Después de doce días de juicio, el Tribunal de Vesoul, Francia, entregó el veredicto en el caso que investiga la muerte y desaparición de la joven japonesa Narumi Kurosaki, donde su expareja, el chileno Nicolás Humberto Zepeda Contreras (33), es el único acusado.
Y tal cómo se muchos previeron, tras casi cinco horas de deliberación, el tribunal consideró que Zepeda es culpable del crimen de Narumi. A diferencia de lo que ocurre en Chile, donde la sentencia se entrega con días posteriores a la condena, en Francia ambas son reveladas el mismo día. De esta forma, el juzgado dio una condena de 28 años de cárcel para el chileno. La sentencia en este juicio de apelación fue la misma que en el primer juicio, en Besanzón. La fiscalía estaba pidiendo cadena perpetua para el chileno.
Desde que comenzó el juicio, Zepeda negó sostenidamente ser culpable de la muerte de Narumi, pese a que sí reconoció haberse reunido con ella en su viaje a Francia y haber pasado con ella cerca de 30 horas en su habitación, en una residencia universitaria de Besanzón. Aseguró que cuando la dejó, en la madrugada del 6 de diciembre, la joven se encontraba en perfecto estado de salud.
La japonesa al momento de la desaparición, el 4 de diciembre de 2016, tenía 21 años. Su cuerpo, hasta ahora, no ha sido encontrado. En ese entonces, Zepeda tenía 25. Según la fiscalía, Zepeda dio muerte a su expareja mediante la asfixia a eso de las 3 de la madrugada, el 5 de diciembre de 2016. Luego, sobre el cuerpo, el ente persecutor tiene dos teorías: o lo arrojó al río Doubs o lo quemó en un bosque en la ciudad de Dole.
Manteaux, quien pedía cadena perpetua, señaló que la premeditación de Zepeda se basaba en que el chileno compró 5 litros de combustible, productos de limpieza y fósforos. Eso, además del seguimiento que Zepeda realizó a Narumi las horas previas a su muerte.
¿Cómo una persona puede comprar combustible, fósforos y eventualmente lanzar el cuerpo de una persona a un río? Adrian Raine, neurocriminólogo inglés y profesor en la U. de Pensilvania (EE.UU.), fue uno de los primeros en hacer escáneres cerebrales a asesinos para entender la criminalidad violenta, según consignó un reportaje de Qué Pasa.
Raine encontró algunas diferencias, que daría lugar a comportamientos distintos al común de la gente. Menos control sobre el sistema límbico, encargado de emociones primarias como la ira y la rabia; una mayor adicción al riesgo; una reducción del autocontrol; y habilidades deficientes para resolver problemas, de acuerdo a sus estudios, los que predisponen a una persona a la violencia.
Según los neurocientíficos, ante la agresividad, la amígdala hiperreactiva estimula toda la zona de resultados impulsivos y eso hace que se bloquee la comunicación con el glóbulo prefrontal, con la corteza prefrontal, lo que genera que una persona no procese de manera consciente sus reacciones.
En 2019 se publicó uno de los estudios más grandes sobre el tema, basado en una muestra de escáneres cerebrales de más de 800 hombres encarcelados. Sus conclusiones muestran que quienes habían cometido o intentado un homicidio mostraban una reducción en la función de la materia gris en comparación con las personas involucradas en otros delitos.
El estudio, publicado en la revista Brain Imaging and Behavior, señala que esas diferencias podrían estar relacionadas, con la forma en que procesan la empatía y la moralidad. “Más materia gris significa más células, neuronas y glía”, señaló la investigación. En 1994 usó exploraciones de tomografía por emisión de positrones (PET) para analizar a 41 asesinos convictos, que comparó con grupo de control “normal” de 41 personas de edad y perfil similar.
¿Qué encontró? Actividad metabólica en diferentes partes del cerebro que revelaron que los cerebros de asesinos mostraban una reducción significativa en el desarrollo de la corteza prefrontal, área de “la función ejecutiva” del cerebro, al comparar con el grupo de control.
Variaciones morfológicas
De acuerdo a los expertos, si bien ningún cerebro es igual a otro, no hay grandes variaciones de formas y alteraciones morfológicas. Sin embargo, en el caso de las personas psicópatas sí hay diferencias en el funcionamiento cerebral. No son personas que sean más inteligentes que otras, no son personas genias que canalicen mal sus recursos. Son comunes y corrientes en su potencial cognitivo, pero en ellos la emoción y recompensa no funciona de manera adecuada.
