Chile cambió. Triunfan los independientes en la constituyente, la derecha pierde emblemáticas alcaldías y la oposición apuesta a las presidenciales. ¿Vas a votar en segunda vuelta por Gobernadores? El ministro Paris lamenta quedarse sin candidata, el carné verde genera polémica y el Ministerio de Educación enciende las alarmas sobre los aprendizajes no logrados y aboga por la presencialidad. La buena noticia es que Universidad Católica clasifica a octavos de La Libertadores.

Al norte de nuestro país los chamanes auguran el triunfo del profesor Castillo y un ataque terrorista reflota el fantasma de Sendero Luminoso en el Perú. En Colombia literalmente arde la Justicia y a las 86.000 vidas que se ha llevado el coronavirus, se suman decenas vinculadas a las protestas. Brasil supera las 450.000 víctimas fatales por el covid, mientras en Argentina las polémicas por las vacunas son de nunca acabar. Lamentablemente su selección de fútbol ya cuenta con Messi para jugar contra la nuestra.

Lejos de nuestro continente, Israel y Hamas pactan una tregua tras intensos bombardeos que dejaron 230 palestinos y 12 israelíes muertos, Roger Federer vuelve a las pistas con una derrota, el uruguayo Luis Suárez se corona campeón con el Atlético de Madrid -y le manda saludos al Barcelona- y el racismo nuevamente se toma la agenda de los Estados Unidos al cumplirse un año de la muerte de George Floyd. Del otro lado del Atlántico nos llegan dramáticas imágenes de migrantes cuya llegada a Ceuta tensiona las relaciones entre España y Marruecos.

Apago las noticias y cierro las ventanas de mis redes sociales para atender a Gustavo, un nuevo cliente que, vía WhatsApp, me solicita una hora para hablar por zoom.

Hola Sebastián. Disculpa que haya tardado tanto en confirmar la hora. Por semanas me debatí si pedir ayuda o no, pues años atrás prometí no ir más a psicólogos, coach ni nada relacionado. Para bien, o para mal, el estallido social y la pandemia me convencieron que no quiero vivir esto solo.

¿Qué no quieres vivir solo?

Después de las últimas elecciones me derrumbé y ahora ni con las dos dosis de la Sinovac veo la luz al final del túnel. (Suspira). Perdona lo disperso y fatalista. Tal vez deba partir contándote que llevo más de 20 años trabajando en el mismo Ministerio. Soy director de un servicio y he convivido con concertas, Piñeras y Bachelets sin problemas. Soy bien pragmático Sebastián. Nada de lo que ha pasado en el país me ha pillado por sorpresa y a este descalabro se suma mi última separación. Pero te insisto, nada me sorprende. Nada… menos el bajón que me vino.

¿Y por qué crees que ahora te vino el bajón?

Estando más cerca de los 50 que de los 40, veo cada vez más lejano el descanso. Como buen ingeniero, soy ordenado. Me había programado para una vida más tranquila a partir de los 50 y en vez de acercarme, siento que cada vez me alejo más. De partida, tengo 5 hijos. Dos hijos de cada matrimonio… y el quinto de mi última relación. Aunque suene insólito, me llevo muy bien con las tres mamás de mis hijos y me encanta ser papá, pero a ratos me achaca que los mayores estén tan grandes y que pensemos tan distinto… y que el chico sea todavía una guagua… Tiene solo 3 años.

Silencio

Te juro que antes de la pandemia era más optimista y no me cuestionaba sacarme la chucha para pagar la tracalada de cosas que tengo que pagar. Es más, te podría decir que lo hacía con satisfacción, con ese estúpido espíritu de que estoy cumpliendo con mi deber. Y eso me hacía feliz. Pero ahora, con todo lo que está pasando y con hijos que van de los 23 a los 12 años… y una guagua de 3… no se ve muy alentador el panorama…

¿Cuál panorama?

Mira, no soy ingenuo. A nivel laboral, la política siempre me pareció un mal necesario. Y a nivel familiar, si me pongo un poco dramático, una maldición. Me explico. Soy producto de una madre comunista y de un padre que por comodidad, conveniencia o sobrevivencia, gira a la izquierda. Mis padres son de esos doctores de la vieja escuela… de esos que se jactan de nunca haber tranzado su reputación por las lucas, discurso que de pendejo me convenció de nunca ser médico, pues los weones trabajaban todo el día y no nos podíamos dar ningún lujo. Con mis hermanos crecimos llenos de reglas, restricciones y castigos morales. Todo estaba mal. Todo era reprochable. Todos eran unos delincuentes. ¡Corruptos!

