Matrimonios en cuarentena: La maldita pregunta (2ª Parte)
Sé como el árbol, que suelta aquello que ya está muerto (Rumi).
Avanzan las semanas de encierro y en consulta los límites del matrimonio y las tensiones de pareja se toman la agenda. Acostumbrado, como coach, a lidiar con temas relacionados al desempeño y a la consecución de objetivos, me encuentro hoy recorriendo inesperados territorios, pues no solo estoy conociendo las historias matrimoniales de mis clientes, sino viendo -a través de las pantallas- rincones de sus casas e incluso a otros miembros de su familia. Es extraño, pero en mi defensa, también ellos han entrado a mi escritorio y algunos se han llevado la sorpresa de conocer a mis hijos.
Sí, son tiempos que exigen altas dosis de flexibilidad y de tolerancia a la frustración, pues las cosas -para bien o para mal- ya no son como antes. Así como la pandemia le ha traído a las parejas y familias positivas e inesperadas sorpresas, también ha materializado esperados cambios que para muchas y para muchos, llegan demasiado tarde y por obligación.
Así, la semana pasada les conté de Ignacio, un abogado cuyo matrimonio estaba al borde de la cornisa debido a los conflictos que había destapado el encierro. Su caso, como el de tantas parejas que conviven 24x7 hace varias semanas, es una construcción hecha en base a muchos relatos masculinos, por lo que ahora es el turno de Tatiana, construida a partir de conversaciones hechas con mujeres en consulta.
“Mira, ésta ha sido una oportunidad única para los niños, pues no solo tienen al papá de vuelta, sino que lo tienen todo el día, pero estoy agotada. Paso toda la mañana de una pieza a otra para poder trabajar. Supuestamente el arreglo con Matías es que él se hacía cargo de los niños en la mañana y yo en las tardes, pero la verdad es que es un inútil. Y los niños lo saben. Cachan que no cacha nada. No sabe dónde están las cosas, ni cómo funcionan los aparatos de la casa. Y cómo es un niño, se frustra y termina peleando con ellos, porque jura que con cuatro y ocho años, Luciano y Clemente se van a sentar a hacer los trabajos del colegio detrás del computador, mientras él revisa tranquilamente su teléfono. Entonces, aparte de tener que solucionar toda la mañana todo lo referente en torno a los niños y a la casa, en la tarde tengo que lidiar con un energúmeno que me dice que está tapado de pega, que le mandaron mil cosas en la mañana y que ahora es mi turno de resolver todo. En esos momentos me acuerdo porqué nos divorciamos y me arrepiento de haber dado pie atrás y haber dejado que vuelva por este tema del coronavirus. Ha sido el peor error de mi vida”.
Tatiana, también abogada, me cuenta llorando que cuando la llama su jefe o un cliente, se tiene que encerrar en el baño, pues aunque es “el baño de su pieza”, Matías -quien duerme en la pieza de servicio-, y los niños entran constantemente a buscarla, pues antes de pensar, buscar o de al menos intentar algo, lo primero que hacen es llamarla.
“Matías es un ser encantador, me casé con él precisamente por eso. Yo era la pesada, la enojona, la trabajólica y el era el simpático, el buena onda y el relajado. Mientras no teníamos hijos todo funcionaba de maravilla. Yo me quedaba hasta tarde en la pega y Matías siempre tenía algo después del trabajo. O se juntaba con un amigo a jugar tenis o racketball o estaba en un happy hour con compañeros de la pega, amigos del colegio o de la universidad. Le encanta estar rodeado de gente y bueno, mientras yo estaba en la pega me parecía fantástico. El tema es que cuando nació Clemente la que tuvo que cambiar todos sus hábitos y ajustar sus tiempos fui yo, pues Matías, aparte de reclamar que dormía mal, siguió con su vida tal cual. En su trabajo lo adoran, pues siempre estaba metido en todo. Pese a que su tema son las inversiones, su pasión es organizar eventos deportivos y sociales. El weon brilla puertas afuera, y no hubo caso que cambiara. Y claro, más encima, como veía que todos sus amigos iban por el tercer y el cuarto hijo, me empezó a presionar para tener más. ¿Cachai lo cara dura? Yo le dije que con uno estaba bien, pues él no aportaba nada. Me negué por años y cedí cuando ya estábamos en condiciones económicas de tener nana todos los días. Y así se nos fueron cuatro años más. Él sin cambiar un ápice, hasta que, siendo súper sincera, aproveché un condoro suyo para pedirle el divorcio. Un día los niños agarraron su teléfono y me mostraron unas fotos. Al principio casi me da un infarto, sentí como si me hubieran pegado con un martillo en el esternón. Pero a los pocos segundos me puse a pensar como abogada. Lo investigué de arriba a abajo mientras él dormía plácidamente su siesta dominguera y el lunes, cuando los niños se fueron con él al colegio, le puse un mail cortito. <<Ya lo sé todo, revisé todas tus cuentas, las oficiales y las que no conocía. Si no quieres que este tema se lo pase a mi jefe para que él se encargue del divorcio, agarra tus cosas y ándate hoy mismo de la casa. Tienes hasta las 17.00, pues a esa hora llega la liebre con los niños y no quiero que te vean. Y te advierto, si te ven, le dejo tu expediente en su escritorio a mi jefe>>.