Algunos expertos también han insinuado que algunos asesinos podrían tener diferencias genéticas respecto al estándar de la población. En 1993, una familia en Países Bajos mostró que todos los hombres tenían un historial de violencia. Una larga investigación descubrió que a todos les faltaba el mismo gen, que produce una enzima llamada MAOA. Se trata de un gen implicado en la regulación de las emociones y del comportamiento, el que podría influir a largo plazo en el impacto de la violencia experimentada en la infancia sobre el comportamiento antisocial.
Otro estudio publicado en 2017 y realizado por el Instituto Universitario de Salud Mental de la Universidad de Montreal (CIUSSS), en Canadá, con 327 jóvenes que vivían en Quebec, algunos de los cuales se vieron expuestos a la violencia de niños, mostró signos de violencia en presencia de este gen.
“Sabemos que las personas que son víctimas o testigos de violencia en la infancia tienen más proclives a tendencias antisociales de adolescentes y adultos”, explicó Isabelle Ouellet-Morin, investigadora del CIUSSS y una de las autoras del trabajo.
“Los estudios genéticos han demostrado que esta influencia puede verse exacerbada a través de diferencias en el ADN, por ejemplo, en el gen de la monoamina oxidasa A o gen MAO-A”, añadió Ouellet-Morin, profesora de la Escuela de Criminología de la Universidad de Montreal.
Otra investigación publicada en la revista Molecular Psychiatry relacionó las variantes de dos genes -MAOA y CDH13- con la propensión a cometer crímenes violentos. El trabajo fue realizado por un equipo de investigación del Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia).
Según explico Jari Tiihonen, profesor del Departamento de Neurociencia de la institución sueca y principal autor del estudio, “más del 50% de los delitos violentos graves cometidos en países desarrollados pueden explicarse por razones genéticas. Nuestro estudio sugiere que estos genes podrían estar involucrados en un 10% de los crímenes”.
Pero las diferencias genéticas o en el cerebro no pueden explicar por si solos un crimen. El 17 de agosto de 2016, Patrick Nogueira asesinó en España a sus tíos y a sus dos hijos pequeños con un cuchillo que había comprado unos días antes. Luego desmembró los cuerpos de los adultos y metió todos los cadáveres en bolsas. En la sentencia dictada en el juicio de este crimen quedó acreditado que Nogueira padece “daño neuronal del lóbulo temporal”. Según el informe de uno de los peritos experto en medicina nuclear, el PET-TAC (una técnica de neuroimagen) que se realizó a Nogueira dos años después del suceso, reveló que el lóbulo temporal derecho del cerebro estaba afectado y “no funciona como debería”. En dicho informe se sostiene que, “si su cerebro hubiese sido normal, no hubieran pasado estos hechos”.
Sin embargo, el dictamen de su sentencia fue moderado por el psicólogo Vicente Garrido que a pesar de esta diferencia cerebral, la conducta criminal de Nogueira fue “claramente elegida, con plena voluntad y un deseo manifiesto de realizar los homicidios”.
El juez desestimó sus diferencias cerebrales y Nogueira fue condendado a cadena perpetua.
Masculinidad tóxica
No todos están de acuerdo en justificar la muerte de una persona solo por razones genéticas o psicopáticas. Especialmente si la víctima es una mujer. El sábado 22 de agosto de 2021 el cuerpo de la carabinera Norma Vásquez fue hallado en el maletero de un auto de un motel de la ciudad de Linares. El exuniformado Gary Valenzuela Ramos, imputado como el presunto autor del crimen, se encontraba con un sumario vigente tras la denuncia de intento de violación que interpuso la propia Vázquez. Tenía prohibición de acercarse a ella.
La medida cautelar no fue suficiente. Igual terminó matándola. Francisco Aguayo, psicólogo e investigador en masculinidades, señaló en una nota de Qué Pasa, que este tipo de asesinatos es un fenómeno que no disminuye, al que atribuye como explicación lo que él llama “masculinidad tóxica”.
“Es un tema súper complejo. En el fondo sabemos que muchos hombres tienen actitudes de género inequitativas, que son misóginos, que tienen discursos de odio hacia las mujeres, y en los tiempos modernos han encontrado mucho espacio en redes sociales, donde hay mucha promoción de discursos machistas, lo que es preocupante, donde se promueve un discurso binario y sexista”, explicó Aguayo en el reportaje.