La normalidad terminó en Chile el 18 de octubre. Hemos pasado los últimos seis meses viviendo en condiciones completamente anómalas y creo que todo lo que muchos anhelamos es volver a la normalidad, a nuestras vidas como eran antes.
Sin embargo, esa normalidad también genera preocupación. En su columna “No volver a la normalidad” y haciendo referencia al estallido social, Eugenio Tironi destaca que “una sociedad que no se une para rechazar y contener la violencia está enferma. Tiene una falla del sistema inmune.”
Era octubre y, a los pocos meses, otra enfermedad golpearía incluso más duramente, no solo Chile, si no que al planeta entero. Un virus nuevo contra el cual tampoco tenemos anticuerpos. Los países que primero han enfrentado la pandemia, después de tres meses de lock-down -en algunos casos más estricto, en otros menos- están considerando estrategias para emprender un camino de vuelta a la normalidad.
Sin embargo, también en esta oportunidad existen aspectos de la posible vuelta a la normalidad que invitan a una reflexión. No solo porque el agua en los canales de Venecia volverá a perder la cristalinidad que adquirió en estos meses y la ciudad será nuevamente ahogada por millones de turistas. No es solo por eso. Esas son solo pequeñas señales de una sociedad enferma que transformó su mal en un estado de normalidad.
Nuestra enfermedad tiene mucho que ver con la forma en que nos paramos frente al mundo. El filósofo Gastón Soublette hace referencia a esto en otra columna publicada a propósito del estallido social que, al igual que las palabras de Tironi, mantiene su validez en la situación de pandemia actual: “Una cosmovisión que ha puesto a la especie humana frente a la naturaleza y frente a sí misma en una relación que no es armónica ni integradora, sino esencialmente disruptiva y conflictiva”.
El simple hecho que reflexiones nacidas en el marco de las protestas sociales puedan trasladarse a la situación de emergencia sanitaria, indica como ambos fenómenos en definitiva son síntomas de una misma enfermedad. ¡Soublette nos habla de una cosmovisión equivocada!
La astronomía es la ciencia que, tal vez más que cualquier otra actividad, simboliza el anhelo humano de superar límites y, sin duda, tiene mucho que aportar a nuestra cosmovisión. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones, ni siquiera la Astronomía puede considerarse un ámbito completamente sano y exento de conflictos.
En los años 90 del siglo pasado, se desató una polémica en EE.UU. a raíz de la construcción del telescopio Large Binocular Telescope en la cumbre de Mount Graham, montaña sagrada para los nativos Apaches. El primer nombre elegido para la iniciativa científica fue “Columbus”, un supuesto -y no muy acertado- homenaje al gran navegador, que generó el rechazo de muchos, siendo percibido como sinónimo de conquista y de abuso. A la polémica se sumaron asociaciones ambientalistas con una larga secuela de denuncias y juicios, hasta que, finalmente, se llegó a un acuerdo.
Este episodio es significativo, incluso mas allá del contexto astronómico, demostrando que la cultura occidental, si bien se ha expandido en casi todo el planeta, es percibida como negativa, incluso en sus expresiones más nobles, por los grupos humanos que se mantienen apartados de ella. En nuestra cultura no tenemos montañas sagradas, de hecho, es de esperar que con la normalidad multitudes de montañistas volverán a hacer cola para llegar a la cumbre del monte Everest, dejando detrás toneladas de desechos que, en la tenue y helada atmósfera de la montaña, se mantienen intactas durante miles de años. El ser “atrapado en la trama puramente material de la realidad” citando nuevamente palabras de Gastón Soublette, no tiene nada sagrado y destruye con la misma indiferencia montañas y ciudades.
Entonces, como parte del plan para volver a la normalidad o mejor, para no volver a considerar normal una situación enferma, propongo que cada uno realice una lista de lugares sagrados. Mi lista es la siguiente: mi ciudad natal, Florencia, abusada por un turismo descontrolado, el barrio de Santiago, donde vivo, constantemente amenazado por la voracidad de las inmobiliarias, y el cielo de Atacama sitiado por la contaminación lumínica.
Además, habría que considerar como sagrados todos aquellos lugares que alguna cultura respeta como tales: el norte de Chile, sagrado para los pueblos atacameños; el sur, que es sagrado para el pueblo Mapuche, la Amazonia, sagrada para los pueblos que la habitan desde tiempos inmemorables y, ahora, amenazados por la deforestación. Incluso la cumbre del volcán Mauna Kea, sagrada a los nativos de las islas Hawái, que actualmente se oponen a la construcción del telescopio de 30 metros TMT.
* Astrónomo del Centro de Astro-Ingenería del Instituto de Astrofísica de la U. Católica