La semana pasada te empecé a contar de mi viaje a Buenos Aires. Literalmente bajando del avión vine a verte, ya que después de dos semanas allá con la Feña tenía demasiado para contar, pero estas fechas me consumieron y no pude volver antes. Y como ya sabes, soy intenso y adicto a todo. Lo fui al deporte, al carrete, al Trail… y ahora a la Feña, a los libros y a ti.
¿Qué significa fui adicto al deporte? ¿Qué pasó con el Trail?
No sé ni por dónde empezar a explicarte todo lo que pasó de vuelta de Buenos Aires, pues allá, en esas enormes librerías me obsesioné buscando información de la Lola Hoffmann, de Carl Gustav Jung y de otros autores que aparecen en el libro que te hablé…
“Me dijo que estoy más cerca de los 40 que de los 30 y que si no atino, la Feña se va a ir con uno que sí”
¿Una aventura radical?
Ese mismo. Y la Feña me ayudaba en todo, como si fuera mi asistente en una carrera, solo que en vez de darme agua y comida, googleaba e investigaba en su teléfono mientras yo conversaba con los libreros. Y esos días allá seguí leyendo y comprando y llegó a tal punto mi obsesión que me olvidé de correr, no fui al gimnasio y ni pensé que a los pocos días de aterrizar viajaba a la Patagonia. Además, hacía un calor infernal en Buenos Aires y era demasiado agradable estar encerrado en librerías, cafés y restaurantes leyendo y hablando. De verdad que recién cuando me subí al avión caché que me habían abducido.
¿Y a dónde te fuiste?
La historia del Pancho Hoffmann, el hijo de la Lola, me golpeó fuerte… ¿te puedo seguir leyendo lo que anoté en mi teléfono y que no te alcancé a mostrar la semana pasada?
Bueno…
Mira, antes de que te lea el párrafo que me cagó, me encantó cachar que el hijo de una analista dijera que su mamá “tenía muchas debilidades en lo afectivo”, que “se sentía incómoda con alguien intelectualmente inmaduro” y que “la única forma en que sabía tratar a la gente era como pacientes”, pues esto es como que yo te hablara de mi vieja. Ella es dermatóloga y te juro que cuando leí lo que te voy a leer me quedé paralizado… (silencio).
Matías hace una larga pausa, inhala y exhala profundamente, toma su teléfono con las dos manos y poniendo la pantalla en modo horizontal, empieza a leer:
“A mi mamá no le gustaba que la tocaran, y si lo hacía me rechazaba. Siempre mantenía la distancia física. Cuando la vi muerta tenía las manitos juntas en el centro del estómago. Me nació hacerle cariño, tocarla, pasarle la mano por la frente. Como a los diez días de enterrarla, me puse a llorar como loco porque me di cuenta de que solo muerta la pude tocar. Esa era doña Lola”.
Matías apaga el teléfono, lo deja en el suelo, se agarra la cabeza con las dos manos y apoya sus codos sobre sus muslos.
“Con todo esto en la cabeza partí a la Patagonia, pues ya había pagado la carrera y no soy de dar marcha atrás. Allá, sin la Feña, me costó calmarme y estúpidamente intentaba hacerlo convenciéndome de que me iba a ir bien. Fue un desastre Sebastián. Partí hecho pedazos, seguí hecho pedazos y terminé en pedazos. Y aunque a mucha gente le cuesta entender esto, esa parte es la de menos. No me asusta partir mi cuerpo en pedazos, lo verdaderamente difícil fue mi cabeza, que no me dejó descansar. Nadie que corre un Trail lo pasa bien, al menos no todo el rato. El secreto está en que cuando terminas la carrera y miras hacia atrás todo te hace sentido. Es la mejor droga del mundo. Lejos. Y créeme que las he probado todas y nada se compara a haber logrado algo que supuestamente era imposible. Y como los corredores sabemos esto, cuando sufrimos en la carrera o cuando nos queremos retirar, nos recordamos lo bien que nos vamos a sentir cuando todo acabe. Y así nos vamos convenciendo… y siempre me había resultado… pero ahora no…
¿Por qué?
