Bolsas, bolsas y más bolsas. Al parecer, las bolsas de papel llegaron para quedarse. Probablemente tienes varias en tu casa y te las encuentras diariamente en distintos lugares. Bolsas de papel en supermercados, comercios y locales de comida. Es una de las principales medidas de sustentabilidad que se han adoptado últimamente en pos del medioambiente, con el objetivo de reemplazar a los plásticos de "un solo uso". Una bolsa de papel tiene un impacto considerablemente menor que una bolsa plástica -ya que se puede reciclar- o al menos, eso hemos escuchado.

Se han conducido distintos estudios al respecto, intentando develar el verdadero impacto medioambiental que tiene la producción y uso de bolsas de distintos materiales. Resulta que producir una bolsa de papel requiere de cuatro veces más energía que producir una bolsa plástica.

Además, organizaciones como la Agencia Medioambiental del Reino Unido (EA UK) han calculado la cantidad de veces que una bolsa debiese ser reutilizada, con el objetivo de tener un menor impacto medioambiental que una bolsa plástica tradicional.

Esto significa, la cantidad de recursos que requiere para producirse versus la cantidad de veces que será utilizada y, por lo tanto, si su producción se justifica.

El estudio mostró que las bolsas de papel debían usarse al menos tres veces, mientras que las bolsas plásticas debían usarse cuatro veces, para justificarse su producción. Una de las conclusiones más evidentes que se pudo obtener del estudio, es que el principal problema con las bolsas de papel radica en su baja durabilidad. Si una bolsa de papel termina por romperse antes de ser utilizada tres o más veces, entonces no existe un mayor beneficio en producirla a un mayor costo energético y medioambiental.

Sin embargo, un argumento a favor de las bolsas de papel es que, si bien requieren de más energía para producirse y tienen una menor durabilidad, al menos se pueden reciclar. Esto es cierto, siempre que la bolsa efectivamente se termine reciclando, y es justamente ahí donde tenemos un gran problema.

Aproximadamente el 91% de la basura en el mundo no se recicla. Por lo tanto, la mayor parte de esa basura termina en vertederos. Esto es particularmente importante y tiene que ver con el mecanismo de degradación de cualquier residuo.

Cuando algo se desecha en condiciones naturales -como por ejemplo una fruta, desechos orgánicos o incluso un papel- se degrada de manera natural. Las moléculas de carbón (C) contenidas en su interior son liberadas lentamente hacia la atmósfera, que en parte contiene oxígeno (O2), generando dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, esto rara vez ocurre en el mundo actual.

La mayoría de los residuos no se degradan en espacios naturales, sino que lo hacen en vertederos y rellenos sanitarios. Un vertedero tiene condiciones muy particulares, lo que hace que los residuos se degraden de una manera muy diferente.

En primer lugar, en un vertedero se genera un ambiente anaeróbico, ya que no hay mayor presencia de oxígeno, además de ser un espacio muy compacto y que en general se encuentra a altas temperaturas. Esto produce que las mismas moléculas de carbón se conviertan en metano (CH4), un gas efecto invernadero que puede ser hasta 30 veces más dañino que el dióxido de carbono (CO2). Por lo tanto, todos nuestros restos de comida, desechos e incluso nuestras bolsas de papel "reciclable", pueden potencialmente terminar contribuyendo al cambio climático.

Entonces, si es que decidimos escoger una bolsa de papel por sobre una bolsa de plástico, pero luego decidimos desechar esa bolsa con la facilidad a la que estamos acostumbrados, no le estamos haciendo ningún favor al medioambiente. Finalmente, no se trata sólo del material de los productos que consumimos, sino que de la forma en la que los consumimos. Lamentablemente no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que es de papel es sustentable.