Silencio…

Ya en la adolescencia esto se transformó en titánicas peleas ideológicas y fue así como terminé ingresando a estudiar economía a la escuela de los mismísimos Chicago Boys. Fue un shock familiar de tal magnitud, que mi vieja se negó a pagarme la universidad y fue un hermano de mi papá quien me financió la carrera. Por supuesto le mentí a mi mamá y le dije que había pedido un crédito y me cayeron encima todos los males del sistema, que a sus ojos, son peores que el infierno. ¿Y sabís lo peor? Esas peleas me hacían feliz. Odiaba el mundo de mis papás, pues encontraba que eran increíblemente generosos con sus pacientes y una mierda como padres…

Silencio…

Perdona Sebastián que me caliente tanto, pero tardé años, varias terapias y varios miles de pesos en perdonar a mis viejos. Antes de todos estos procesos, sobreviví simplemente carreteando. De lunes a viernes era un ejemplar estudiante. Me pesaba que mi tío, que no era ningún magnate, me pagara la carrera, así que por él me esforzaba el doble. En fin, cumplidas todas mis tareas universitarias, literalmente me reventaba y aunque suene demencial, crecí en esa lógica sin mayores inconvenientes. Al menos eso creía. Y así entré al mundo laboral, me casé y tuve dos hijos. Siempre funcional. Solo cuando me separé… paré un poco…

¿Qué te pasó?

El jefe de turno me agarró buena porque me sacaba la chucha de lunes a jueves… pero le preocupaba que trabajara todas las mañanas de los viernes a media máquina. Agua. Mucha agua para sobrevivir la mañana. Ya en la tarde resucitaba y recuperaba las horas trabajando hasta muy tarde. Y supongo que por esto a Patricio se le ocurrió inscribirme en unos talleres que dictaba el famoso Humberto Maturana los viernes en la mañana. Todos los viernes, durante un semestre. Patricio era un viejo zorro y contra mi voluntad tuve que cambiar mis hábitos para afrontar las batallas…

¿Qué batallas?

Mira, el doctor Maturana era muy parecido a mi papá. Un viejo buena onda que hablaba de amor, del legítimo otro y el respeto. Todo muy lindo por fuera, pero por dentro, sentía que sus palabras -y las de sus secuaces- taladraban mi cerebro. Al principio pensé que era la caña, pues de verdad me sentía físicamente mal en clases. Era como si quisieran exorcizarme y mi cuerpo se opusiera. Llegó a tal punto que dejé de carretear los jueves… pero aun así no dejé de sentirme mal. Y después de mis peleas mentales, pues nunca abrí mucho la boca, me empecé a cuestionar. Y me fui a la chucha cuando me di cuenta que casi todos mis recuerdos estaban relacionados al carrete.

¿Qué recuerdos?

Muchas veces los profes, para ejemplificar sus teorías biológico-culturales, nos hacían pensar en momentos alegres, tristes, en logros, en pérdidas. Y mientras mis compañeros compartían lindas experiencias, por mi cerebro circulaban frenéticas imágenes de carretes, amargas borracheras y grandes cagadas…

¿Y qué te pasaba con esto?

Me sentía pésimo y me tenía que quedar callado, pues mi jefe se sentaba a mi lado, como para asegurarse que no sólo me estaba ayudando en mi carrera profesional, sino en mi desarrollo como persona. Muchas veces, terminadas las clases, corría a un barcito para compensar el mal rato, pero al pasar los meses vino el verdadero cagaso. Quise cambiar.

¿Y qué pasó?

Lo que nunca dicen los gurúes; que cuando cambias… todo se viene abajo. Lo bueno y lo malo. Al principio la Clau, mi primera señora, se cagaba de la risa cuando le contaba del Maturana. Ella lo amaba y no entendía porque a mí me afectaba tanto. La Clau era… es… super lana y ella no vivía tantas contradicciones como yo, pues sus papás eran seres normales llenos de imperfecciones y no diostores que querían salvar al mundo. Esa webada te marca y pese a todas mis rebeldías, pese a que salí de esa casa como ingeniero comercial, no pude sacarme todas las trancas. Imagínate, solo por darte un ejemplo, que pese a mis ganas, nunca fui capaz de irme al mundo privado y por eso he hecho toda mi carrera en el Ministerio.

