Si estás leyendo esta columna y rondas los 45 años, es obvio que has avanzado un buen trecho en tu carrera ejecutiva y es probable que de tanto en tanto te encuentres mirando hacia atrás y hacia adelante.
Cuando miras al pasado te queda claro que ya no eres el mismo que a los 25, ni la misma que a los 35. Ya no tienes la misma energía, has cambiado de talla y puede que ya no puedas comer ni tomar como lo hacías antes. Y cuando te enfocas en el futuro… la incertidumbre asalta tu trabajado optimismo. ¿Cómo serán mis 50? ¿Jubilaré a los 60, disfrutaré la vida a los 70o trabajaré hasta mi último aliento?
Guste o disguste, pasados los cuarenta empieza -según los coach y analistas Manfred Kets de Vries y Danny Miller-, la crisis de la mitad de la vida profesional, período donde es común sentir una brusca caída en la satisfacción profesional.
¿Por qué pasa esto?
Hay varias razones, pero en general los y las cuarentonas que se aproximan a la cincuentena, empiezan a experimentar ideas y sensaciones relacionadas con la proximidad de la crisis de la mitad de la vida. Estudios alertan de un súbito aumento de la tasa de mortalidad entre los directivos debido a la toma de conciencia de lo inevitable de la propia muerte, reconocimiento que fomenta la aparición de síntomas depresivos.
Progresivamente la vida se reestructura en términos del tiempo que queda para vivir en lugar del tiempo pasado desde el nacimiento. No sólo cambia la dirección de la conciencia, sino que la idea de que el tiempo es finito empieza a rondar. ¿Cuántos años me quedan de carrera? ¿Llegaré a la meta que me había propuesto? ¿Fui muy ambiciosa? ¿Corrí pocos riesgos? ¿Será demasiado tarde para cambiar?
Es un período donde el conflicto entre fecundidad y estancamiento pasa a primer plano. Mientras algunos se empiezan a preparar para ser guías de la siguiente generación, otras viven este período con una sensación de estancamiento que literalmente les quita el sueño. En las noches, estos ejecutivos y ejecutivas le dan vueltas a la ausencia de crecimiento de los últimos años, a sus próximos pasos, a las disímiles carreras con sus colegas e incluso algunas y algunos se sorprenden al descubrir una fuerte aversión hacia los millennials y centennials, debido a la percepción de haber perdido muchas oportunidades en el pasado.
Ya bordeando la cincuentena, muchos ejecutivos relatan experimentar los efectos del embudo de la organización; las oportunidades de ascenso están fuertemente limitadas y los fantasmas de la obsolescencia profesional se agravan. Si a este panorama profesional le sumamos el natural declive físico, la aparición de enfermedades, el deterioro de la vida sexual y la satisfacción conyugal, será fácil comprender por qué, después de una aparente estabilidad, se crean las condiciones para una tormenta perfecta.
La creciente independencia de los hijos -o el hecho de que nunca se vayan de la casa- facilita muchos divorcios tardíos. Las peleas matrimoniales -debido a las dependencias fallidas de los hijos- cargan el ambiente de miedos y rabias, emociones que suelen transformarse en estados depresivos o de profunda insatisfacción una vez que el divorcio es una realidad.
Con este ánimo sombrío, la disparidad entre ambiciones y logros profesionales se vive con la sensación de que el tiempo se agota. Al igual que al inicio de la carrera ejecutiva, muchos y muchas atraviesan esta etapa con una fuerte desilusión. No estamos en la cumbre esperada. No llegamos. No estamos resueltos, ni tranquilas. Y algunos concluyen, a su pesar, que lo peor de todo, es aún queda un largo recorrido. ¿Tendré que trabajar hasta los 80 para mantener a mis nietos?
Así, la insatisfacción en el trabajo es sólo una manera más de expresar un malestar global con la suerte en la vida. Las expectativas vacilan; las pasadas decepciones y los futuros desafíos permiten, fuerzan u obligan a los cincuentones a transitar desde la aceptación a la negación del camino hecho, hasta la esperanza o desesperanza por lo que queda por recorrer.
Para ilustrar los dilemas de esta crisis de la mitad de la vida profesional, les presento a Isabel, cliente a la que por razones de confidencialidad he cambiado el nombre y algunos datos biográficos.
Hola Isabel, ¿Cómo estás?
Muy bien… supongo… aunque sinceramente estoy cansada. Tampoco sé si quería o si creo en este proceso de coaching, pues si soy brutalmente honesta, hace años que me quiero ir para mi casa. Tengo tres niñitas estupendas en la universidad y un marido que brilla y lo da todo en la calle y está agotado y deprimido en la casa. Si tú lo ves en su oficina, pensarías que es una persona sólida, segura, un ganador. Pero desde que es Gerente General vive angustiado y amargado en la casa.
¿Qué está pasando en tu oficina y en tu casa?
