La semana pasada, en el diván del runner, revisamos la salud espiritual de Jaime, cliente que, tras una lesión de cadera, una separación matrimonial y la desvinculación de su trabajo, llega a consulta pues no sabe qué hacer con su vida.

Ahora es el turno de Javiera, clienta ficticia que también nos ha acompañado esta temporada, y que después de dos embarazos, el retorno al trabajo y al running, no sabe qué va a pasar con su futuro deportivo, matrimonial y laboral.

“Hablaba en serio, pues incluso aceptó ir a terapia, lo que le había pedido hace tiempo, pero no aceptaba”

Vamos con Javiera:

Ha estado heavy esta semana, pues aparte de los incendios habituales, me salvé de una segunda reestructuración (silencio). Y aunque no creo que me echen por ser mamá de dos enanos, me estresa pensar que me retienen por eso y no porque soy verdaderamente competente. Este tema ha sido una presión constante desde que soy mamá y la única forma que conozco de sacármela de encima es corriendo, pero como Ignacio también está en su cierre de año, nos ha costado ponernos de acuerdo en nuestros entrenamientos (silencio). Y dicho así, suena bien, pero la verdad es que esta semana quise asesinarlo varias veces…

¿Por?

El lunes me desperté a las 05:30 para salir a entrenar de 06:00 a 07:00. A esa hora los niños duermen y la idea, para que todo salga bien, es que Ignacio se duche en ese lapso y deje las cosas listas antes de que los niños se despierten. No te quiero dar la lata con los infinitos detalles de esta coordinación, pero lo concreto es que este sujeto se quedó dormido y apenas entré al depa se encerró en el baño y prendió la ducha. ¡Te juro que lo quería matar! No había hecho nada y justo ahí se despertaron los niños. Furiosa, me puse a preparar leches con uno en brazos, mientras el otro lloraba aferrado a mi pierna porque no quería ir al jardín y yo ni siquiera me había cambiado la ropa del entrenamiento, por lo que tenía una mezcla de frío y calor rabioso.

¿Cómo es eso?

Por un lado, sentía cómo mi cuerpo se enfriaba por fuera y que por dentro la rabia me quemaba por las eternas duchas de Ignacio. Por fin, con uno acostado tomando leche arriba de la cama y el otro sentado en su mesita viendo monitos mientras comía sus cereales, pude sacarme la ropa empapada, pero no me podía duchar ni vestir mientras Ignacio no se dignara a terminar su sagrado ritual. Da lo mismo que le grite o toque la puerta. Se puede caer el mundo y él siente que nada ni nadie puede interrumpirlo en ese preciso momento. Y te juro que es un maestro para esto, pues siempre se ducha cuando los niños están más intensos, ya sea en la mañana antes de ir al jardín o en las tardes después de la pega o de entrenar. Y dan lo mismo las peleas; acá no tranza. Y el lunes súmale que estaba urgida por llegar a una reunión con mi jefe… (silencio)

¿Qué pasó?

Esa mañana me quebré arriba de la cama y cuando Ignacio salió del baño, se encontró conmigo llorando desconsoladamente y los niños abrazándome. No le dije una sola palabra. Simplemente me duché en dos minutos, me vestí en tres y salí rajada de la casa, con Ignacio mirándome como si exigiera una explicación, mientras los niños lloraban y gritaban como si los estuvieran exorcizando.

Salí del depa con Ignacio siguiéndome por las escaleras con los dos niños en brazos, diciéndome -hecho un quique- que no alcanzaba a llevar a uno al jardín y a esperar a que llegara la nana…

¿Partiste?

Me fui sin mirarlo y por primera vez en mi vida no me detuve. Me subí al auto y partí a mi reunión con el corazón dividido, pues aunque me sentí pésimo por dejar los niños así, fue muy placentero que Ignacio sintiera en carne propia lo que me hace todas las mañanas… Me sentí pésima mamá, pero también me sentí la raja.

¿Y después?

Fue como un shot de adrenalina y estuve tan enfocada en la pega, que mi jefe me felicitó y me dijo que estaba viendo a la Javi de antes (silencio). ¿Qué quieres que te diga? Me gustó y me dolió lo que me dijo. ¿La Javi de antes de ser mamá de dos niños? ¿La Javi antes de su primer embarazo? ¿De cuál hablaba? Anduve rara un ratito, como cuando nadas y estás tan cansada que no ves la línea al fondo ni sabes cuando llega la T para dar vuelta… ¿Me sigues?

Creo…

Da lo mismo, es como si me hubiera salida de la pista por unos instantes, para volver aún más enfocada. Esa tarde llegué a la casa e hice todas las cosas que hago con los niños con el mismo foco. Comida, plaza, juegos, tinas y baño, vestirlos y volver a comer… todo muy conectada… y cuando llegó Ignacio no lo pesqué. Sentía que me buscaba para hablar, pero lo ignoré, hasta que finalmente acosté a los niños, agarré mi cartera y le dije que iba a salir. Me miró con cara de plop, pero yo ya estaba arriba del auto y me junté con Jaime y unas amigas del running en un bar cerca de mi casa. Ahí, recién ahí y con un pisco sour en el cuerpo, me desahogué y fue como si me quitara una mochila de veinte kilos. Fue increíble, pues además todas las del grupo me encontraron la razón.