Silencio…

Cuento corto; después de los alumbramientos de los viernes, dejé de carretear, tuve una conversación honesta con la Clau y me fui de la casa. ¿Resultado? Dejé la media cagada, pues no había previsto que sin mí, la Clau y la casa no funcionaban, pues ella era igual o más carretera que yo. Para más remate, de ese mismo taller saqué polola, una psicóloga que vio en mí su tesis doctoral. Yo estaba pa’ la cagada con la separación, sobretodo por mis hijos y la Javi estaba enamorada hasta las patas de mí y de mis desastres. Me amaba tanto que al final me rendí y me dejé querer. Contra todo pronóstico, me casé por segunda vez, ¡y por la iglesia! y te diría que su familia nos adoptó a mí y a mis hijos. Salí del verdadero caos de la Clau y entré a un mundo de seres sanos y correctos. Los primeros años todo bien, pero ya nacido nuestro segundo hijo, el cuarto mío, recaí en el carrete. Básicamente ya no toleraba a su familia, a sus psicólogas amigas, ni a los iluminados de turno. En definitiva, ya no me bancaba nada de la Javi y fue así como conocí, en un cumpleaños de la pega, a la Maite, mi última pareja, una abogada a toda raja. Ya no más lanas ni pelolais, sino una mujer de traje y tacos, argumentadamente de derecha, divorciada y madre de 4 hijos. Me enamoré y nuevamente dejé la cagada. Me fui de mi segunda casa, pero igual tuve que subsidiar a mi segunda ex, pues tampoco se la podía con los niños y las tareas domésticas…

Silencio…

Pese a todo, al principio fue lindo. Un poco caótico cuando estábamos todos juntos. Y quedamos embarazados. ¿Así se dice ahora no? Que te puedo decir… el amor no lo aguanta todo. Era nuestro quinto hijo… nueve en total. Claramente estábamos destinados al fracaso, pero te juro que los primeros dos años sobrevivimos con mucho humor. Estallido, pandemia, primer retiro; caos y esperanza. Dudas. Segundo retiro. Caos y desesperanza. Me empecé a urgir mal. Todo se venía muy rápido cuesta abajo cuando… tercer retiro… tercera separación… soledad y locura en la semana… fines de semana encerrado con cuatro hijos en la casa… a veces con cinco… y a esto tienes que sumarle las perturbantes apariciones de mi mamá… que desde la pandemia… aumentan…

Silencio… y Gustavo sopla dos dedos estirados de su mano… como si fueran un revolver…

Aunque suene demencial lo que te voy a decir, mi tercera separación ha sido espectacular. Insisto, la Maite es una mujer a toda raja y ella entendió que era imposible que sobreviviéramos cada uno con cuatro hijos… y una guagua juntos. Por suerte la Javi, mi segunda señora, se volvió a casar y te podría decir que está mucho mejor que conmigo. Ahora está con un weón que la ama. La Clau, mi primera ex, se hizo amiga de la Maite y ahora trabajan juntas. Y de repente, a mis 45 y tantos, empecé a encontrarme solo.

Silencio…

Comprenderás que con cinco hijos y una madre que cada vez trabaja menos, nunca estás realmente solo, pero empecé a disfrutar cosas muy sencillas, como llegar a mi casa y echarme directamente a la cama, pedir comida y ver tele. ¿Qué más se puede pedir? Y con mis hijos en casa, amé los Rappi, Amazon Prime, Pedidos Ya, los canales premium del fútbol, cornershop y todas las regalías del neoliberalismo. Sí, soy una mierda de persona, pero no escatimé en nada y lo pasamos chancho… pese al primer y segundo retiro. Pero ya en el tercero y con los resultados de la constituyente, sentí que todo se va a la mierda. Y más encima tengo que escuchar a mi vieja… delirante de felicidad.

¿Por qué?

Mi mamá da para un año completo de terapia, pero por ahora sólo te diré que si fuera por ella, colgaría sus últimos años de delantal para vivir a concho este proceso revolucionario. Mis hijos y yo nos tenemos que bancar a esta señora de pelo blanco, templada en acero soviético, despotricar día y noche contra el sistema, contra los políticos y el neoliberalismo… aunque siendo justos… mis hijos mayores y mis ex señoras la admiran y aman. Les hace el día escuchar sus historias, pues no deja de enorgullecerlos o divertirles que una señora de casi ochenta, aparentemente momia y estirada, esté con el pueblo y con los estudiantes… y no con su hijo…

Silencio…

Y en mi pega todo se viene abajo y ahí recuerdo las clases del doctor Maturana. Han pasado muchos años desde esas peleas mentales con el doc y lamento no haberme peleado nunca con mi propio viejo; un ser tan bueno y generoso, que hasta el día de hoy te hace sentir que tus rabias y tus problemas son insignificantes al lado de los de sus pacientes…

Silencio

Y yo pendejo lo único que quería es que me pescara… que me viera… que reconociera mis ideas y necesidades… o que simplemente me defendiera del martillo y de la hoz de mi vieja…

Continuará…