Me da vergüenza quejarme contigo, pero en fin, supongo que para eso vine ¿no?. Es cierto que he llegado muy arriba en el trabajo, pero me he tenido que esforzar el doble por ser mujer. Cuando llegas a nivel gerencial hay harto polítiqueo y los hombres, aunque no les guste reconocerlo, son bien club de Toby. No son malas personas, pero una tiene que ser muy hábil para convencerlos de cosas que ellos, en un partido de tenis o golf, resuelven en dos segundos. Hay fraternidades, amistades, bandos y siempre he tenido clarísimo que estoy sola. No cuento con nadie entre mis pares, pero me siento súper responsable de todas las chicas que me miran hacia arriba. Para muchas soy su modelo a seguir, pero no es fácil mantener la sonrisa Sebastián. Es bien ingrato este trabajo, pues aunque no soy muy cercana al actual Gerente General, soy como su mamá, como su asistente personal, secretaria y nana. Todo por el mismo sueldo y aceptando cosas que mis colegas jamás aceptarían y que al Gerente General tampoco se le ocurriría pedirles. Y lo más triste es que si mi marido no estuviera tan latero, ya hubiera dado un paso al costado.
¿Por qué?
Si me hubieras preguntado a los 30 donde iba a estar a los 50 te hubiera dicho que donde estoy. Llegué, bien por mí, pero el costo emocional ha sido feroz. Las culpas, las rabias, las envidias, los celos. No es un camino fácil y a los 40 soñaba con que en unos años más me iba a independizar para hacer un trabajo a escala humana, más femenino, menos competitivo y más solidario. Pero, perdonando la expresión, el hueón de mi marido se me adelantó. Tuvo su crisis de los cuarenta bien vivida. Con crisis profesional, personal y existencial al máximo. Gracias a sus dudas, era imposible soñar con la independencia. Y cuando lo nombraron Gerente General, en vez de mejorar… empeoró. Siendo justa, la felicidad duró poco, pues a días de asumir se empezó a abrumar con sus nuevas responsabilidades. A diferencia de León, el Gerente General de mi empresa, a mi marido le carga figurar. Es muy buena persona, pero es pésimo político. Es trabajador a morir, pero le cargan los almuerzos, los viajes de negocios, las entrevistas y se resiste a compartir sus éxitos y logros por Linkedin, cosa que a mi jefe le encanta. Es duro ver la diferencia entre un Gerente General millennial, que goza con las redes sociales y la popularidad y un cincuentón que encuentra que cualquier cosa que no sea pega es una pérdida de tiempo y una irresponsabilidad.
¿Y qué te gustaría que pasara con tu trabajo y tu vida personal?
Mira, es bien complicado tener un jefe millennial. Es simpático, astuto, pero siéndote súper honesta, es bien pelotudo. El representa el mundo del que espero pronto jubilar. Mientras tanto, lo que me salva e ilusiona, es que he formado a muchas mujeres para pasarles la posta. Mujeres estupendas, que saben lo que cuesta llegar arriba. Me encantaría irme con la tranquilidad de que les abrí camino, de que les marqué la ruta y que ellas pueden darle continuidad a mi trabajo. Un trabajo que siempre he intentado que sea más humano.
¿Y a nivel personal?
Para que te hagas una idea... el fin de semana que Roger Federer jugó su último partido, lo vimos en la cama con las niñitas para compartir algo que nos apasiona a todos. Estábamos de lo mejor y de repente Pedro se puso a llorar. ¡Y este hueón nunca llora! ¡Estaba más emocionado que Nadal! Mis hijas se asustaron y retaron al papá, pues sabemos que mi marido hace tiempo que piensa que después de ser Gerente General, se viene el retiro de las grandes ligas. Está muy angustiado, pero él no habla de sus emociones, no va al psicólogo y tampoco cree en el coaching. Él vive la procesión por dentro y sinceramente no sé si podría aguantarlo cesante en la casa. Es horrible comparar, pero si los nuevos gerentes son como León, mi marido está frito. Es demasiado caballero, demasiado responsable. Al lado de León, una lata. En fin, no quiero extenderme hablando de mi marido, pues esa es la especialidad de los hombres. No se hacen cargo de sus problemas personales y nosotras terminamos hablando de ellos. El colmo.
Inevitablemente, después de terminar la sesión, me fui pensando en las palabras de Isabel. Mal que mal, estoy a medio camino entre los cuarenta y los cincuenta. También, debo reconocer, me emocioné con el retiro de Roger Federer y con las lágrimas de Rafael Nadal. ¿Qué viene después de ser Gerente General a los cuarenta? ¿Qué pasa cuando te retiras del tenis profesional y te quedan décadas por delante? En fin, les dejo estas inquietudes hasta la próxima semana y me despido de este período de la carrera ejecutiva con las palabras de Susan Sontag, mujer que sostuvo con firmeza que “el miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente”.
Continuará…