Esto había pasado en enero y por primera vez en su vida profesional, me cuenta Tatiana, le pidió a su jefe todo el verano de vacaciones. Éste, que la conocía desde que había hecho la práctica, accedió sin mediar más palabras. Estaba al tanto del divorcio y no necesitaba detalles, pues conocía muy bien a Matías. Era su sobrino. Así, continúa Tatiana, pasó dos meses en el sur con sus hijos, sus padres, hermanos, cuñadas, sobrinas y sobrinos.
“Delante de mis hijos y sobrinos fingía estar agotada por un largo año y le echaba la culpa a las tensiones del estallido social para justificar que en pleno verano, yo estuviera pálida y demacrada. Salvo para dejar a los niños en el lago, no bajaba a la playa, ni me quedaba allá, sino que me iba a la terraza y me tomaba una botella de vino blanco con mis cuñadas. En las noches lloraba y todas las mañanas volvía a sentir el mazazo en el esternón cuando los niños preguntaban cuando iba a llegar el papá. Daba lo mismo la respuesta. Todas las mañanas la misma pregunta. Y en la noche, antes de acostarse, la misma pregunta, pero ya a esa altura estaba más anestesiada. Lo bueno es que marzo me trajo un nuevo aire o, como dice el weón de Matías, un tercer aire. Empecé bien este 2020 y bueno, todo se desplomó de un día para otro, mi jefe nos mandó a la casa y en la locura de estar encerrada con los niños sin nana ni ninguna ayuda, acepté la suplica de Matías de volver. Si yo estaba mal, él estaba hecho pedazos. Por primera vez tenía que trabajar de verdad, pues las inversiones estaban siendo una montaña rusa. Y ya no era tan simpático ni encantador como antes. Estaba mal y su vida de divorciado era patética. Yo nunca quise averiguar nada, pero mi jefe, tras saber que Matías había vuelto a la casa, me agradeció el gesto en nombre de su hermana, pero me dijo que esta vez, pasara lo que pasara, no me iba a dar ni un día más. Y lo entiendo, había tenido que desvincular a varios colegas y me dejó muy en claro que de esta me había salvado, pero que no iba a dudar en hacer lo mejor para el estudio la próxima vez”.
A esta altura del relato suena la puerta de Tatiana, se abre y aparece un niño con pijama cargando un ipad. Tatiana se excusa con un gesto de manos y adivino que está buscando el cargador entre sus cajones. Tras abrir un par, le pasa el cargador a su hijo, le da un beso en la coronilla, cierra la puerta y apoya su espalda en ella por un par de segundos.
“Por un momento me olvidé que estaba en mi casa. Realmente me sentí en consulta y la verdad es que aunque odie a Matías con todo mi corazón cada vez que se comporta como el tercer niño, cuando veo a mis hijos, lo veo a él. Son lindos, amorosos, cariñosos y flojos como ellos solos. Es terrible dar pie atrás, volver a algo que te costó tanto. Todas las noches recuerdo lo que sufrí en el sur y lo bien que me sentí los primeros días de marzo. Creí que lo había superado. Pero no, no he superado el divorcio y aunque haya sido una pésima decisión dejarlo volver, los niños están felices y nunca más he tenido que sentir ese mazazo en el corazón. Ya no preguntan cuándo vuelve, siempre está. Y lo que me aterra ahora es qué va a pasar cuando salgamos del refugio, cuando volvamos todos a nuestra vida y él ya no esté. No sé como voy a enfrentar nuevamente la maldita pregunta”.
Quedan pocos minutos para que se acabe la sesión y suena un suave toc toc. Tras un par de segundos de silencio, vuelve el toc-toc. Tatiana vuelve a darme la espalda, abre la puerta y aparece su hijo mayor. En ese momento me encuentro pensando cuál será Luciano y cuál será Clemente. No recuerdo cuál es el cuál, ni tampoco adivino de que hablan en el umbral de la pieza.
Tras un diálogo de un par de minutos, Tatiana vuelve con una lágrima y una sonrisa a la pantalla y me cuenta que Clemente -este era el de ocho años- estaba muy compungido porque con su papá querían darle una sorpresa y se habían puesto a cocinar. El problema fue que a Clemente se le cayó la licuadora y había dejado un desastre en la cocina. Clemente estaba asustado, pues su papá estaba furioso. Había pateado una puerta de un mueble de la cocina y se habían caído todos los platos. En este instante, Luciano lloraba desconsolado en su pieza y Clemente no sabía como calmarlo. Luciano sólo quería a su mamá.
“Esta es mi vida Sebastián, un infierno lleno de buenas intenciones”.
Así, abruptamente, se terminó la sesión. Sin cierres ni despedidas.
Tras cerrar el computador, suspiré, me levanté y me dejé caer de espaldas en el sofá de mi living. Mirando el techo pensé en Tatiana y en todas las mujeres que, tras dolorosas separaciones y divorcios, aceptaron que sus ex maridos o ex parejas, volvieran a casa. Son varios los casos que han llegado a mis oídos y aunque difieren en matices gruesos o livianos, el miedo final es el mismo.
¿Qué va a pasar cuando se acabe la cuarentena?
Y no puedo estar más de acuerdo con Thich Nhat Hanh, quien nos recuerda entre media de esta pandemia, que “las personas tienen gran dificultad en dejar ir el sufrimiento. Por miedo a lo desconocido, prefieren aferrarse al sufrimiento que les resulta familiar”.
Continuará…
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