Una noche en la década de los 90, la emérita bióloga molecular y miembro de la Academia Nacional de Ciencias (NAS), Nancy Hopkins, tomó una cinta métrica y midió todos los laboratorios vacíos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT): estaba convencida de que sus pares científicos hombres, investigadores junior, tenían más espacio. Anotó, coloreó las siluetas e hizo una tabla con todas las sumas.
Esta acción fue provocada por la falta de espacio en su laboratorio; necesitaba 18 metros cuadrados para instalar unas peceras, fundamentales en su investigación del pez cebra. El hombre encargado de la administración se negó a observar los resultados de la científica y, por supuesto, en darle la razón. Años después dirigió un informe inédito sobre la discriminación sistemática hacia las mujeres del MIT.
Justamente estos espacios de creación científica están envueltos en una serie de trabas, tanto por su dominio como por su ausencia. Uno más de los obstáculos de las mujeres en la ciencia, es la falta de espacio. No solo en su sentido figurado, sino literal: un espacio físico de trabajo.
“Muchos creen que la mujer es incapaz de dejar fuera del laboratorio su carácter emocional”, escribió, una vez en La Tercera, la presidenta de la Academia Chilena de Ciencias, María Cecilia Hidalgo.
El innovador informe, las mujeres tienen menos espacio
El Instituto Scripps de Oceanografía (SIO) de la Universidad de California en San Diego (UCSD), es reconocido por ser uno de los centros de investigación marítima y terrestre más grandes, prestigiosos y antiguos del mundo. Sin embargo, un informe de casi cien páginas y sin procedentes publicado la semana pasada, dio a conocer que tal vez no es lo suficientemente grande, pero sí lo suficientemente antiguo: las mujeres solo usan un 17% del espacio.
“Parece ser la primera institución científica en haber realizado un análisis estadístico tan exhaustivo de la asignación de espacio por género”, escribió la revista Science sobre la publicación del establecimiento, ubicado en una pendiente a la orilla del Océano Pacífico. De acuerdo a la revista, el informe fue elaborado por docentes del SIO y personal de la UCSD luego de que, en mayo de 2022, los mismos profesores manifestaran su preocupación a las autoridades.
En resumidas cuentas, las 56 científicas del instituto (26%) tienen la mitad del espacio de investigación y un tercio del espacio de almacenamiento de sus 157 pares masculinos. Los 16 laboratorios -definidos como “muy grandes”- pertenecen a hombres, las mujeres tienen menos espacio de oficina y, de los 32 contenedores de almacenamiento, 31 están asignados a hombres.
Los autores del informe concluyeron que las diferencias no se deben al financiamiento, a los años en el instituto, al tamaño del grupo de investigación o la disciplina en cuestión, sino que todo apunta a barreras culturales generalizadas en toda la institución para la equidad de género.
El informe es tan específico, que apenas hay estudios sobre la asignación de espacio por género en otras universidades o centros de investigación. Un ejemplo de el informe de la bióloga molecular Nancy Hopkins, sobre la discriminación sistemática las mujeres en el MIT, mencionado con anterioridad.
A juzgar por lo anterior, surgen diferentes preguntas: ¿En Chile hay cifras sobre la asignación de espacios de mujeres y hombres?, ¿es un tema de discusión en las universidades y centros de estudio? De existir un informe de este estilo, ¿los resultados serían similares a los del SIO?
Ganar espacios: un afán expansionista
Desde la Red de Investigadoras, asociación que promueve la equidad de género en la investigación en todos los ámbitos de conocimiento, dicen que los espacios que se suelen asignar son -en el mejor de los casos- un escritorio u oficina, y un puesto físico para trabajar en un laboratorio en caso de que la investigación lo amerite. Sin embargo, también esclarece que, generalmente, las y los investigadores deben “armar” sus laboratorios con los insumos y el equipamiento correspondiente.
En relación a la asignación de los espacios, explican que depende del grado de avance de la carrera como investigadora. En caso de estar realizando la tesis de pregrado, doctorado o postdoctorado, la decisión la toma el investigador patrocinante o el tutor en cuestión. De ser una investigadora contratada con proyectos como Fondecyt, el jefe de departamento es quien suele asignar un puesto.
Ahora, ¿por qué habría menos espacios para mujeres? En Chile influirían circunstancias como los estatutos bajo los que se rige cada universidad, y si esta es pública o privada, pues el margen de reclamo y cómo se resolvería el problema es diferente. La licenciada en genética perteneciente a la Red de Investigadoras, Florencia Tevy, estima que la condición de ser “postdoctoranda” o investigadora a honorarios -o alguien que llega a una institución en calidad de asistente-, es bien precaria frente a un profesor titular de la misma universidad. “Si trabajas con boleta de honorarios y el otro tiene un contrato, claramente hay una disparidad para reclamar espacios”, agrega.
De acuerdo a la II Radiografía de Género en Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, informe realizado por el Ministerio de Ciencia y publicado el año pasado, de las personas con doctorado que trabajan en universidades un 36% son mujeres. De estas personas, algunas investigan en sus empleos: las mujeres constituyen un 34%. Asimismo, del total de quienes trabajan en universidades, poseen un doctorado y, además, tienen contrato indefinido, solo el 33% son mujeres.
Por otro lado, la presidenta de la Red de Investigadoras, Adriana Bastías, garantiza que el sesgo de una mala distribución de espacios se percibe, principalmente, cuando hay académicas contratadas -o con proyectos patrocinados por la institución- que no tienen sus propios laboratorios o espacios para trabajar en sus proyectos. En general son limitados, a veces a las mujeres no le asignan espacios o las hacen compartir el lugar con otros. Además, históricamente los espacios se conceden a los investigadores principales, y generalmente son hombres.
