Me hice amigo del ex de mi señora y estoy en problemas: ¿Qué hago?
Si eres demasiado listo, puedes perderte lo esencial (Proverbio Tibetano).
Finalmente se instala la Convención Constituyente y un lenguaje donde se repiten -y sacan aplausos- palabras como interculturalidad, inclusividad, plurinacionalidad y paridad de género. Fuera de la Asamblea, Chile cae ante Brasil en la Copa América, inquieta el aumento de la pobreza en la Araucanía, Garín cae ante Djokovic en el pasto de Wimbledon, el nuevo plan paso a paso trae novedades y buenas noticias para las personas que ya tienen las dos dosis y ya tenemos al primer chileno con las tres dosis y su correspondiente escándalo.
En nuestro continente, el presidente electo del Perú, Pedro Castillo, saluda a la Convención y a su Presidenta, Elisa Loncon. Lo mismo hace Lizardo Cauper, presidente de la Asociación Interétnica de la Selva Peruana, el presidente y el vicepresidente de Bolivia -Luis Arce y David Choquehuanca- y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Coanie). En otro frente, la Articulación de Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) presentará este mes una denuncia contra el presidente Jair Bolsonaro por genocidio y ecocidio ante la Corte Penal Internacional.
Más al norte, magnicidio en Haití, aparece chileno en los escombros de un edificio de Miami, Virginia y Connecticut permiten el consumo recreativo de la marihuana, en Canadá el hallazgo de casi mil tumbas de niños indígenas sin identificar desata la rabia, violencia e indignación contra la iglesia, el gobierno y la monarquía británica. Ya varias estatuas de las Reinas de Inglaterra muerden el cemento.
En este contexto, vía zoom, me conecto con Pablo, un nuevo cliente que, en una extensa llamada telefónica, me pide una hora porque necesita conversar sobre su actual situación familiar, pues amigarse con el ex de su señora, le ha traído grandes problemas y muchos recuerdos.
Hola Sebastián. Como te adelanté por teléfono, tengo la media cagada en mi matrimonio. Bueno, nunca nos casamos con la Coti. En fin, mira, veníamos arrastrando una crisis y viviendo cada uno en su mundo y reencontrándonos de tanto en tanto gracias a los niños. Que ya no son nada niños y que tampoco son míos. Son los hijos de la Coti con Iván, su ex marido, pero los conozco desde que tienen 5 y 7. Diez años después, te podría decir que soy como su padre, aunque nunca he intentado serlo. A la Coti le revienta un poco lo que te voy a decir, pero como que somos más amigos, más partners, que padre e hijos.
¿Por qué dices eso?
Porque soy bien pendejo. Siempre lo fui. Mira, a mí los estudios siempre me costaron. El colegio fue un parto y me demoré una eternidad en salir como abogado. Básicamente terminé la carrera cerca de los 30 y mi polola de entonces me puso el ultimátum. Das tu examen de grado y nos casamos. ¿Resultado? Me lo eché dos veces. Mientras tanto trabajaba… fui procurador desde los 20…. ganaba mis lucas y sinceramente… lo pasaba la raja. Mis viejos nunca me webearon. Para bien, para mal, era el sexto de seis hermanos y creo que recién en esos últimos años, cuando me quedé solo con mis papás, vine a conocerlos. Y estaba súper bien, pero la Andrea webeaba con que madurara, que hasta mis amigos más pasteles ya estaban casados o con hijos. Y aunque era flojo para los estudios, me iba super bien en la pega, mis jefes me querían un montón y les encantaban mis viajes y mis cuentos. Viajes y cuentos que se acabaron al pasar el examen de grado… a la tercera… y casarme prácticamente al mes siguiente. Que te puedo decir. Fue terrible. Yo no quería crecer, nunca supe lo que había que hacer como hombre casado y la Andrea me hizo el favor de serme infiel, pues yo ni pa’ eso era avispado. Me casé a los 32 y a los 33 ya estaba divorciado. ¡Felizmente divorciado! Y ya era abogado, ganaba buenas lucas y hasta los 40 me dediqué a trabajar y pasarlo bien. Siempre en el mismo estudio. Aunque hasta mí me cueste creerlo, hoy soy socio; claramente no por mis conocimientos legales, mi criterio jurídico o mi fama como litigante, sino por mis habilidades comerciales. Vendo, me compran, dejo feliz a la gente. Esa era mi vida, nada mala, hasta que conocí a la Coti, algo así como mi némesis.
¿Una venganza o castigo?
