En marzo, Antonia (12) esperaba ansiosa el inicio de las clases. Con sus amigas conversaban sobre el día en que se verían. Quería estrenar la mochila que decoró con dibujos, y ya en sexto año, cuenta, se sentía más grande.
Pero este año Antonia asistió menos de dos semanas al colegio. Abruptamente la pandemia por coronavirus suspendió las clases. En su reemplazo debutaron las clases por Zoom. Al principio, estar en casa y dormir un poco más, fue entretenido. Pero días y meses con el mismo ritmo, asegura, ya no la entusiasman. “Aburren las clases, por no poder conversar con las profesoras de otras cosas que no sean las materias. Pasamos en silencio, y eso significa no poder saber cómo están mis amigas, y en estas situaciones no todos tienen celulares para saber cómo están”.
La educación en línea surgió como solución para reanudar las clases en el confinamiento por Covid-19 y avanzar con el calendario académico. Pero no ha sido un escenario amigable para niños, niñas y adolescentes. En abril, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), a través de su directora ejecutiva, Henrietta Fore, alertaba de aquello “a la sombra de Covid-19, las vidas de millones de niños se han reducido temporalmente a sus hogares y sus pantallas. Debemos ayudarlos a navegar esta nueva realidad”.
El colegio, además, es mucho más que clases. Eso ha quedado claro con la modalidad través de una pantalla. Socializar también es muy importante. Alberto (7), cuenta sobre eso: “Me aburren las clases así porque los profesores no me dejan conversar con mis amigos, tengo que hacer las tareas y me aburro cuando hago tareas solos. No hay recreos ahora en las clases”.
Con lo extensa de la medida, los padres y madres ya notan la molestia. Alejandra, tiene dos hijas, una adolescente y otra menor, y cuenta que en la más pequeña es evidente el desgano. Se demora mucho en hacer sus tareas, lo que antes no pasaba. “Ella tiene una frase escrita en su pizarra y uno de los cuadernos ‘educación sin escuela’, es su crítica a lo que están viviendo”, comenta.
Agobio académico
No es fácil de un día para otro aprender en un aula virtual. Tampoco enseñar. Ningún programa de formación inicial docente, hasta ahora, se ha centrado en enseñanza y aprendizaje virtual. Pero, además, no hay que olvidar que no se trata de enseñar en pandemia.
Para los docentes no ha sido fácil el salto de un momento a otro a adecuar su metodología a clases en linea. En muchos casos también tienen sus propios hijos, no todos cuentan con el espacio para trabajar y con una buena conexión Wi-Fi.
Sofía es profesora de inglés de educación básica en un colegio particular. Está casada y tiene un hijo pequeño. Desde la suspensión de clases comenzó a trabajar desde casa. Ha sido un desafío cumplir con las labores de mamá, profesora y dueña de casa, dice sobre su experiencia. "Mi marido por un tema de trabajo está gran parte del tiempo fuera, por lo que en muchas ocasiones estoy sola con mi hijo por varios días”
Al principio, cuenta Sofía, logró compatibilizar su trabajo desde casa y enseñarle a su hijo que está en el jardín, y que aún no partía con la modalidad en línea. Pero cuando él ya tuvo clases on line, eso cambió. Hacer las dos cosas fue casi imposible. "En muchas ocasiones he tenido que dejar a mi hijo solo por largos ratos, depender de la televisión para poder hacer mis clases tranquila y sin mayores intervenciones de su parte para que los apoderados no se molesten. Creo que lo más difícil de todo esto es sentir la culpa como mamá, de no poder cumplir con este rol de mamá súper poderosa que todo lo puede”, reconoce.
Muchas veces, dice Sofía, ha llorado por no poder hacer todo. Pero también por la poca empatía de otras personas. “Honestamente creo que la pandemia ha sacado lo peor de nosotros”. No es fácil, dice, pero todos los días está “al pie del cañón”, intentando contener a los niños y a sus papás, “para que cuando volvamos a clases estemos todos lo mejor posible”.
Andrea también es profesora, trabaja en un colegio particular subvencionado de un sector vulnerable de Puente Alto, y coincide en que la vivencia ha sido desgastante, tanto por la atención de apoderados y alumnos por diversos medios como WhatsApp, correo e Instagram. Pero también la convivencia virtual con jefaturas y pares, que conlleva un sin límite de llamadas, chat, videoconferencias y otros. “Mi preocupación en cuanto a las intervenciones con los alumnos se enfoca, en que realmente sirva el tiempo invertido y que estén aprendiendo algo”, dice.
No es un salón de clases
No es sólo un asunto de voluntad. Algunos estudiantes viven en hogares con acceso a Wi-Fi limitado o que no tienen un dispositivo exclusivo para usar en el trabajo escolar. La mitad del número total de estudiantes en el mundo que quedaron fuera del aula por la pandemia de Covid-19, indica Unicef, no tienen acceso a una computadora doméstica y el 43% no tienen internet en casa. Para otros el problema es no tener un espacio tranquilo donde puedan concentrarse.
Daniela es profesora en un colegio municipal y comenta que hay un porcentaje importante de sus alumnos que no tiene opción a conectarse a las clases on line. No tienen computador o el único aparato que tiene internet en sus casas es el celular de sus padres, que deben trabajar o teletrabajar. “Es complejo. El colegio busca como apoyar y entregó computadoras e internet inalámbrico para algunos niños, pero no alcanzamos a cubrir la totalidad de ellos”, cuenta.
