A casi un año del estallido social -y aún en medio de la pandemia- varios de mis clientes coinciden con Mafalda en que paren el mundo, que me quiero bajar. En la vorágine, se nos fue Quino y parece mentira lo vigente que está.
En una viñeta, vemos a un líder mundial sacarse la máscara y jactarse de haber vencido fácilmente al Covid, ajeno al drama de cientos de miles de compatriotas que no tuvieron la suerte de ser trasladados en helicóptero a los mejores centros de salud, ni de ser tratados por equipos médicos de excelencia que contaban con medicamentos de punta.
En otras viñetas, los bosques del mundo se queman, en el Cáucaso se reactivan conflictos bélicos que no respetan la distancia social y en el cono sur nuestros políticos se mandan mensajes por la prensa, criticando las políticas públicas del otro, mientras la prensa local nos anuncia que hay comunas con un número significativo de nuevos contagios.
En este escenario conecto con Mariano, un cliente argentino que decidió pasar la pandemia en Buenos Aires, ya que su señora, recientemente desvinculada en Chile, necesitaba pasar esta crisis con los suyos. Así, desde el departamento de los suegros de Mariano, empieza nuestra sesión:
Hola Seba, después de mis descargos de la semana pasada, debo confesarte que he tenido unos días zarpados. ¿Estaré bipolar? Es re loco volver a Buenos Aires y después del caos inicial, las cosas se han calmado y Cristina ya consiguió un nuevo laburo en Santiago. Nos vamos a quedar unas semanas acá para capear la primavera chilena, cosa de volver tranquilos a nuestra vida anterior. Estoy re contento che, pero igual tengo sentimientos encontrados. La semana pasada quería zafar y ahora una parte de mí se quiere quedar.
¿Qué cambió?
Al día siguiente que hablamos, me pegó un tubazo Samuel, el abuelo de Cristina y me pidió visitarlo y no decir nada. Y claro che, por el Covid, no ha querido ver a ninguno de sus hijos y nietos y se vería re maaal que me recibiera a mí. Y así, en las sombras de un departamento de la Recoleta, este Gardel de más de 90 años, desde su cama, gestó el nuevo laburo de Cristina sin que ella supiera. Es un caballero de cuento y con agenda en mano, fuimos repasando uno a uno sus contactos. Él me hablaba de ellos, mientras yo le contaba del último laburo de Cristina, de sus intereses profesionales, su experiencia, sus estudios, sus habilidades y él relacionaba todo. No te podría decir que tipo de inteligencia es la que tiene, pero escucha, pregunta y conecta. Aunque es argentino, es hijo de padres húngaros y creo que trae una sabiduría muy antigua. Yo lo conozco hace quince años, cuando estudiaba leyes con Cristina y me enamoré de él. Y fue recíproco, pero perdoname, ya me fui por las ramas. Mirá a dónde fui a parar con tu pregunta. ¿Qué cambió verdad?
Sí
Bueno, de partida Cristina ya tiene laburo y segundo, este señor me devolvió la paz que había perdido en estos meses, tal vez años.
¿Cómo es eso?
Mirá, Cristina es la consentida de su nono. Es un gran empresario naviero. Los barcos son su vida y a sus hijos les faltan jugadores; son unos pelotudos, partiendo por mi suegro, que es un presumido intelectual argentino, incapaz de reconocer que ha podido dedicarse en cuerpo y alma a su obra, gracias a la guita de su padre. Y a todos, incluyendo a los nietos, no les llega agua al tanque, salvo Cristina, que siempre fue un ratón de biblioteca. Imaginate que la conocí estudiando y nunca ha dejado de andar cargada de libros. Nunca. Daba teta leyendo, corre escuchando audio libros… hasta para cocinar estudia y rescata recetas de su bisabuela. Yo no había conocido una mujer así en mi vida. Me tenía hasta las manos. En la universidad parecía una sobreviviente, estudiaba como si estuviera en peligro, como si dejar los libros fuera una amenaza. Y juraba que yo no existía para ella, hasta que un día me invitó a su cumpleaños. Fui a su casa y ahí me di cuenta que, aparte de su familia, era el único invitado. Pará boludo, estoy reflasheando, ¿de qué estábamos hablando?
Del trabajo de Cristina
Tenés razón. Mirá, Cristina no puede trabajar en cualquier cosa. Ella necesita estudiar y sentir que se le va la vida en lo que hace. Y en casa, con los pibes, conmigo y en la cocina, es igual. Pero más allá de esos límites, le cuesta la vida. No por nada va al analista hace 15 años. Tal vez más, pero está claro que no le resulta fácil. Y yo creo que Samuel, que tiene algo de este chileno, ¿cómo se llama este mago? ¿Jodorowski? Sí, tiene ese aire misterioso, ve más allá que los demás. El desde que me vio quiso que me casara con Cristina y nada más hacerlo me metió en sus negocios, nos financió nuestros postgrados y estadías en Estados Unidos y nos recomendó irnos a vivir a Chile, lejos y cerca de la familia y de la Argentina. ¿Qué habrá visto este señor? No lo sé, pero Cristina, por sus propios méritos, se consiguió un extraordinario laburo en estos organismos multilaterales que a ella le gustan y yo, gracias a las gestiones de Samuel, fui contratado en un estudio importante de Santiago. Mientras Cristina luchaba por un mundo mejor, yo le veía los contratos a Samuel. Además, gracias a sus contactos, traje muchos clientes, razón por la cual mi jefe me adora, pero sé que nunca llegaré a ser socio.
