Pasan los meses y para sorpresa de muchos, llegamos a octubre con máscaras y amenazas de rebrotes en Chile y el mundo, por lo que la capacidad de vivir con verdades relativas se hace hoy más importante que nunca.
Según el célebre psicólogo Paul Watzlawick, esta capacidad de vivir con las paradójicas incertidumbres de la existencia, no solo nos permite transitar con preguntas para las que no hay respuesta, sino que aumenta nuestra tolerancia frente a los demás. Y esta es la capacidad que Mariano, un ejecutivo argentino de 35 años -que aprovechó el teletrabajo para volver a su querido Buenos Aires- anda buscando desarrollar.
Esto es un caos Sebastián. Un quilombo como decimos acá. Que vergüenza, llevo un mes acá y ya hablo de nuevo como argentino. Perdoname. Tú ya sabes que con Cristina llevamos casi diez años en Santiago y que hace unos meses ronda en mi cabeza la posibilidad de volvernos. Y bueno, la crisis nos permitió estar acá. Y ya está. Descartado. Es imposible vivir en esta ciudad. No se puede.
¿Qué no se puede?
Mirá, vos sabes que lo del estallido social fue como un despertar. Nunca me imaginé que algo así podía pasar en un país tan ordenadito. Me encanta Santiago, aunque como buenos porteños siempre nos quejamos de que nos aburrimos. No es fácil estar lejos de la familia y los amigos, pero sinceramente tu ciudad es divina. De verdad, no tiene nada que envidiar a ninguna, pero uno siempre echa de menos su barrio, el club, todos los clichés. Y si bien el estallido nos botó de la cama, igual nos hizo sentido. Era muy raro esto de vivir como en Europa al lado de Buenos Aires. Hace diez años Argentina era un caos, pero ahora todo es peor. Es invivible, pero parece que teníamos que bancarnos la experiencia. Ya estoy cansado de tanta crisis Sebastián, quiero descansar o aprender a manejar la incertidumbre de ser argentino.
¿Estás cansado de qué?
De ti. De mí. De Cristina. De Chile. De Argentina. De pasar de crisis en crisis desde que tengo uso de razón. De la política, de los políticos, de los chorros, de la policía, de los carabineros, de la corrupción, de las marchas, de la paternidad, del colegio a distancia, de ser profesor de matemáticas, de dormir poco y nada y de tener que bancarme ahora a mis suegros y el despido de mi mujer.
Silencio…
Perdona Seba… pero podría seguir y seguir. Y ahora que Cristina está sin trabajo, está re difícil seguir con nuestro estilo de vida en Santiago. Sabíamos que en caso de que uno de los dos perdiéramos el laburo, volvíamos a la Argentina, pero acá no se puede vivir Sebastián. Es cierto, acá la gente no destruye, pero ya está casi todo destrozado por dentro. La famosa grieta de la que todos hablan, pero de la que nadie sabe verdaderamente nada. Se acabó la solución mágica. No hay retorno posible. Ahora todas nuestras esperanzas están puestas en que mi mujer encuentre un nuevo trabajo allá, porque acá no se puede.
¿Qué no se puede?
Acá, para sobrevivir, tenés que ser un tigre, no podés ser un gatito de chalet. Acá tenés que estar vivo, despierto, alerta, porque si no te cagan y yo ya llevo demasiado tiempo mal acostumbrado a la vida de la República Independiente de Ñuñoa, a trabajar en Sanhattan y a pagar colegios donde aprenden inglés y les garantizan que van a ser alguien. De ahí nadie sale pateando piedras, pero hay que tener mucha guita. Y con Cristina, con mucho laburo, hemos salido adelante. Los dos somos abogados, tenemos estudios de postgrado en Estados Unidos y tuvimos buenos trabajos en Buenos Aires, pero la realidad es que acá jamás ganaríamos lo que ganamos allá. Yo entiendo el descontento social y el malestar de ustedes, pero los invitaría a que vinieran acá a mirar.
¿Y cómo está tu señora?
Ella siempre quiso volver y aunque al principio quedó en estado de shock con… ¿Cómo le dicen ahora los de recursos humanos?... ah… la desvinculación… quedó en blanco todo ese día, pero al día siguiente ya estaba maníaca. Así es Cristina, de extremos, y pasó del shock a la actividad incesante y en cuestión de días ya estaba armando la vida acá. Yo hablé con mi jefe. Es un caballero, no me hizo ningún problema, me apoyó y me dijo que me viniera tranquilo. Y claro, soy clave para sus proyectos y para molestarme me dice que soy su Rey Arturo.
¿Qué te quiere decir con eso?