A su vez, a un porcentaje de alumnos, dice Daniela, los enviaron al sur o a la casa de sus abuelos donde tampoco hay tecnología para acceder a estas instancias. “De todas maneras una vez a la semana en el colegio se entregan impresas todas las actividades a quienes las necesitan”, indica. Ella como iniciativa personal una vez a la semana realiza clases vía Zoom. “Comencé con una reunión informal para ver a mis alumnos y saber cómo estaban y me di cuenta que a pesar de que no llegaron todos, para ellos fue importante verse con sus compañeros y conmigo. Desde ahí decidí hacer clases dos veces a la semana, durante 40 minutos donde principalmente aclaro dudas y explico conceptos para poder completar las actividades”, dice. En general, ve buena llegada de los niños que se conectan a las clases zoom, pero cree que también se debe a la frecuencia, “si fuera todos los días y en horario prolongado creo que su interés bajaría y pasaría a ser tedioso”.
Hay que ser realistas, dice Carmen Sotomayor, académica e investigadora del Instituto de Estudios Avanzados en Educación de la Universidad de Chile Sotomayor, no se puede exigir como si se estuviera trabajando de forma presencial. “Tenemos que entender que los niños no pueden cambiar de practica de un día a otro, más aún en un contexto no hay buena conectividad, que no tienen lugares donde trabajar, es muy difícil, y que en muchos casos sí pueden trabajar en la escuela porque es un lugar adecuado”, explica.
Para los niños es una metodología novedosa, dice Susana Mendive, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica, pero en casa hay más elementos que pueden distraerlos. No están en el contexto escolar y no están bajo el control del adulto que enseña. “El desafío para los adultos educadores es poder planificar con mucha mayor precisión y detalle en cómo lograr situaciones que capturen el interés con conectarse con una temática y foco de aprendizaje y que sigan los niños de manera independiente en los hogares”, señala.
Pero, además, la gran diferencia entre la enseñanza en el aula física y el aula virtual es la cantidad de “control” que el maestro tiene sobre la participación de los estudiantes. En aula pueden usar la proximidad física para involucrar a los estudiantes.
En la sala de clases el educador tiene más información. Puede mirar y ver el nivel de atención de los niños, indica Mendive. “En el contexto on line poner énfasis en el sentido del aprendizaje y en el cómo motivar es clave, por eso las experiencias de conexión no pueden ser tan largas”.
Las clases deberían considerar, agrega Sotomayor, la necesidad de “recreos”. Es muy importante que los profesores promuevan espacios de sociabilidad, porque eso los ayuda con bienestar socioemocional. “Que tengan un chat del curso que se promueva eso es bueno, que puedan expresar sus temores sus angustias, lo que opinan, es importante, el bienestar emocional de los niños porque influye mucho en el aprendizaje, si hay mucho estrés hay hormonas que afectan el funcionamiento cerebral y hay menos atención”, resalta.
Marcela, es profesora de un colegio particular, y comenta que sus alumnos y alumnas se conectan con mucha anticipación. La razón, cree, es para poder compartir y conversar más que estudiar. “Pienso que lo asemejan al recreo”, cuenta.
En sus clases tiene buena asistencia, dice Marcela. Reconoce que muchos quieren participar, dar opiniones, contar experiencias y emociones. Otros se pierden en el anonimato de la cámara apagada. Ahí es cuando comienza a realizar preguntas al azar y todos, o la mayoría, vuelven a estar atentos. “Más de alguna vez el silencio fue mi respuesta. En ese momento pienso, fue al baño o estaba tan aburrido que se durmió. Pero lo que más veo en mis alumnos y alumnas son las ganas de conversar y compartir. Se extraña esa dinámica única que se da en el colegio. Este espacio de conexión online les da la posibilidad de comentar sus miedos, alegrías y preocupaciones. Hoy muchos comentaban que querían que la cuarentena terminará, están cansados”, indica.
Mendive, resalta que el desafío y oportunidad hoy es cómo mantener el vínculo con los estudiantes, “pero no se puede realizar con los mismos esquemas comunicacionales que se tiene en los encuentros presenciales”. Y una de las principales dificultades de los profesores es que no hay certeza sobre el nivel de atención y compromiso de los niños en el entorno on line.
Idealmente para motivar, los padres deberían acompañar a sus hijos. Pero eso no siempre ocurre por su trabajo y por las demandas laborales. “Un buen acompañamiento es que los padres busquen permitir el error, favorecer la puesta en practica de una perspectiva optimista frente al aprendizaje, que el error es una experiencia acotada y enfatizar en este tiempo el sentimiento de autoeficacia y persistencia, que tienen impacto a la disposición general al aprendizaje”, dice la experta UC.
Desde el punto de vista socioemocional es importante que los niños tengan rutinas de trabajo. Es cierto, agrega Sotomayor, que es difícil y no todo funciona bien, “pero no es bueno bajar los brazos, eso sería peor”. Es importante tener algún grado de trabajo escolar, que los niños tengan una rutina que tengan y un pequeño horario,"porque el gran problema del estrés es que sientes que no tienes control de nada y eso genera mucha angustia y tener rutina ayuda a tener algo bajo control, lo que aliviana el estrés”.