Anne Carson, en su ensayo La belleza del marido, da cuenta -a través de 29 tangos- del doloroso proceso de separarse del hombre de tu vida. Sí, la protagonista se enamora en la adolescencia de un sujeto de mala fama y ya en la adultez se casan, pese a las advertencias del abuelo de él y la madre de ella. ¡No me vayas a decir después que no te lo advertí! Pero no, Eros no tiene oídos para razones y al año de casados, ya se hacen evidentes las mentiras y las infidelidades.

“Mi esposa reconoció que se dejó estar y aceptó ir a yoga, el único ejercicio que en su escala de odiosidad puede aceptar”

Escuchemos a la protagonista:

“Mi marido mentía en todo. Dinero, reuniones, amantes, dónde habían nacido sus padres, la tienda donde se compraba las camisas, la grafía de su propio nombre. Mentía cuando no hacía falta. Mentía cuando ni siquiera le convenía. Mentía cuando sabían que mentía. Mentía cuando con ello les rompía el corazón. Mi corazón. El corazón de otra. A menudo me pregunto cómo acabó ella”.

Estas palabras del séptimo tango dejaron sin aliento a la señora de Felipe, cliente habitual del diván del runner. Tras su lectura la Isi guardó silencio varios días y esperó a la terapia de pareja para abordar a su marido. Vamos con Felipe.

La semana estuvo de locos, pero ahora que miro hacia atrás entiendo todo. Al principio no caché que le pasó a la Isi, pues después de su taller de literatura quedó muda… pero nunca lo asocié a eso. Hace años que tiene un grupo de amigas que se juntan a comentar los libros y se van rotando las casas y, como en otras oportunidades, salimos sorteados. Esa noche, por supuesto, aproveché de salir con amigos, pues estas noches son de las pocas en las que la Isi no me mira con cara de culo cuando vuelvo. Es su noche y mis suegros se quedan con los niños para que ella no tenga interrupciones (silencio).

¿Pasó algo?

Nunca he entendido la importancia que la Isi le da a estas cosas, pero desde el colegio que es buena para leer. Yo ya te he contado que no leo nada a menos que sea estrictamente necesario y cuando le pregunté a la Isi -por educación- que habían leído me dijo que un libro inclasificable que la había dejado pensando. Plop. No caché que me quiso decir y agarré el libro que tenía en las manos y sonreí al ver el título… La belleza del marido... La Isi me lo quitó inmediatamente y se fue a la pieza y como yo no estaba de ánimo para saber que le pasaba, me puse a ver tele en la salita. Y cuando caché que había apagado la luz, me vi un capítulo entero de Dirty Money para asegurarme que cuando llegara a la pieza la Isi durmiera profundo. (silencio).

¿Dormía?

Sí y aproveché de mirar su libro. Primero lo abrí en la parte que estaba marcada y tuve que leer como veinte veces el título y no entendí nada. Pero para que no creas que soy tan básico le tomé una foto para que cachis…

Felipe saca su teléfono de la chaqueta y me muestra una foto con un largo titular. Le digo que no alcanzo a leer y me dice que no me preocupe y me lee en voz alta:

“Pero para honrar la verdad que es suavemente divina y vive entre los dioses debemos (con Platón) danzar en la mentira que vive ahí abajo entre la masa de hombres trágicos y brutos”. Seba, te juro que no soy tan weón, algo entendí de esto. Pero da lo mismo, la webada es que me dio tanto susto lo que leí que dejé el libro de vuelta en el velador de la Isi y me quedé acostado a su lado mirando el techo. No me podía dormir. Todo el rato pensaba en esas palabras. ¿Me habrá cachado la Isi en alguna mentira? ¿En cuál? Y me puse a repasar todos mis pasos hasta darme cuenta que, en realidad, mi vida era re fome y no había hecho nada tan terrible. Un par de cuotas no pagadas de un crédito, unos dividendos pendientes por aquí y por allá, el jardín y el colegio de los niños estaba pagado, le debía un poco de plata a la Isi y a mis suegros del último cagazo en Japón… Nada… Repasaba en mi cabeza que mentiras podría estar ocultándome a mí mismo… Pero al final de la noche me dormí sin respuestas y esa madrugada salí a trotar. Y no, salvo las veces que he gorreado a la Isi en mi cabeza, nunca me la he cagado realmente. ¿Seré muy cobarde? Cacha en las webadas en que me fui pensando mientras trotaba, pero ahí resolví que me había pasado de paranoico y me fui tranquilo a la oficina. Y todos los días siguientes fueron tranquilos, hasta que llegamos a terapia de pareja (silencio).

Imagen referencial

¿Qué pasó?

La Isi, a diferencia de las veces anteriores, llegó más calmada y le dijo a la doctora que esta semana le había servido para mirar las cosas desde una nueva perspectiva. Te juro que no cachaba donde iba a terminar esto, pero ahí la Isi le cuenta de La Belleza del Marido y de todo lo que le pasó leyéndolo. Al principio le dio mucha rabia y le pidió a la doctora permiso para leer un extracto al que le había dado un pantallazo.

Acto seguido, Felipe saca su teléfono y me dice que me va a leer lo mismo que le leyó la Isi a la terapeuta:

“Leal a nada mi marido. ¿Entonces por qué le amé desde la temprana adolescencia hasta entrada la madurez y la sentencia de divorcio llegó por correo? La belleza. No tiene mucho secreto. No me da vergüenza decir que le amé por su belleza. Como volvería a hacerlo si se acercara. La belleza convence. Ya sabes que la belleza hace posible el sexo”.

