Estudiantes y profesores de un gran número de instituciones educacionales de distintos niveles en todo el país, hemos llegado al término de un semestre de trabajo que no fue fácil. Hacia final del año pasado, habíamos tratado de prepararnos de la mejor manera para enfrentar el desafío que podía significar realizar nuestras respectivas labores en un contexto de inestabilidad y conflictos sociales, como el que se había delineado en ese momento. Algunos ya habíamos comenzado a familiarizarnos con herramientas de docencia y evaluación a distancia, pero por cierto nadie tenía considerado lo que finalmente se presentó.
Ahora, al finalizar un semestre que en el mejor de los casos fue completamente virtual, creo que muchos compartimos sentimientos encontrados, acompañados a la sensación de incertidumbre asociada con el futuro de la docencia. En realidad, con o sin cuarentena, estudiar y aprender nunca ha sido un proceso fácil, muy por el contrario, es una labor dura y difícil donde profesores, estudiantes y familias solo podemos unir fuerzas para formar un solo equipo con el objetivo compartido de la educación.
En este arduo proceso todos necesitamos referentes que sean ejemplos a seguir y nos guíen hacia nuestra meta. Un buen mentor para la situación actual es Isaac Newton que realizó sus más importantes hallazgos en confinamiento, durante tiempos de cuarentena. Su ejemplo podrá ser de utilidad para aventurarnos en los poco explorados territorios de la docencia a distancia. Veamos por qué.
En el año 1665 el Trinity College de Cambridge, parte de la prestigiosa universidad británica que lleva ese nombre, cerró sus puertas debido a la epidemia de peste que en ese año llegó a Inglaterra. Este episodio fue uno de los muchos brotes, que, durante casi medio milenio a partir de 1300, fueron apareciendo periódicamente en toda Europa. El joven Isaac Newton cursaba sus estudios en este lugar y no tuvo mas opción que volver a su casa, en la cercana aldea de Woolsthorpe, llevando consigo -es de suponer- una maleta cargada de sueños frustrados y preocupaciones, al igual que el resto de los estudiantes de entonces, así como los de hoy.
En su aldea evidentemente no contaba con ninguna herramienta de aprendizaje a distancia. De hecho no contaba con nada. Isaac Newton era hijo de la clase media, su padre había fallecido antes que él naciera y, si bien la familia tenía algunas propiedades, él había podido acceder a los estudios superiores solo como “subsizar”, término que indicaba un estudiante pobre que se mantenía realizando trabajos de servidumbre en la misma universidad.
¿Qué hizo Isaac Newton durante casi dos años de confinamiento? Alejado de los profesores y de las bibliotecas, que eran las únicas fuentes de conocimiento en la época, no se desanimó, se puso a trabajar solo, con lo que tenía, reflexionando sobre los problemas que atraían su atención.
A partir de los conocimientos de los que disponía y por supuesto gracias a un ingenio inmenso, pero también con un trabajo intenso, disciplinado y esforzado, sentó las bases de la ciencia moderna, desarrollando herramientas de cálculo y formulando las leyes de la mecánica y de la gravitación. Ese muchacho de tan solo 23 años, desde su confinamiento, le enseñó a todas la generaciones futuras una forma nueva de pensar e interpretar el mundo. Comparando la caída de la legendaria manzana con el movimiento de la luna y contradiciendo los sabios antiguos, demostró que las leyes que gobiernan los astros son las mismas que valen en la Tierra. Lo hizo completamente solo, aislado, en cuarentena.
¿Qué quiere decir? ¿Que todos deberíamos aprovechar la cuarentena para desarrollar alguna teoría científica? ¿O que todos deberíamos ser como Isaac Newton? Ciertamente no. Eso sería imposible. Él era una personalidad fuera de lo común en todos los sentidos. Contradictorio, incomprensible, difícil o incluso insoportable, neurótico, obsesionado. Muy desconfiado, raras veces publicaba los resultados de su trabajo y solo se comunicaba con un círculo muy íntimo de privilegiados amigos. Pero todas esas mañas venían acompañadas de capacidades intelectuales únicas. Por cierto, no vamos a tener la pretensión de igualar el gran Newton, aunque ¿quien podría descartar la presencia de un/a joven genio en algún colegio o universidad chilena?
Lo cierto es que todos podemos inspirarnos en él para perseguir con determinación nuestras metas, independiente de las dificultades que se presenten o la falta de medios o herramientas. Así como no es necesario llegar a ser campeón olímpico para disfrutar el deporte, también podemos tener la ambición de educarnos, más allá de condiciones adversas, dejarnos llevar por esa sensación de plenitud asociada al conocimiento y disfrutar “la belleza de pensar”. Todas y todos tenemos una chispa de ingenio que puede encenderse en circunstancias especiales, entonces cuando pensemos en educación de calidad, el primer y más importante paso que podemos dar es hacernos responsables aportando a ella.
* Académico del Centro UC de Astro Ingeniería, Escuela de Ingeniería UC