Él sabe la bronca futbolera que arrastro desde que estoy en Chile. Y me banco las bromas, me banco a los clientes, me banco al gerente general, me los banco a todos y salgo jugando. Y hasta hago goles. Y he tenido mis caídas. Ser papá tres veces, sin familia y con pocas redes, me ha hecho tener mis tropiezos. No he chocado ningún Ferrari, pero si me he mandado un par de cagazos por dormir poco y mal. Me han mandado al banquillo, pero he vuelto y corro como caballo loco. Y en esas carreras, me pueden pasar un gol o yo meter otro. Pero con la pandemia y los tres nenes en casa con Cristina casi enloquecemos. Hice llorar como diez veces a Mariano enseñándole matemáticas. ¿Y quién soy yo para enseñarle una materia que detesto? Soy un buen abogado, pero un desastre de pedagogo. Con vos soy un caballero, pero en casa perdía la paciencia, Cristina se me ponía brava, las nenas lloraban y así fue como empezamos a calentarnos, y si no hubiera sido por su desvinculación, que enfrió todo, nos matamos a trompadas.
Nuevo silencio…
No sé Sebastián. Cuando nació Mariano descubrí que podía dormir poco y mal y seguir laburando. Con Lucía superé otro límite. Descubrí que podía laburar sin dormir. Y con Isabella aceptamos que la vida es un caos controlado, que uno hace lo que puede. Cuando entró al colegio con Cristina lloramos de emoción. Íbamos por fin a descansar un poco. Pero no mi gran amigo, llegó el Covid y todo se fue a la mierda. Ya no era caos controlado. Solo caos. Y Cristina perdió el laburo. Y pasamos del shock a la manía, de la manía a la depresión y ahora estamos igual que el país y necesito apoyar a mi mujer. Sebastián, ella se bancó ir a Chile y alejarse de su familia por nuestro proyecto profesional. Ha hecho muchas renuncias, la peleamos y los dos conseguimos buenos laburos con rentas impensables en Argentina. Nos sonreía la vida, pero ella no solo perdió el laburo, sino, como repiten allá, la dignidad. Y acá, con los nenes y mis suegros todos los días, creo que va a perder la cabeza. Si fuera por mí, cruzo mañana la Cordillera de los Andes para volver a nuestra vida anterior en Santiago, pero sin laburo esa realidad se acabó y con tres nenes en casa es redifícil tener cabeza para las entrevistas. Y con la crónica roja de mis suegros, no hay ser humano que aguante.
¿Y hasta cuándo se quedan allá?
Mirá, hemos zafado de milagro, pues el departamento de Santiago se lo alquilé a un amigo argentino. Amoblado, con cochera y gastos comunes al día. Con eso pago el crédito hipotecario y acá donde mis suegros nos ahorramos el alquiler y ganamos malos ratos. Pero siendo sincero, me dejan laburar y Cristina y ellos se encargan de los nenes y nunca más hice clases de matemáticas. He rendido en el laburo, mi jefe sigue contento conmigo, pero Cristina es una bomba de tiempo. Está irreconocible y si sigue con ese analista de mierda tres veces por semana, capaz que llegue a la escena primaria… esa en que ves como tu viejo le pone la pija a tu vieja… y se va todo al carajo. Y claro, ella me dice que esto del coaching no es para ella, que es muy light y aún sin laburo le sigue pagando. ¿Vos sabes que mi mujer le paga las vacaciones hace diez años a este hijo de puta? Ya está, esa es una pelea perdida con ella, como el televisor en el cuarto o las vacaciones con mis suegros. Me quiero matar Sebastián, pero antes la tengo que sacar de acá, ayudarla para que se prepare con Head Hunters o abandonar todo, irnos al Bolsón a vender artesanía en la Feria Regional y olvidarnos de nuestra vida en Santiago.
Silencio…
Gracias Sebastián, necesitaba desahogarme. Es un lujo tenerte acá, de verdad. Me tranquiliza tu acento, tu silencio, tus preguntas. Acá todos hablan, acá todos saben, acá todos tienen las respuestas y mirá cómo estamos. No sabés la bronca que me da cuando ustedes hablan mal de su país. Se nota que no saben lo que tienen. Espero abrás pronto tu consulta en Santiago para tomarnos un café y seguir charlando. Ojalá te cuente que Cristina consiguió laburo, que los nenes volvieron a clases y que Mariano superó el trauma que le dejé enseñándole matemáticas. Ojalá mi mujer salga del hoyo en que está, pues no solo es una gran abogada y una gran trabajadora, sino una gran madre y una gran mujer y este covid de mierda la ha hecho dudar de todo. Y tiene que volver a confiar en ella y perdoname que te lo diga, pero ese colega tuyo que tiene acá, lo único que debe querer es que se quede para seguir pagando el alquiler.
Verdaderamente agotado me levanto como un resorte de la silla y con las manos en las caderas doblo mi tronco hacia atrás. Claramente la silla de mi comedor no es tan cómoda como la de la consulta y reconozco que echo de menos el café del que habla Mariano. Abro la ventana, miro mis flores, y no puedo estar más de acuerdo con Ralph Waldo Emerson: “Las flores son una orgullosa afirmación de que un rayo de belleza supera a todas las utilidades del mundo”.