Es difícil engañarse a uno mismo cuando llevas corriendo horas en condiciones extremas. No te puedes mentir y yo sabía que mis tiempos eran un desastre y que era imposible revertir la carrera. Entre medio se me vinieron las recriminaciones por las vacaciones en Buenos Aires y de ahí me fui a una crisis existencialista de por qué chucha me inscribo en estas carreras, por qué me desafío tanto… y así me iba torturando… Echaba de menos a la Feña… me recriminaba el no estar con ella… y mi cabeza dale que dale… pasando por la Lola Hoffmann, por su hijo, por mí y mi mamá… Y le di igual, seguí corriendo hasta el final y pese a que no fueron mis mejores tiempos, no estuve tan mal… pero nada más terminar la carrera me puse a llorar y no podía parar… Lloré de impotencia, lloré de rabia y más encima estaba lejos de la Feña y no tenía señal. Un compañero me ayudó a levantarme y su entrenador, que alguna vez también fue el mío, me abrazó y más me quebré. Como ya es costumbre, partimos a un bar a tomarnos un schop y Miguel, mi ex entrenador, tras escucharme un rato, me dijo que lo que yo tenía era el runner’s blue. ¿Cachai lo que es?
No
Yo tampoco, pero si había escuchado que Murakami era un escritor que corre. Así que llegando a Santiago me compré el libro y nada, tal cual. ¿Te puedo leer lo que anoté?
Si…
“Acabar la ultramaratón me llenó, obviamente de alegría y me infundió cierta confianza en mí mismo. Incluso ahora me alegro de haberla corrido. Pero me dejó también algo que podríamos llamar <<secuelas>>. Tras ella, sufrí un prolongado bajón como corredor de fondo (…). Mis tiempos en los maratones cayeron gradualmente (…) Ya no me entusiasmaba como antes. Y hasta la aguja de mi indicador de adrenalina parecía marcar también una raya por debajo los días en que participaba en una carrera (…) Empecé a pensar que la vida no era solo correr (algo, por lo demás, evidente). En definitiva, de un modo semiinconsciente, empecé a poner algo de distancia entre <<el correr y yo>>. Como la que se pone frente a ese amor que ya ha perdido la irracional pasión que domina en los inicios”.
Esto que escribe Murakami es muy parecido a lo que siento ahora, solo que esto me viene pasando desde que conozco a la Feña. En la Patagonia simplemente vino el bajón final. Me subí absolutamente derrotado al avión y seguí llorando en Santiago nada más reencontrarme con la Feña. No he corrido más Sebastián, después de 5 años de entrenar sin parar, me apagué de golpe y la Feña se preocupó a tal punto que me dijo sería bueno hablar con mis viejos, sobretodo con mi vieja… (silencio)
¿Y?
Fuimos. No sé cómo la Feña logró convencerme, pero seguramente andaba volando tan bajo que accedí. Y en estas condiciones la Feña conoció de verdad a mis viejos, los que lejos de entender lo que estaba viviendo, se pusieron a la defensiva pensando que les iba a traer nuevos problemas o a pedirles plata, algo que, siendo justos, fue lo que hice casi toda mi vida. De ahí nos fuimos a pasar las penas y las rabias -porque la Feña quedó furiosa con mis viejos- donde sus papás. Fueron muy amorosos conmigo, pero yo andaba bajón y al día siguiente mi jefe me preguntó que me pasaba. Y le conté todo mi rollo y en vez de preocuparse o molestarse, me dijo que eran puras buenas noticias, pues a mi edad tenía que enfocarme en la pega y en la Feña… Y me remató con que ya estoy más cerca de los 40 que de los 30… y que si no atino… la Feña se va a ir con uno que sí… Y el weon se fue, como si nada, y me quedé paralizado en la silla… (silencio).
En honor al tiempo, porque ya se que me quedan pocos minutos y que el año se acaba, me gustaría retomar el trabajo contigo el próximo año, porque quiero hacerle caso a mi jefe y enfocarme, por primera vez, en el trabajo y la Feña. Ya no voy a correr más, al menos no como antes, pero retomé la raqueta y le propuse a mi jefe jugar un par de días a la semana después de la pega, al menos, durante este verano, que, claro está, y claro me lo dejó, no tendré vacaciones. Entre las carreras del año y la escapada a Buenos Aires agoté mis días sin trabajo, pero a diferencia de antes, estoy entusiasmado. Quiero trabajar, salir de la pega y estar con la Feña. Quiero leer, estudiar y ganarle a mi jefe todos los partidos.