En las llanuras áridas del desierto de Atacama se ocultan vestigios de un paisaje del pasado, muy diferente al que conocemos hoy. Esas tierras contienen un registro, a escala milenaria, que entrelaza las huellas naturales y humanas de una historia común en evolución.

Entre 17 mil y 10 mil años atrás, según está documentado, hubo un periodo de intensas lluvias en el altiplano que contribuyó a colmar de agua todas las quebradas que desembocan en la Pampa del Tamarugal, donde florecieron bosques de tamarugos o algarrobos, y una variada vida vegetal.

“Ahí existe lo que se conoce como minas fósiles. Está lleno de restos de troncos y hojarascas de especies que hoy están mucho menos representadas, porque eran especies forestales que necesitaban más agua para desarrollarse”, explica la arqueóloga Virginia McRostie, académica de la Escuela de Antropología UC, quien lidera el equipo del Núcleo Milenio para la Ecología Histórica Aplicada de los Bosques Áridos, AFOREST.

Descifrar ese tipo de evidencias, para reconstruir una historia desde 17 mil años atrás hasta hoy, es uno de los ejes centrales del trabajo que acaba de iniciar un equipo de ocho investigadores principales que integran distintas disciplinas en este proyecto. El Núcleo AFOREST buscará acrecentar el conocimiento sobre estos bosques áridos, primero sin la presencia humana, y luego a través de su interacción con los habitantes ancestrales, que colonizaron el desierto hace unos 13 mil años. Con este fin, se han escogido sitios en tres lugares del norte chileno: la Pampa del Tamarugal, incluyendo la Reserva Forestal de Conaf; la cuenca del río Loa, desde su desembocadura hasta Chiu-Chiu, aguas arriba; y el Salar de Atacama.

En este mapa se muestran los sitios escogido para el estudio de los bosques áridos en el norte chileno: la Pampa del Tamarugal, incluyendo la Reserva Forestal de Conaf; la cuenca del río Loa, desde su desembocadura hasta Chiu-Chiu, aguas arriba; y el Salar de Atacama. (Mapa: Núcleo Aforest)

En la Ecología Histórica, el ser humano es un factor gravitante en los cambios ecológicos. “Lo que plantea este programa de investigación es que tanto la naturaleza como los humanos van dejando una historia en los paisajes, que se puede leer por capas, como un texto o un palimpsesto (un manuscrito que fue escrito sobre otro, pero que aún conserva sus huellas)”, explica Virginia McRostie. Y se añade la palabra “aplicada”, dice, porque al lograr “leer” este pasado milenario y entenderlo, eso puede ayudar a la comprensión del presente y realizar mejores diagnósticos hacia el futuro para conservar estos ecosistemas.

Especies amenazadas

Al comenzar el trabajo, el equipo del Núcleo hará un levantamiento de toda la información disponible, lo que incluye investigaciones científicas, mapeo de cuencas e imágenes satelitales de los bosques áridos del género Prosopis (algarrobos o tamarugos), que son las especies predominantes en el paisaje desértico. “Vamos a ver el estado de estas poblaciones, sus estructuras de edades, ver si presentan regeneración o no, y estimaremos su tasa de mortalidad”, describe la ecóloga Francisca Díaz, investigadora del Instituto de Biología y Biodiversidad (IEB) y directora alterna del proyecto.

Los tamarugos son árboles con raíces profundas que penetran la tierra hasta napas subterráneas, a unos 15 metros de profundidad, sin embargo, su supervivencia está amenazada por la extracción indiscriminada del agua que los sostiene. “Con imágenes satelitales, hemos visto que a medida que el acuífero va descendiendo, la población de árboles de la pampa del Tamarugal se ha ido contrayendo”, dice la académica.

Felipe Carevic, de la Facultad de Recursos Naturales Renovables de la Universidad Arturo Prat (UNAP), también investigador principal, quien ha estudiado los tamarugos por más de una década, advierte que ya están categorizados como especies en peligro crítico de extinción, al igual que otros arbustos, como la retamilla. Una de las causas, dice, es “un colapso gigante respecto al agua; se extrae de las napas 4 mil litros por segundo y la recarga es de mil litros por segundo”. Los deshielos y las lluvias del altiplano no logran recargar los acuíferos por el alto nivel de extracción por parte de la sanitaria que abastece al populoso sector de Alto Hospicio y a los usos en la actividad minera. Una medida necesaria sería desalar agua de mar, plantea, tal como se hace en otras zonas del norte, y dejar de sacar agua de las napas subterráneas.

Los tamarugos son árboles con raíces profundas que penetran la tierra hasta napas subterráneas, a unos 15 metros de profundidad, sin embargo, su supervivencia está amenazada por la extracción indiscriminada del agua que los sostiene. (Fotografía: Tamarugo en Salar de Atacama/iStock)

¿Bosques introducidos?

“Los algarrobos son longevos y monumentales, viven hasta mil años”, describe Virginia McRostie. Y si bien desde la ecología y el catastro de bosque nativo clasifican esta cobertura vegetal como “formaciones xerofíticas” o la vegetación adaptada a climas áridos y semiáridos, este proyecto quiere posicionarlos como bosques áridos en el imaginario de los chilenos. “Son masas boscosas que han variado mucho a través del tiempo y lo que hoy día vemos como paños fragmentados, es probable que en el pasado hayan sido mucho más abundantes. El bosque es dinámico”, enfatiza la académica.

Pero, además, existe un vínculo muy afiatado con los humanos. “Nuestra hipótesis es que son paisajes culturales. Varios árboles que hoy se consideran como nativos probablemente fueron introducciones bien tempranas, hechas por pueblos originarios”, afirma.

En la Pampa del Tamarugal, en el sector del Salar de Llamara, que se incorporó a la Reserva de Conaf en 2013, es posible hallar árboles separados por 20 o 30 metros que se han ido reproduciendo en forma natural. “Los árboles más añosos están ahí y ese es el reservorio genético”, destaca Felipe Carevic. El Núcleo AFOREST indagará esa información clave, pues “al haber más diversidad genética en una población, hay mayor resistencia de los individuos a sequía, a la disminución de las napas, al ataque de plagas y al cambio climático”.

Menor diversidad, en cambio, tendría el sector de la reserva con reforestaciones que datan de los años 60 y 70, donde los tamarugos están a distancias de 7 metros entre sí, ya que es muy probable que sean “árboles hermanos” que fueron propagados del árbol que dio mejores frutos.

Otro de los objetivos del proyecto es la filogeografía, es decir, la reconstrucción de linajes en el tiempo, con la toma de muestras de árboles vivos y extracción de ADN “para comparar y ver qué tan parientes son unos de otros”, comenta Francisca Díaz y agrega que habrá colaboración de investigadores de Argentina, quienes han trabajado bastante con el género Prosopis.

Además, dice la ecóloga, se trabajará con paleo ADN en restos fósiles muy pequeños, como trozos de madera y muestras muy degradadas de sedimentos, para tratar de identificarlos usando marcadores genéticos y poder establecer la aparición de determinada especie en la reconstrucción de esta historia milenaria de los bosques áridos.