Mira, conozco a la Coti desde la universidad y ella nunca me pescó, pues ya desde esa época era una activista. Coincidimos en un trabajo de la U y me acuerdo que me sorprendió lo en serio que se tomaba todo. Incluida ella. Pero cuando fui a su casa comprendí todo. Era hija única y vivía en un enorme departamento del Parque Forestal con sus papás. Era un departamento con cuadros, un piano piano, de esos de cola, muchos libros. Todo muy europeo. Claramente a ella le habían prestado toda la atención del mundo y había desarrollado muchos talentos para ocupar un rol importante en la vida pública. Yo simplemente quería hacer el trabajo con ella porque necesitaba una buena nota. Además, era muy guapa. Ese fue mi debut y despedida. Claramente no dejé ninguna huella en su vida por décadas, hasta que a nuestros cuarentas, nos reencontramos en mi oficina.
¿Cómo fue ese reencuentro?
Sé que suena mal, pero cuando nos reencontramos con la Coti estábamos en frecuencias paralelas y francamente mis preocupaciones eran extremadamente superficiales. Básicamente tenía plata y tiempo para comprarme y hacer cuanta webada quería y estaba convencido que me la merecía. Después de haber sido el último de la fila en mi familia, de haber sido el porro… después de echarme dos veces el examen de grado… después de haber sido el último de mis amigos en casarse, ser traicionado y ser el primer divorciado de mi familia y amigos… después de todo esto… no estaba mal disfrutar de las bondades que mis pocos talentos me habían traído.
¿Qué talentos?
Gracias. Me encantó esa pregunta. Mira, soy de esos weones que venden hielo en el polo norte. Pero como además tengo cueva, soy abogado y vendo soluciones caras y sofisticadas que otros hacen. Aunque suene a drama adolescente, finalmente todo el sufrimiento vivido me estaba pagando. A los 33 años me podía dedicar en cuerpo y alma a conocer personas, viajar y cerrar negocios. Y en ése Chile irreal, ese que me gustaba tanto, lo pasaba la raja… hasta toparme con la Coti. Llegó, para hacértela corta, destruida. Ella defendía a una comunidad y por supuesto mi oficina, a la minera. Y tras esa reunión, en la que yo no participé, salió destrozada. Como no puedo evitar ser amable, le ofrecí acompañarla afuera. Estaba pésimo, así que la llevé a tomarse un café. Puta que es difícil resumir 10 años de relación en una hora, pero ahí empezó todo. La Coti no solo había masticado derrota tras derrota en los tribunales ambientales, sino que descubrió que su buen marido, otro activista comprometido, se la gorreaba duro y parejo en sus salidas a terreno. Ese fue el kick off de nuestra relación.
¿Y cómo siguió?
Pues así como soy. Muy light. La invitaba a comer, a tomar café, un trago. Supongo que sus dramas le daban un poco de espesura a mi vida y escucharla -sin cobrar por ello- me hacía sentir mejor persona. Y ojo, por extraño que fuera, lo hacía porque quería. Me gustaba estar ahí para ella, cosa que desde mi divorcio no me pasaba con ninguna. Creo que tampoco me pasó nunca con la Andrea. ¿Es raro no? Siendo un agradador profesional, título que me regaló la Coti, sentí que esta relación me desafiaba y que crecía -al menos un poco- como persona. La vida de ella era bien sufrida en todos los aspectos, mientras a mi lo que más me cagaba la onda era encontrarme otra cana en la barba. Esas mañanas, le ponía más intensidad al gimnasio. Otra cosa que la Coti no entiende.
¿Qué no entiende?
La cantidad de horas que le dedicaba al gimnasio. En promedio eran dos horas diarias. Una de ejercicio, otra de conversa. A veces las dos horas eran pura conversa. Al día siguiente me proponía entrenar las dos horas para compensar, pero jamás pude. Siempre hablo. Y me encanta. Y así se fueron dando las cosas y conocí a los hijos de la Coti y nos llevamos la raja. Enganchamos inmediatamente con las películas Marvel. ¿Las viste? Puta, yo soy de ese tipo de películas y con los hijos de la Coti encontraba la liviandad que a ratos me faltaba con ella. Esa cosa familiar. Y al principio esto le fascinaba, pero con el correr de los años se empezó a poner más crítica. Calcula que una vez, viendo no me acuerdo si era Arrow o Legends ¿Cachai el mundo DC? Bueno, en esas dos series varios de sus superhéroes son gays. También hay lesbianas. Y se me ocurrió comentárselo a la Coti. Te juro que pensé que se iba a emocionar, pues a ella le apasionan esos temas de inclusión, paridad y libertad, pero me mandó a la chucha. Que como podía ser que un cuarentón se pasara una noche completa viendo series y comiendo cochinadas con un par de adolescentes (Silencio).
