Hola Sebastián. ¿Cómo estás? Sorry que me conecte desde el auto, pero se me había olvidado que terminando contigo tengo hora al dentista. Desde este estacionamiento veo la consulta y cortándote llego en un minuto. Todo calculado para hablar tranquilo. Y es que unos días atrás quise ordenarme y me puse a sacar cuentas. Ahí caché que ya llevamos diez sesiones y la verdad no sé si es tu trabajo, el perro, la pandemia, mi separación -o todas las anteriores-, pero a ratos ni yo me reconozco.
¿Qué desconoces?
Para que te hagas una idea. Odio sacar cuentas. La Bea, mi señora, ella es la que hace… chucha… hacía… los cálculos… Bueno… mi ex señora… tu cachai… Yo soy de puro avanzar y gastar. La Bea me retaba, pero ahora, como ya casi no compro webadas, me encuentro con que tengo plata. Esa wea es rara y hasta hice un análisis y descubrí que los ítems donde más he gastado ha sido en ti y en comida. Al principio te juro que me enojé y dije, voy a cortar a este weon y en eso Tyson se enfermó. Puta, nunca había llevado a un perro al veterinario y tuve que pedirle a Clemente, mi hijo mayor, que me acompañara. Tiene 13 años el pendejo, pero cacha todo y hasta tenía la ficha del perro. Se supone que yo soy su papá, pero te confieso que me sentí más seguro yendo con él. Yo ni sabía que los perros tuvieran una ficha. En fin, el pendejo se maneja, así que estacioné el auto en mi ex casa y nos fuimos caminando los tres.
Silencio…
Tyson estaba aterrado y mientras esperaba que el veterinario nos llamara, me di cuenta que no recordaba la última vez que había llevado a alguno de mis hijos al doctor. Le pregunté a Clemente y con una sonrisa amarga me dijo que no sabía. Me sentí como la callampa y justo pasamos. Clemente se puso a hablar con el veterinario. Empezaron las preguntas y me empecé a sentir mal… me mareé. Y ahí me di cuenta que yo era el responsable de que el perro estuviera raro, pues le compré el primer alimento que encontré cuando se acabó el saco que me había pasado la Bea. Me hice el weon… o sea… mentí…
Silencio
A la salida del veterinario, como quien no quiere la cosa, le pregunté a Clemente la marca de la comida y el pendejo, aunque cachó todo, no me recriminó nada. Cuando la compramos, me sonrió de nuevo con cierta amargura y nos fuimos caminando con el perro y el saco a cuestas hasta mi ex casa. Mi hijo entró, yo me quedé afuera y me puse a llorar. ¡A llorar weón! Porque las había cagado con el puto alimento del perro, porque nuevamente había mentido para tapar mis faltas, porque nunca había llevado a mis hijos al doctor, ni al dentista o al psicólogo ni a ninguna webada. Y lloré tanto que cuando me subí al auto con Tyson no pude partir, pues no veía nada entre tanta lágrima y, para más recacha, salió Clemente sin que me diera cuenta. Se subió al auto y me pasó los papeles del perro. Es mejor que tú los tengas papá. Esa fue la patada final.
¿Qué te pasó ahí?
Puta… seguí mintiendo… le dije a Clemente que me había entrado una webada en el ojo y que me había estresado con esto del perro. Por suerte Tyson se puso a ladrar. Clemente se despidió, se bajó del auto y lo vi de nuevo entrar a la casa. Y sorbiendo mocos y usando las mangas de la camisa como pañuelo, partí y me estacioné media cuadra más allá. Para mi mala cueva, justo salió la dueña de la casa y me reconoció. Hace tiempo que no te veía por acá. Sapa culiá. Seguro sabe todo y se hace la weona. Tyson se puso a ladrar, la vieja se asustó y por suerte se fue. Tuve que bajarme porque el perro estaba como poseído; se puso a oler y a mear todo lo que encontraba. Te juro que debe haber regado como veinte árboles y veinte postes. Sin exagerar. Estaba en llamas recorriendo su ex barrio y ahí caché que yo nunca había caminado ni siquiera por mi ex vereda. Puro auto. Enajenado, este guatón me tironeaba de un lugar a otro y pensé que más encima me iba a terminar arrastrando a mi ex casa… pero para mi sorpresa… Tyson me llevó al auto y se subió más feliz que la chucha. Y no me vai a creer, pero de nuevo me puse a llorar. De la emoción. Puta que son fieles estos weones. Se quiso venir conmigo. Y llegamos al depa y le di su nuevo alimento. Comió como un chancho, pedo, cucha y a roncar.