Después de leerle esto, la Isi le dice a la doctora que es cierto, que ella se casó conmigo porque era guapo y manejable y le confesó que nunca se había acostado con nadie más, ni antes ni después, porque para ella la belleza, aunque le costara reconocerlo, también había sido importante. Ahí, como si yo no existiera, le dijo a la doctora que ella se imaginó que conmigo podría tener relaciones sexuales y así fue...

¿Y qué te pasó a ti con esto?

No podía entender si esto era algo bueno o malo para mí y me quedé mudo (silencio). Y ahí la Isi le dijo a la doctora que ahora le hacían sentido mis exigencias. Que tenía razón, que yo también necesitaba belleza para tener relaciones sexuales y que ella se había dejado estar. ¡Weon! ¡Lo mismo que llevo años diciéndoles! Pero claro, yo no soy la Anne Carson, ni escribo ni hablo bonito. Y de ahí me reconoció que, a diferencia del marido del libro, yo sí le había sido fiel, porque soy tan niño según ella, que siempre le termino diciendo la verdad. Así, no solo aceptó que mis demandas eran legítimas, sino que a diferencia del personaje de su libro, yo había sido un hombre correcto. Y claro, como esta weona no te puede piropear gratis, ahí me lanza la webada de que soy como un niño. Pero no me importa, me banco su pesadez. Además, como si fuera poco, aceptó inscribirse en un gimnasio para hacer yoga, que es la única actividad física que en su escala de odiosidad es capaz de aceptar, pues a la Isi todo lo que signifique ponerse zapatillas y traspirar es un desagrado. Pero ahí, con la doctora como testigo, dijo que se iba a preocupar de su físico, de su ropa y de su cansancio, pero que ella también esperaba cambios.

¿Qué cambios?

Eso mismo le pregunté. ¿Qué cresta quiere que cambie? Y ahí sacó un listado. Menos eventos y más salidas solos. Menos deporte y más cultura, sobretodo en la tele, pues está chata de los deportes y documentales de salud. Me pidió ir a museos, al teatro y acompañarla en algunas actividades de los niños y que así como yo me arranco varias veces al año a mis carreras, ella iba salir dos veces al año con amigas. Y el año que viene vuelve a trabajar y ahí esperaba que yo estuviera más en la casa.

¿Y qué te pasó con el listado?

Todavía no lo sé, pero como que me quedé pa’ dentro. Sí, gané. Logré supuestamente lo que quería. Quería que la Isi me tomara en serio, que se pusiera las pilas y se pusiera más mina. Y lo aceptó y yo acepté sus condiciones. Fue raro, tan raro, que la semana pasada no quise salir a correr, ni fui al gimnasio, una webada que no me pasaba hacía años. Y chucha, como que me cayó la teja, como que estuve a punto de separarme, como que estuve a punto de mandar todo a la mierda. Y me asusté, porque me di cuenta que quiero a la Isi, que me gusta así como es, pesada, quebrada, sabelotodo… y un poco gordita. Siempre fue seca, dura y correcta. Y esa noche, después de la consulta, me calenté y nada más llegar a la casa me abalancé sobre ella e hicimos el amor. Estuvo increíble. Te juro que no sé qué pasó, ni siquiera lo hemos hablado, pero hemos tirado todas las noches y duermo tanto y tan bien que a la mañana siguiente no me quiero levantar ni despegar de ella. Puta, parece que la echaba de menos y parece que debajo de esa cara de culo y de ese cansancio, ella también. Y hoy, mientras ella se fue a su primera clase de yoga, yo salí a trotar. Y troté feliz, no con esa angustia que tenía en el pecho (silencio). Fue una partida distinta y no sentí en ningún momento que la semana sin entrenar me afectara. Antes eso me atormentaba, pero me sentí tan bien que me convencí que lo mejor para correr es tirar rico y estar en paz con la señora.

Alexandra Kohan en Y sin embargo, el amor sostiene que “el drama del amor es justamente que lo que le falta a uno no es lo que el otro tiene”. Para esta psicoanalista el deseo -precisamente- surge de esta brecha, de ese atajo o discordancia. Es desde ese hiato de donde “surge el deseo como deseo de otra cosa”.

Básicamente lo que esta autora nos quiere decir es que ni Felipe, ni usted ni yo sabemos realmente lo que queremos y es gracias a esa “no complementariedad” entre Felipe y la Isi donde esa cosa llamada amor se hace posible. Sí, es incomprensible, pero después de mucho patalear Felipe se da cuenta no solo que ama a su señora, sino que la ama con todas sus diferencias. No necesita que corra o que sea fit para excitarlo, sino, como diría esta analista argentina, que se abra “el espacio por donde pasa algo”. Efectivamente la crisis matrimonial generó una distancia y es precisamente esa lejanía entre Felipe y la Isi la que les permitió reencantarse con ese objeto inadecuado que es el otro.

Felipe, al terminar la sesión me dice que extrañamente está feliz. La terapia de pareja acabó bien y la doctora les aconsejó seguir viéndola una vez al mes para contarle cómo van. Igual nosotros sigamos trabajando. Y tras despedirnos en la puerta de mi consulta sonreí al detectar que se me vinieron a la mente tres frases de Lacan sobre el amor: el amor es dar lo que no se tiene. El amor es un sentimiento cómico. El amor es un guijarro que ríe al sol.

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