¿Qué le molestaba?
Ahora creo que todo. Que ganara mucha plata y fuera relajado, que me llevara bien con los niños y que a ellos les gustara estar conmigo. Y es que, por decirlo de alguna forma, fueron mis primeros hijos, pues antes yo no cuidaba ni perros ni plantas por principio. Nada. De hecho, tampoco los cuido. Los malcrío, los consiento y supongo que esto a la Coti le empezó a molestar. Y cuando se ponía muy densa, yo aprovechaba algún viaje o simplemente volvía a mi depa de soltero, que era una suerte de refugio o panic room. Hasta ahí, todo manejable, pero con la pandemia la Coti quedó sin pega y haciéndote super corta la historia, terminó vendiendo su casa y se vino a vivir a mi depa con los niños. En este encierro, no solo aumentaron nuestros roces, sino que los problemas de la Coti con su ex -por las lucas- escalaron a tal punto, que terminé mediando. Los niños lo pasaban mal y a mi me carga que la gente lo pase mal por las puras. Muchas veces le ofrecí a la Coti hacerme cargo de todos los gastos de los niños, pero ella que es principista, se negaba. Y como ya las cosas con el tal Iván iban de mal en peor, le ofrecí llevar a los niños donde su papá y hablar con él.
¿Y qué pasó?
Lo inesperado. Supuestamente me iba a encontrar con un monstruo, flojo, alcohólico e irresponsable, aunque igual me hacía ruido que los niños lo quisieran y lo defendieran. Yo por suerte nunca dije nada delante de los niños, pero cuando lo conocí, fue como amor a primera vista.
¿Cómo?
Puta, me cayó la raja nada más verlo. Inmediatamente me invitó a pasar, me ofreció una cerveza, una copa de vino, le rechacé un pito, pero sí me fumé un cigarro. Hacía años que no fumaba sin culpas, pues este weon era un pucho tras otro. ¿Y los niños? Los niños felices, le contaron a Iván que habíamos terminado de ver la última temporada de Arrow y el weon no podía creer que hayamos visto ocho temporadas en pandemia. Y ahí me dijo que tenía que quedarme a ver una maratón del Señor de los Anillos, pero que la tenía que ver volado. Los niños se cagaron de la risa y sólo por ellos rechacé la oferta. En definitiva, para no alargarme tanto con el cuento, la casa de Iván terminó siendo mi refugio con los niños. Los llevaba todos los fines de semana y veíamos tele juntos y tomaba con Iván hasta el toque de queda. Weón, era mi mejor panorama. Ahí caché que Iván también había estudiado derecho, pero que lo de él era la poesía y aunque no tenía nombre, ni apellido, ni pinta de mapuche, me contó que hasta antes de la pandemia vivía de dar clases sobre nuestros pueblos originarios en distintas universidades de Europa. Cagó con la pandemia. Era un desastre tras otro, pero a diferencia de la Coti, se lo tomaba con humor, se reía de sus desgracias y su casa estaba siempre llena, pese a los aforos y fases. Sé que suena mal, pero entre medio de tanta monotonía, encontré un mundo lleno de artistas, vino y humo. Y los niños eran mis cómplices. Estaban bien entrenados. Y todo iba bien, hasta que un día sonó el timbre. Un amigo de Iván abrió la puerta y la Coti me cachó volado y con una chela en la mano viendo la primera temporada de Juego de Tronos sentado al lado de su ex marido (Silencio).
¿Terminaste la temporada?
¡Te gusta el webeo también! Puta, me sacaron de un ala y quedó la media cagada. Ahí caché por qué el Partido Comunista gobierna el mundo. La Coti se puso brígida. Y si no era porque el depa era mío, me manda para la calle. Me hablaba de traición y de valores. De cómo yo podía permitir que mis hijos compartieran esas cosas con su papá, que me vieran así. Weón. Te juro que la Santa Inquisición, los Talibanes y el Mossad la entrenaron. Fueron días. Que días. ¡Semanas de preguntas! Interrogatorios. ¿Mi peor pecado? Llevarme bien con su ex. Weón, te juro que si no fuera por mi pega, esta mujer me vuelve loco. ¿Y sabes lo peor? Llevo un mes sin ver a Iván y lo echo de menos. Lo echamos de menos. Y me da pena y creo que ni cuando me pusieron los cuernos y me separé sufrí tanto. Echo de menos estar con Iván y los niños. Y por extraño que suene, después de la casa de mis viejos, es donde más me he sentido en casa. ¿Qué hago con esta webada?
Continuará…
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