¿Qué te hace pensar eso?
Porque soy argentino y si he sobrevivido el estallido y la pandemia en el estudio, es por Samuel y por mi chispesa, como dice mi jefe. Yo soy nieto de carnicero Sebastián. Mi viejo es un profesor de escuela traumado por la brutalidad de su viejo. Fue un hijo de puta con mi vieja. Se la cagó en todos los usos de la palabra y la pobre no tenía cómo zafar. La verdad, mi vieja empezó a vivir cuando mi viejo desapareció con una piba mucho más joven. Se fueron y nadie los extraña. Mi vieja es feliz como abuela. Al menos es más feliz. Es un sol Sebastián, la mejor vieja del mundo y si he podido ayudarla económicamente, a ella y a mis hermanas, ha sido gracias a Samuel. Y él me aceptó en su familia y mirá vos lo que voy a decir, pero ahí conocí lo que es una familia. Y todos se odian, pero eso da igual. Son familia y se bancan. A mí me miraban hacia abajo al principio, pero cuando fui bendecido por Samuel, pasaron de mirarme feo a odiarme. Todo un éxito social. Un salto en mi carrera. Y este viejo me formó y me tomó bajo su tutela, pues yo era más vivo que todos esos boludos y amaba a Cristina. ¿Qué loco no? La siga amando, pero en su momento creí que no podía más.
¿Qué no podías?
Sin laburo, sin tener que estudiar, Cristina se pierde. No sabe qué hacer y como dicen ustedes, se le van las cabras al monte. Ya te conté la semana pasada como en cuestión de días desarmamos nuestra vida en Santiago para venirnos acá. Y empezó a buscar laburo, casa, colegio para los nenes. Y todo en medio de la pandemia. Yo estaba hecho percha y los padres de Cristina nos ofrecían un departamento que tienen en el mismo edificio y ahí me puse firme con Cristina. Le dije que no, que no podía vivir en un psicoanálisis perpetuo, pues la familia de Cristina es así.
¿Así cómo?
Salvo Samuel, son todos de diván. No sé qué les pasó. ¿Será la guita la que los perturbó? ¿El país? ¿La economía? ¿La historia no resuelta? No lo sé Sebastián, pero creo que Samuel fue un visionario al mandarnos a estudiar afuera y a vivir al otro lado de la cordillera. Solo en él encuentro la paz que no encuentro en mi país. El me tranquiliza con sus historias familiares, con ese mundo que hoy parece una nube de pedo. Con esa Argentina próspera donde su padre rehízo su vida de la nada y donde se enriqueció mirando al Atlántico. Boludo. ¡Se hizo rico en Argentina! ¡Con estudios básicos! Y nosotros, con Cristina, con estudios universitarios, con postgrados en Estados Unidos y esfuerzo constante, estamos donde mismo. En la inercia, en la suma cero. ¿Y qué va a pasar cuando no esté Samuel? Sus hijos y nietos solo saben gastar. No trabajan, no producen ni comercian. Y siento que el país y la familia de Cristina se van a la mierda en cualquier minuto y ahora que te cuento todo esto, no sabés como extraño mi departamento de Ñuñoa. Y estuve al borde de volver a este precipicio, de no ser porque Samuel le consiguió un nuevo laburo a Cristina. Pero matame si querés, pero ya estoy pensando en qué va a pasar si nos quedamos nuevamente sin trabajo en Chile. ¿Cómo se puede vivir así Sebastián?
No lo sé Mariano
No sabés… Mirá que el otro día me acordé de vos en una librería. Me habías hablado de El Cerebro Femenino y me puse a buscarlo y no sabía si reír o llorar cuando el vendedor me dijo que no lo tenía, pero que le había llegado uno que se llamaba el Cerebro Argentino. ¡Dejá de bardear! Nada Sebastián, vuelvo después de octubre a Santiago, ojalá no haya tanto quilombo, porque siéndote sincero, no sé si estoy bien. Si Cristina está mal. Si los dos estamos en crisis. Si su familia está loca. O es el país. No lo sé, pero no me siento preparado para abordar todo esto. No todavía. Tal vez este laburo le toque a mi Mariano. Pobre pibe. Pero en Chile al menos nos protege la montaña y espero, después de octubre, continuar nuestra vida chilena que che, no sabes lo buena que es.
Termina la sesión y como diría Mafalda, apenas uno pone los pies en la tierra, se acaba la diversión. Me levanto de mi silla y automáticamente abro el ventanal y salgo a la terraza para respirar. Apoyado en la baranda pienso en el aguante de tantas y tantos, que en pandemia, han perdido sus vidas pasadas y que ahora se preparan para otras, en Chile y el mundo.