisajísticos corresponden al norte de Europa, donde hace frío y llueve con frecuencia. El palacio de Versalles es un buen ejemplo de adaptación del césped verde a su entorno natural.
Lo que es inteligente en el norte de Europa, es ridículo en las zonas semiáridas del centro de Chile, donde el agua es escasa y la temperatura supera los 40°C en verano. En estas condiciones, los parques y jardines con grandes alfombras verdes de césped son un despropósito.
A pesar de ello, el sistema se propagó con fuerza en Chile. La pregunta es: ¿por qué?
La adoración de la alfombra verde fue parte de un proceso mayor, que se extendió a todos los usos y costumbres de la vida cotidiana: los vinos y alimentos; la indumentaria, el peinado, el maquillaje y los muebles de la casa. Eran símbolo del "bueno tono" en las clases dirigentes. Las revistas lo mostraban como modelo a seguir. La fascinación por lo francés impulsó a las élites a asumir como objetivo, hacer de Chile, la Francia de América del Sur.
Este movimiento llevó a minimizar el valor de la cultura criolla, y a sobrevalorar los diseños franceses. Y se aplicó a las distintas áreas de la vida social y cultural.
En el campo de los parques y jardines, el paradigma del paisajismo francés colisionó de frente con el patrio hispanocriollo de los campesinos chilenos. Este se caracterizaba por articular parrones, jazmines, lavandas y huertos frutales, celosamente protegido por corredores y gruesos muros de tierra cruda. Se formaba así un microclima, que ofrecía reparador resuello después de una jornada de trabajo en las tórridas tardes del verano; en Santiago, San Fernando, Curicó y Talca, estos patios contribuyeron a mejorar la calidad de vida de los vecinos durante tres siglos. En sus diseños aleteaba la sabiduría campesina criolla.
Sin embargo, la irrupción de los tecnócratas del paradigma francés, a fines del siglo XIX, asestó un golpe de muerte para aquellos patios; en su lugar, el mandato social de la época era imponer las extensas alfombras de césped verde.
¿Y los equilibrios ambientales? ¿Y la calidad de vida? Preguntaban los campesinos.
Por toda respuesta, las corrientes del status se limitaban a expresar, con sofisticado lenguaje, la necesidad de dejar definitivamente atrás el legado del periodo colonial ("la siesta colonial") y destacar la necesidad de "incorporarse a la civilización".
Era el mismo criterio que usaba el virrey británico en la India, cuando ordenó construir una cancha de golf en Bombay.
La extensión del gusto por estos diseños de jardinería se produjo dentro de una corriente general de afrancesamiento de la sociedad y, a la vez, de desprecio por las pautas culturales hispanocriollas.
Junto con el patio colonial se abandonaron las petacas, esos elegantes baúles de cuero labrado, con herrajes, aldabas y cerraduras, que las mujeres recibían como regalo precioso el día de su boda, y atesoraban en su dormitorio como centro del patrimonio familiar. En lugar de esos bellos arcones artesanales, se introdujeron muebles italianos e ingleses. Lo mismo ocurrió con los vinos y la gastronomía. Desde entonces desaparecieron casi totalmente los restaurantes que proclamaran con orgullo su especialidad en "cocina chilena". Hasta hoy.
En resumidas cuentas, la decisión del ministro Monckeberg de impulsar una política de "más árboles y menos césped" es oportuna, adecuada y necesaria. Pero para llevarse adelante, es necesario realizar una campaña de toma de consciencia sobre estos procesos, y avanzar en la recuperación del sentido común de nuestros campesinos, que permita visibilizar y valorar el patrimonio ancestral, lo cual incluye los patios tradicionales, con árboles de fresca sombra, en vez de los siúticos jardines de césped verde.