“Es muy difícil que aquellos con más años en la institución cedan espacios para colegas más jóvenes”, explica Bastías. “Al contrario, hay un afán expansionista de ir ganando más espacios para sus grupos”, añade.
La astrónoma y física en formación, Bernardita Ried, aporta, desde el campus de la Universidad de Stanford, una mirada relacionada directamente al sesgo de género. Explica que, si bien el porcentaje de mujeres que ingresan a carreras científicas puede haber aumentado, después decae. La situación estaría vinculada con mujeres que se encuentran en una edad en la que podrían tener un embarazo: “No se les contrata o no se ganan fondos”.
Respecto a la maternidad como una dificultad para las mujeres en el campo, el mes pasado se dieron a conocer los resultados del concurso Fondecyt Regular. De casi 700 proyectos seleccionados en todo Chile, 23 fueron adjudicados al ámbito de la Física Experimental y Teórica. Una de las ganadoras fue la investigadora asociada Carla Hermann, que debió escribir su proyecto con su hijo de tres semanas de nacido, según relato a Instituto Milenio de Investigación en Óptica, institución a la que está vinculada.
Hermann también pertenece a la Red de Investigadoras y es la única mujer dedicada a la óptica cuántica experimental que lidera un laboratorio en el país, en el Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.
Fondecyt Regular incorporó un margen específico para evaluar la productividad científica de quienes hayan sido madres o padres a partir del 2017.
¿No está regulada la asignación de espacios?
“Es difícil comparar las cifras del ISO con lo que pudiese pasar en Chile”, indica Bastías. También comenta que el informe de Universidad de San Diego le recuerda a Picture a Scientist, un documental en el que se observaba cómo los metros cuadrados que ocupaban las mujeres eran mucho menores a los que utilizaban los hombres. Ese es uno de los relatos de Nancy Hopkins, que participó en la pieza audiovisual.
No existen estadísticas ni estudios que puedan afirmar que, al igual que en el Instituto Scripps de Oceanografía, las mujeres científicas en Chile tengan menos espacio de trabajo. No obstante, la Red de Investigadoras evidencia una percepción compartida de que es algo que se repite en nuestro país. Sobre todo, si se tienen en cuenta condiciones laborales, la antigüedad de la institución y la trayectoria académica de las mujeres.
“Esto es un espejo”, manifiesta la presidenta de la asociación, respecto al hecho de que los espacios que se le asignan a la mujeres está netamente relacionado a las brechas de género en sus diferentes dimensiones, las cuales deben ser analizadas bajo una mirada amplia y transeccional.
Los espacios son importantes, confirma Bastías, porque tener un lugar donde realizar experimentos y contar con un equipo es necesario para un buen desempeño y resultados. Añade uno de los frutos de estos buenos resultados sería, por ejemplo, publicar en una revista científica.
Bastías cuenta que es una realidad, que hay incidentes específicos que conocen en la asociación. Una académica contratada estuvo años haciendo su doctorado en el extranjero, pero al volver no le asignaron un espacio propio. Además, este mes les llegó una denuncia por parte de una investigadora que tenía experimentos en un laboratorio, donde le prestaban los equipos. No le avisaron, le cambiaron la chapa a la puerta de laboratorio y perdió esos experimentos porque no pudo evaluarlos en el tiempo que necesitaba.
Ante la pregunta por la regulación de estos espacios, la respuesta es negativa. “Que yo sepa, no está regulado”, contestó. La regulación depende de cada establecimiento, y desde instituciones como la Universidad de Chile, comentan que la situación se resuelve bajo el criterio de cada director de departamento y que, quienes tienen jornada completa, guardan prioridad.
Dentro de las soluciones a este problema, hay proyectos de género como el Concurso de Innovación en Educación Superior (INES), entregado por parte del Ministerio de Ciencias a universidades; pero depende de los objetivos declarados y, sobre todo, enfatiza Bastías, de la voluntad política para reconocer que “los espacios físicos son parte del problema de las brechas de género en investigación”.
Desde el Ministerio de Ciencias informan que “existe la Norma Chilena sobre Igualdad de Género, Conciliación de la Vida Laboral, Familiar y Personal (NCh 3.262), la cual busca impulsar que, tanto en organizaciones públicas como privadas, se generen ambientes de igualdad de condiciones y se tome conciencia sobre la necesidad de impulsar un cambio cultural”. Reiteran además que “dado que se implementa de manera voluntaria, nos parece importante el llamado a que, en todos los sectores y espacios donde se desarrolla la ciencia, esta norma sea implementada”.
“Trabajamos conscientes de que no podemos obviar la heterogeneidad de los instrumentos como tal ni las diferencias que se producen en las distintas áreas del conocimiento, o en las diferentes etapas de las mujeres durante su carrera científica e incluso en los diversos territorios, solo por nombrar algunas situaciones. Por lo tanto, esto implica que, parte de la solución significa poner, también, una mirada sistémica e intersectorial donde cada mujer dedicada a la ciencia tenga las mismas herramientas y oportunidades de desarrollo en su ámbito profesional”, añaden.
Por supuesto, la regulación es otro punto importante de la conversación. A partir de la experiencia de la presidenta de la Red de Investigadoras, deberían existir lineamientos institucionales que, de forma participativa, estén adaptados a las realidades locales.