Silencio…
Me tuve que servir una copa de vino. Una de esas grandes. Tinto. Pa’ dentro y sorpresa. Me llama la Bea. Me pregunta por el perro. Le cuento, me escucha y me dice que Clemente volvió muy contento. ¿Por qué? Porque nunca habían estado solos. Le dijo que ese paseo al veterinario no se le iba a olvidar nunca. Fue eso, tal vez hablamos un poco más, pero no hubo peleas, ni reproches y antes de despedirse me felicitó por estar trabajando contigo. El merenguito del Benjamín le había contado. Y me iba a enojar con ese weon por hocicón, pero inmediatamente la Bea me dijo que no me enojara.
Silencio…
Corto y la webada parece teleserie. Me llama Benjamín. Me tuve que servir una segunda copa de vino y arrancar de la cocina porque Tyson me tenía mareado a pedos. Demasiadas emociones al parecer. Y salí a la terraza copa en mano y Benjamín, que es el padrino de Clemente, me contó que mi hijo lo había llamado para contarle de la visita al veterinario y de cómo me había visto llorar en el auto.
¿Estaba preocupado?
¡No weón! Estaba feliz. Su psicóloga le había dicho que ése era un avance y ahí me di cuenta que mi hijo mayor, pese a lo weon que soy, también me era fiel. Me quiere. Y me fui a la chucha después de hablar con Benjamín y te quise llamar. Pero no lo hice y me cagué de la risa cuando me acordé que días atrás te había querido cortar porque gastaba mucha plata en ti.
¿Qué me querías decir?
Después de hablar con Benjamín no he podido dejar de pensar en mi papá. Yo te he hablado más de mi suegro y de Samuel, el papá de Benjamín, porque esos viejos son los que me ayudaron en mi carrera tenística y profesional. Pero en este encierro eché de menos a ese weón bruto y de pocas palabras… que era mi papá. Un militar que solo se emocionaba con este país, el ejército y los suyos. Cuando estaba en casa, era activo y callado, siempre haciendo webadas, arreglando cosas. Impecable, preciso, templado. Una roca. Era un weon a toda raja y sus necesidades eran mínimas comparadas con las mías. Era feliz con lo que tenía. Y yo, por rebelde, por compararme con los que tenían más, no me di cuenta del tremendo papá que tenía… y ya no está…
Lo siento mucho…
Gracias… Me hubiera gustado que mis hijos lo conocieran más... que supieran que hay otras formas de vivir… Y chucha… cacha la webada que se me viene a la cabeza… pero siento que a mi viejo lo traté igual que a este perro… hasta mi separación. No le di pelota, no lo valoré, porque no era el papá que quería o necesitaba para ser un tenista y un profesional exitoso...
¿Y ahora?
Ahora que estoy lejos de la Bea y los niños, recuerdo todo el rato mi infancia y puta que lo echo de menos. Ojalá lo hubiera aprovechado más. Es triste, pero recién en su funeral dimensioné quien había sido para cientos de soldados. Fue muy potente y supongo que recién ahora… que no tengo casa ni oficina… tengo tiempo para pensar en estas cosas y para estar con este perro.
Silencio
Pobre weon. Te juro que si lo hubiera podido llevar al dentista ahora estaría conmigo en el auto. Si vieras la cara que me pone cuando me voy. Pero te lo doy firmado; cuando llegue de vuelta al depa me voy a encontrar a ese weon roncando feliz en mi almohada. Te juro que ya lo echo de menos y echo de menos a mi papá. Me gustaría algún día tener la paz de ese par de weones.
¿Confías en que vas a alcanzar algún día la paz?
No lo sé, pero lo que si te puedo decir es que me arrepiento de haber sido tan pendejo y de haberme escondido en la pega. Seguro que si hubiera hablado de estas cosas con mi viejo él me hubiera llamado al orden. Pero no lo hice y en esta pandemia me farreé a la Bea y a los niños. Pude haber sido mejor marido, mejor papá… pude haber sido como mi viejo cuando estaba en casa.
¿Cómo es eso?
Muchas veces, tal vez, la mayoría de las veces, mi papá no estaba. Todos sabíamos que mi viejo vibraba en el Ejército. Se notaba. Pero cuando estaba en casa… vibraba por nosotros. Estaba despierto, atento, presente y no enajenado detrás de las pantallas. En definitiva, mi viejo… cuando estaba… estaba… igual que Tyson.
¿Podrás estar más presente?
No lo sé, pero lo bueno es que si hay algo que me ha enseñado la pandemia y este perro es que puedo cambiar. Ya hasta recojo las cacas cuando lo paseo. Incluso cuando nadie me mira. Y al final, aunque suene loco, no sé si para mí ha sido buena o mala esta pandemia; lo que tengo claro es que Tyson me salvó la vida.