Las medidas sanitarias para contener la pandemia de Covid-19 en Chile han impactado negativamente en el contacto que el ser humano tiene con la propia naturaleza. De las 106 Áreas Silvestres Protegidas del Estado de Chile, sólo 29 se encuentran abiertas al público. Todas ellas, a cargo de la Corporación Nacional Forestal (Conaf), tienen aforos reducidos, horarios especiales de atención, señaléticas y demarcaciones de distancia, esto sumado a que es una de las actividades de menor riesgo para la infección. Por este motivo resulta incomprensible por qué estos espacios, naturales y abiertos, continúan cerrados.

El cierre de estos espacios de conservación no sólo afecta a las comunidades aledañas que se sustentan del turismo de naturaleza; sino a toda la sociedad que ha visto restringido su acceso al mundo natural. Con un 55% de la población mundial viviendo en áreas urbanas, el déficit de naturaleza ya era evidente antes de la pandemia. Una realidad que también se replica en Chile donde un 87,8% de la población vive en la urbe.

Lo cierto es que en estos tiempos la funcionalidad de “Zoom” y el uso de la tecnología en general han permitido que el sistema siga operando, por ejemplo, a través de visitas virtuales a los parques. Sin embargo, desde una mirada conservacionista, hemos perdido el contacto con lo natural y limitado las estrategias que varias organizaciones venían implementando sobre concientización y educación ambiental en espacios naturales.

La “virtualización de la conservación” nos arrebató todo el componente intangible y espiritual que reporta sumergirnos en estos espacios. Por más desarrollada que sea la tecnología, a través de ella no podemos percibir aromas, texturas y otras sensaciones que se consiguen en el dominio natural. Como señala Richard Louv en su libro Naturaleza y Salud, “la conexión del cuerpo y la mente con la naturaleza, también llamada vitamina N, mejora nuestra salud física y mental. El uso conjunto y equilibrado de la tecnología y lo natural aumenta la inteligencia, el pensamiento creativo y la productividad”.

Hoy, la profunda carencia natural que experimentamos se traduce en un aumento de diagnósticos de estrés, ansiedad, adicción, depresión y diversos problemas de salud mental en la población, demostrando que vivir alejados de la naturaleza nos enferma. Es por esto que uno de los grandes desafíos para los actores involucrados en la conservación es cómo acercar los espacios naturales a la ciudadanía confinada.

Para ello, tal como plantea el Dr. José Manuel Manríquez, Epidemiólogo del Instituto de Salud Pública de la UACh, se requiere cuanto antes integrar nuevos elementos al debate como “protocolos sanitarios flexibles que incorporen la vivencia natural en los planes de manejo y gestión de la pandemia”.

* Eduardo Galaz, asesor Conservación Fundación MERI. Geógrafo, Magíster (c) Gestión e Innovación en Turismo.