El Ministerio de Educación (Mineduc) ha anunciado que repondrá el SIMCE para 2° básico. Además, pretende realizar SIMCE presencial en 4° básico y 2° medio. Sin embargo, la realidad actual no parece un escenario adecuado para lo que se propone.
En medio de la segunda ola del Covid-19, con más de 24.000 muertos acumulados, 8.000 contagiados diarios, nuevas cepas con alto nivel de contagiosidad, niños/as con PIMS, personas bajo los 50 años en las UCI hospitalarias y los estragos que la pandemia está provocando en prácticamente todas las esferas de la sociedad, reponer el SIMCE eliminado y realizar una evaluación presencial parecen medidas alejadas de toda lógica que busque el bienestar de las comunidades.
La investigación disponible nos muestra que las demandas de las escuelas en este periodo van en una dirección contraria a la evaluación estandarizada, que sólo un 15% considera muy importante. En cambio, el 91% considera que el bienestar de los estudiantes es la principal tarea de la escuela. Los estudiantes reportan ansiedad y estrés como parte de las emociones más recurrentes, y el 47% de los encuestados cree que este tiempo le podría servir para aprender cosas que normalmente no aprendería en el colegio.
Entre las erráticas medidas implementadas por el Ministerio en el primer año de la pandemia, la suspensión del SIMCE fue la mejor evaluada por directivos. Las escuelas requieren apoyo y flexibilidad para adecuar la enseñanza a las necesidades de sus estudiantes, mejorar la conectividad de estudiantes y profesores, más recursos en sectores rurales y más vulnerables.
Necesitan apoyo para motivar a sus estudiantes en estas difíciles circunstancias, para priorizar los aprendizajes significativos y el desarrollo de habilidades emocionales, en lugar de correr para pasar materia. El propio Mineduc, en la Priorización Curricular que elaboró hace un año, incluyó entre sus principios la “seguridad, flexibilidad, y equidad” y la “calidad desde la atención efectiva a la diversidad”. Se requiere poner a los estudiantes al centro, abordando temáticas que les hagan sentido, dando espacio para la reflexión sobre las situaciones que están viviendo, construyendo entornos de aprendizajes que generen confianza, entretención y también momentos de alegría.
El SIMCE de 2° básico se introdujo el año 2013 y fue eliminado sólo 2 años más tarde, luego de un profundo debate del que participaron diversos actores del sistema educativo, siendo reemplazada por la Evaluación Progresiva. En el contexto de pandemia se agregó el Diagnóstico Integral de Aprendizaje (entre 2 básico y 3 medio). Estas evaluaciones, voluntarias, entregan retroalimentación al profesorado y la escuela, y han sido mejor valoradas que los puntajes de las pruebas estandarizadas. Ocho años después, el MINEDUC revierte este curso de acción y lo califica de “ideológico”. Se señala también que el CNED estuvo en contra de dicha eliminación, pero fue este organismo el que aprobó el plan de evaluación 2016-2020, que no incluía el SIMCE de 2° básico.
El argumento de los expertos fue que existía una sobrecarga de SIMCE en el sistema que, entre otros, sometía a los niños a una presión y estrés excesivos. Reponer el SIMCE es contradictorio con las necesidades de la escuela y las directrices del Mineduc. Una evaluación censal estandarizada es inconsistente con el esfuerzo que las comunidades han realizado durante todo el periodo de pandemia. Sumar pruebas en el 2022, un año que podría ser el primero con algo de normalidad luego de dos años de severas disrupciones en los procesos escolares, no parece saludable para niños y niñas de 7 años que, junto a sus profesores y familias, se encuentran agobiados y estresados por la pandemia.
El argumento utilizado para esta sobre-medición ha sido que, dadas las evidentes consecuencias negativas de más de un año sin presencia en las aulas, la medición sería necesaria para dimensionarlas. Sin embargo, hay que recordar que los resultados de estas pruebas son públicos y por ello estigmatizan y estresan a toda la comunidad educativa, además de tener serias consecuencias, como el riesgo de cierre por bajos desempeños. Si el objetivo fuera conocer el estado de los aprendizajes post pandemia, son mucho más útiles y menos dañinas las mediciones muestrales representativas, que permiten sacar conclusiones respecto a las brechas nacionales, junto con evaluaciones locales sensibles a los contextos de los niños, cuyas diferencias se han acrecentado este último año.
Cuando el Mineduc no escucha lo que necesitan las escuelas y sus estudiantes, cuando no se considera la evidencia científica respecto a los daños de aplicar una prueba con consecuencias a estudiantes de corta edad, cuando no se considera el contexto de pandemia y los riesgos de salud de aplicar una prueba presencial a nivel nacional, es difícil encontrar justificación para estas decisiones.
Sólo queda entender que se ha impuesto la ideología donde priman los datos y el control por sobre las personas, la competencia por sobre la construcción de mejora, los premios y castigos por sobre los apoyos que requieren las escuelas en función de sus realidades, necesidades y dificultades. En suma, pareciera que hoy las decisiones que toma el Mineduc son exclusivamente ideológicas. Una ideología que nos ha llevado a una educación sin sentido, desigual, sin respeto por lo humano y que hoy además pone en riesgo la salud y el bienestar de las comunidades educativas.
*Alto Simce:
Tamara Rozas, PhD(c) Educación, University College London
Paulina Contreras, Facso, Universidad de Chile
Patricia Guerrero, Facultad Educación, PUC
Iván Salinas, DEP, Universidad de Chile
Javier Campos, Instituto de Ciencias de la Educación, UACh
Jorge Muñoz, Instituto Interdisciplinario de Pedagogía y Educación UCSH
Felipe Acuña, Instituto de Ciencias de la Educación, UOH
Nataly Bastias, profesora Ed. General básica
M. Beatriz Fernández, Instituto de Estudios Avanzados de Educacion, Universidad de Chile
M. Teresa Flórez, DEP, Universidad de Chile