A una década del megaterremoto del 27 de febrero de 2010, uno de los aspectos demográficos y sociales que más cambios ha presentado, es el aporte de la migración a la población nacional. En ese entonces, las últimas mediciones oficiales, como el Censo del año 2002, daban cuenta de un porcentaje extranjeros residentes en Chile de solo 1,2% (195.320 personas).
Posteriormente, en ausencia de Censo 2012, las encuestas Casen dieron señales de que el fenómeno iba en claro crecimiento, pasando de 2,1% en 2013 y a 2,7% en 2015.
Pero fue en 2018, con los resultados del Censo abreviado 2017, se que logró tener una visión real del fenómeno. Los datos oficiales dieron cuenta que los migrantes eran el 4,5% de la población (746.465 personas).
Un alza importante, que además habla de un número importante de personas que no estuvieron en el llamado 27F. Considerar entonces, capacitar e informar a esa población, para que esté preparada para enfrentar un terremoto y tsunami, es muy relevante, destaca Pablo Salucci, geógrafo UC y académico de la carrera de Ingeniería en Gestión de Expediciones y Ecoturismo de la Universidad San Sebastián, sobretodo “considerando la gran cantidad de personas que han llegado desde Haití, Venezuela y de otros países en la última década”.
Socializar el conocimiento
En la última década se han realizado avances en educación sobre el tema y, en especial, se han incorporado señaléticas que advierten de zonas de peligro de tsunamis, por ejemplo. Pero muchas de ellas, dice Salucci, si bien están en español e inglés, aún no ha incorporado el creole haitiano. “Si consideramos la barrera idiomática, eso de entrada ya es una barrera en el caso de los haitianos, porque buena parte de los documentos están solo en español”, señala.
Junto con incorporar otros idiomas a las advertencias sobre este tipo de eventos y catástrofes, también se requiere comprender ciertas conductas sobre los mismos. En ese sentido, indica Salucci, se necesita transmitir la experiencia que como chilenos se tiene sobre los terremotos, y que ellos no conocen, “porque muchas veces por el bajo capital social de ser migrantes, no logran establecer mayores lazos sociales, lo que dificulta la transmisión del conocimiento que tenemos y que hemos adquirido con el tiempo".
Es muy importante que esa población reciba ese tipo información. Y si bien en Haití tienen terremotos, como el del 12 de enero de 2010, Salucci resalta que “no tienen la frecuencia ni las magnitudes que presenta nuestro registro sísmico, por lo que la experiencia de ellos en este tema es muy distinta a la nuestra”.
En Venezuela, otro país de origen de población migrante, es un país que presenta sismos y cuenta además con una falla que genera terremotos, explica el experto, pero no tienen, al igual que Haití, la frecuencia e intensidad que se da en Chile. Uno de los últimos eventos en Venezuela tuvo una magnitud de 7,3 y se produjo el 21 de agosto de 2018. En tanto, el que tiene la categoría como el “más grande” en la historia sísmica de ese país, ocurrió el 21 de octubre de 1766, de magnitud 7,9.
Se debe considerar además, dice Salucci, que existe población migrante que vive en malas condiciones de vivienda, aspecto que suele afectarse en eventos de gran magnitud. “Ocurrió en el terremoto 2010, en el que se hizo un estudio con la población peruana, porque muchos de ellos llegaron a ocupar sites de adobe que se cayeron con el terremoto y ellos perdieron sus lugares donde vivir. Eso ocurre porque no hay política pública que atienda los problemas de vivienda con los extranjeros”, detalla.
“Actualmente existen varias ONG que atienden estos grupos y les enseñan a cómo tienen que responder a la emergencia y reconstrucción. Pero esa reconstrucción no solo es material, sino también humana, por eso se les cuenta cómo actuar y entender el territorio en que están, no con la intención de asustarlos, sino que internalicen ese conocimiento en su diario vivir”, dice Salucci.
Un conocimiento que también debería tener la población flotante que agrega el turismo. “Es necesario informar sobre las zonas de riesgo a los turistas y de cómo realizar una actividad segura. Muchas de las personas que fallecieron el 2010, estaban vacacionando”, destaca.