¿Y Jaime?

Jaime se quedó pensando y me dijo que él también era de duchas largas y que no se había dado cuenta que ahora que vivía solo… sus duchas eran más cortas. Y después se quedó callado y no dijo más, cosa rara, pero igual ese comentario me dejó pensando…

¿En qué?

En que los hombres son todos iguales. Al día siguiente le pregunté a mi mamá, a mis hermanas y a mi cuñada si a ellas les pasaba lo mismo desde que eran mamás y todas entre que se enojaron y se rieron. Mi mamá me contó que cuando éramos chicas, mi papá se encerraba por horas en el baño los fines de semana. Se llevaba El Mercurio, ese que era gigante, lo leía casi completo, se duchaba largo para después afeitarse y vestirse. Todo adentro del baño y con llave. Mis hermanas me dijeron que mis cuñados hacían lo mismo que Ignacio y el papá y que calculaban bien el mejor momento para entrar al baño, es decir, cuando los niños estaban dejando la cagada. Y mi cuñada, que nunca había pelado a mi hermano, me decía que éste entraba con el teléfono y cargador. ¡Te juro que fue iluminador!

¿Y qué pasó con Ignacio después de tu investigación?

Estuvimos un par de días sin hablar más de lo estrictamente necesario, hasta que se acercó, dijo comprender mi enojo y se disculpó. Fue curioso, pues en otras oportunidades me ha pedido perdón como para salir del paso o literalmente sacarme de encima, pero esta vez sentí que hablaba en serio, pues incluso aceptó ir a terapia de pareja, algo que le había pedido hace tiempo y que nunca aceptaba.

¿Qué cambió?

Yo creo que se asustó, que de verdad vio que era posible que lo nuestro se acabara, pues del lunes en adelante nunca más me quitó el baño, no alargó las duchas ni se refugió ahí cuando los niños peor se portan. Y el jueves, en vez de llevar la compu a la cama -como hace todas las noches-, trajo dos copas de vino. Desde esa noche hemos hablado antes de acostarnos y no te voy a decir que son lindas conversaciones, pero nos estamos dando la oportunidad de intentar resolver lo nuestro en terapia de pareja.

¿Contenta?

Me hubieras preguntado unos meses atrás y te habría dicho que sí, pero no se me borra lo que me decía Jaime de su terapia de pareja, pues para él fue como un reality show donde dos personas se lanzan mierda con ventilador mientras son observadas por la gran cámara de la psicóloga. Te juro que me llegaba a hacer pipí con las historias de como la señora lo hacía bolsa mientras él resistía todos los golpes para seguir igual que antes. Total, decía, yo pago la cuenta… Pero ya sabes, entre broma y broma la verdad se asoma y me asusta que este sea el principio del fin, pues si ahora me preguntas si me quiero separar, te diría que no. Si me preguntas si quiero seguir casada, te respondería no sé. ¿Amo a Ignacio? Al menos hoy, no. ¿Lo amé? Creo que sí. ¿Podré amarlo o volver a amarlo? Tampoco cacho, pues cuando vi a Jaime tan cagado porque la exseñora sacó nueva pareja después de tantos años…

¿Qué te pasó con la reacción de Jaime?

Me golpeó darme cuenta que las separaciones puedan durar tantos años y me dolió y alivió que no esté listo para una nueva relación, pues ya no tengo que tomar ninguna decisión respecto a él. Ahora lo verdaderamente peludo es tomar una decisión respecto a mi matrimonio (silencio). Y he pensado harto en esto de las decisiones viniendo para acá, pues contigo siento que veo las cosas claras, que se ordenan mis sentimientos, pero salgo de acá y me vuelvo a enredar. Me enredé con Jaime y aunque me de lata reconocerlo, fue una entretenida distracción, una que felizmente habría seguido con tal de no encarar la cagada que tengo en mi vida. Y cuando estoy con Ignacio, paso del odio a la pena. Y cuando miro a los niños siento culpa y cuando me miro al espejo y pienso en todo lo que pasaría de separarme… miedo… mucho miedo… y lo más terrible es que no quiero vivir así por siempre…

¿Y cómo quieres vivir?

No lo sé, pero claramente no así. Me gustaría estar enamorada de mi pareja, admirarla. Sentirme acompañada, saber que no estoy sola en la crianza y que los problemas los podemos resolver juntos, pues tengo claro que si no fuera por mi mamá y mis hermanas, estaría totalmente colapsada. Me encantaría compartir con los niños juntos, y no pasar haciendo turnos. También me gustaría seguir corriendo, aunque no sea a nivel competitivo, sino simplemente por salud mental y me encantaría demostrarle a mi jefe que nunca me fui y que estoy mejor que nunca (silencio). ¿O es que no puedes ser mamá, trabajar, hacer deporte y seguir casada? ¿Es muy loco soñar con eso o hay que separarse para lograrlo?

Continuará…

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