Este 11 de febrero celebramos un nuevo Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, establecido por la Asamblea General de la ONU a fines de 2015, en reconocimiento de las múltiples brechas de género que impiden a las mujeres desempeñarse plenamente en el ejercicio de las profesiones del conocimiento.

En Chile tenemos motivos para alegrarnos. Por ejemplo, tanto la Subsecretaria del nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, como las 5 Seremis Macrozonales de la misma cartera, son mujeres. Por otra parte, el 24 de enero la Subsecretaria, Carolina Torrealba, junto a Aisén Etcheverry, Directora Ejecutiva de la nueva Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID, heredera de CONICYT), lanzaron una Hoja de Ruta para la Construcción de la Política de Género en CTCI. En ella se definen principios, ejes de acción y medidas inmediatas y graduales, no solo necesarios, sino urgentes. Un logro aún mayor será, cómo se pretende, implementar estos caminos junto a los Ministerios de la Mujer y Educación.

Valoro el reconocimiento de que lo más trascendental y complejo, son los cambios culturales necesarios, y abordarlos requerirá de muchas intervenciones, constantes a lo largo del tiempo.

La mirada debe ser amplia, pues las luchas por la igualdad son múltiples, y suelen cruzarse, exacerbando los sesgos de los que nos queremos deshacer.

Un punto importante es reconocer que lograr el acceso a una carrera científica no es el fin de la batalla. Cada punto de inflexión, de avance en la carrera va dejando mujeres en el camino. Por ejemplo, hay un menor porcentaje de alumnas de postgrado que de pregrado, menor porcentaje de académicas titulares que asociadas, y sólo un 17% de mujeres accede al liderazgo de centros de excelencia. Pero esas lideresas tampoco le ganaron la batalla a los sesgos de género. Aún se mantienen prácticas culturales que los perpetúan, pues a las mujeres se les escucha menos, se les cita menos, y se toma menos en cuenta su opinión.

Además, tengamos ojo con la "doble desigualdad", o la invisibilización de las investigadoras de las humanidades y las artes. Recordemos que lo que buscamos es fomentar el rol de la mujer en el conocimiento, y no sólo en las ciencias naturales y exactas, áreas de dónde provienen tanto la Subsecretaria como las 5 Seremis del Min CTCI.

Por otro lado, una política de género debiese ser una política de "géneros", pues si bien la mujer ha sido históricamente discriminada en casi todas las áreas del saber, mucho peor ha sido el caso de personas de la comunidad LGBTI+ y disidencias sexuales y corporales. Cuando declaramos el valor de la diversidad en todas sus dimensiones -pues eso le otorga riqueza, creatividad y resiliencia a la investigación -, nos quedamos cortos con sólo relevar el rol de la mujer. Abogo por enarbolar la bandera de la diversidad radical.

Y finalmente, no hay igualdad de género sin nuevas masculinidades. No sacamos absolutamente nada con abrir la ventana de oportunidades a las mujeres y decirles: tú también puedes ser matemática o ingeniera, si no le decimos a los hombres: tú también puedes ser enfermero, parvulario o cuidar de personas mayores, trabajos cruciales (algunos creen que serán las profesiones más requeridas en el futuro) pero invisibilizados y mirados en menos porque la mujer los ha hecho gratis históricamente. No hay igualdad de género posible sin esa nueva masculinidad, que está al debe pues el hombre aún no ha dado la batalla para que se le respete en la esfera privada, tal como sí lo ha hecho la mujer – durante décadas – para que se le respete en la vida pública. Aterrizado en políticas públicas, se pueden implementar medidas inmediatas como el postnatal y fuero masculino para todo tipo de trabajadores del conocimiento, no solo los con contrato indefinido.

Estamos aún lejos, como país y como ecosistema del conocimiento, de esa cultura de la co-crianza, el co-cuidado y la co-responsabilidad, y es rol de todas y todos quienes participamos de generar, compartir y gestionar conocimiento, comprometernos a aplicar a nuestras prácticas cotidianas el mismo ojo crítico y reflexivo que aplicamos a nuestra investigación.