Esta semana tres chilenos jugaron el Master 1000 de Roma. Tomás Barrios abrió el fuego ganando su primer partido de la qualy y perdiendo el segundo ante el argentino Juan Manuel Cerúndolo. Lo siguió Cristián Garín con un dramático debut, ganándole un apretado partido al también transandino Pedro Cachin y Nicolás Jarry no pudo contra el alemán Yannick Hanfmann.
Pero lo más interesante -o morboso- de este torneo es que la gran noticia no sucede en la arcilla, sino en la ausencia del diez veces campeón de este Master 1000, el español Rafael Nadal. Estando a días de Roland Garros, las interrogantes se agolpan y acumulan. ¿Llegará a París? ¿En qué condiciones? ¿Qué pasará con su ranking? ¿Con su tenis? ¿Su salud? ¿Será su gran final?
Una década antes de las dudas y de las glorias del ibérico, los amantes de este deporte seguían con atención los partidos de Marcelo Ríos en la capital italiana, donde tras arrolladoras victorias cayó en la final. Corría el año 1997 y el chileno era ese jugador distinto que podía caer en Wimbledon -tras dar un maravilloso espectáculo- contra un exigido Boris Becker o triunfar magistralmente en Australia contra el sueco Thomas Enqvist, el mismo que diría por esos años que solo pagaría una entrada para ver a Marcelo Ríos jugar. Era un espectáculo.
Cuesta dimensionar la exorbitante carrera del Chino como profesional, pues ya 1994, en su primer Roland Garros, tuvo contra las cuerdas a Pete Sampras. Un año después el zurdo de Vitacura era 25 del mundo y había levantado copas en Bolonia, Amsterdam y Kuala Lumpur. Ese mismo año caería en la final de Santiago contra el checo Dosedel. En 1996, con tan solo 20 años, alcanzaría las finales de Barcelona, Scottdale y Santiago, pero solo levantaría la Copa en Sank Pölten. Termina el año número 11 del mundo.
En 1997, el año de la mencionada final romana, alcanzaría los cuartos de final en Australia y ganaría la copa en Mónaco, donde se levantó la bandera chilena, se tocó el himno nacional y el Chino, en un impecable inglés, agradeció a las autoridades reales, alabó el torneo y bromeó con sus escapadas al casino. Un caballero que, acto seguido, jugaría notables partidos en Wimbledon y declararía que el pasto es para las vacas. Además, llegaría a los cuartos de final en Madrid y a las finales de Marsella, Boston y Santiago y formaría parte del selecto Top 10, alcanzando la sexta posición en el ranking ATP.
Así el Chino Ríos se convirtió “en el tenista más odiado del mundo”
Así, tras este sostenido ascenso en el circuito, llegamos a 1998, año donde nuestra raqueta nacional llega a ser número uno del mundo en tenis y en mala actitud. Franz Lidz, columnista del Sport Illustrated, del Smithsonian magazine y del New York Times, escribió un devastador artículo afirmando, ya en el título, que Marcelo Ríos, en ese entonces número tres del mundo, era el hombre más odiado del circuito.
El artículo “The most hated man in tennis Marcelo Ríos”, ventila faltas de respeto hacia los jugadores y jugadoras, las autoridades del circuito, encargados de hoteles, fans y niños que esperaban su autógrafo. Y aún así, el tenis de Ríos hablaba por sí solo. Ese año ganó Auckland, llegó a la final del Abierto de Australia, le ganó a Greg Rusedski la final de Indian Wells y el 29 de marzo, en Key Biscaine, ganó la final al local y favorito André Agassi, transformándose en el primer sudamericano en ser oficialmente número uno del mundo. Además, ganó Roma y Singapur, terminando el año como número dos del mundo.
Por esos años, el legendario entrenador Ion Tiriac, quien llevara a Guillermo Vilas y a Boris Becker a lo más alto de esta disciplina, señalaba que “en esta era de poder, rara vez ves a un jugador manipular la pelota como Ríos (…) Sin ser demasiado romántico, el talento aún debe desempeñar un papel”. Y es que nuestra raqueta nacional, aparte de derrotar y desplazar a números uno del mundo en su propia casa, lo hacía con una técnica nunca antes vista. ¿Era de otra galaxia? El tenista brasileño Fernando Meligeni lo explica así: “cuando Marcelo se unió al circuito, estaba caminando en la luna”.
A finales de ese glorioso 1998, el controvertido John McEnroe dijo que “Ríos sólo encarna lo negativo. Si se diera cuenta de las cualidades que tiene, asumiría el papel de buen malvado. Pero no hace nada por el deporte. Tiene talento y nada más. De Ríos se oye siempre que todo es una porquería. Perjudica al tenis cuando un jugador da la impresión de no entregarse el ciento por ciento”.
Veinte años después, y de manera más ponderada, Toni Nadal también crítico el comportamiento de Marcelo, pero no dejó de reconocer su grandeza: “dentro de la cancha, un gran tenista; fuera, un carácter difícil y si hablamos de tenis, hay que decir que fue un gran jugador. Tenía una gran habilidad y una desarrollada concepción del tenis, elevada”.
Claramente Marcelo era un ídolo difícil de clasificar y de gestionar, pues así como cuesta separar al artista de su obra, en esos años era complejo para los periodistas -sobre todo para los extranjeros-explicar el comportamiento de ese genio descollante que desafiaba las canchas de la catedral del tenis de Inglaterra o que declaraba “me gusta París, pero está lleno de franceses”. No por nada fue el Rey indiscutido del Premio Limón que otorga Roland Garros al jugador menos simpático, llevándose este título los años 1996, 1997, 1998, 1999 y 2001. Lejos de molestarle jugar con la prensa y el público en contra, Ríos encontraba una motivación extra: “No encuentro cosa más entretenida que jugar de visita y burlarse del público. Es bueno entretenerse en la cancha”.
Al mundo del tenis le costaba entender que a la raqueta chilena le gustara el espectáculo y que le pareciera aburrida la atmósfera de los torneos. A su familia y a sus entrenadores también. El mítico Larry Stefanski, entrenador que llevó al zurdo de Vitacura a la cúspide del tenis mundial, declaró en su momento que Marcelo es sin duda uno de los tenistas más talentosos que hayan pasado por su Academia, pero que en el plano humano dejaba bastante que desear. El problema de su meteórica fama fue, en palabras de Stefanki, que a su pupilo se le subió rápidamente la fama a la cabeza y no desarrolló la ética de trabajo, el punch y la competitividad de otros de sus pupilos.
Nick Bollettieri (1931-2022), quien trabajara algunos meses con Marcelo, también criticó su actitud en posteriores entrevistas: “Tenía el talento más grande que le haya visto a un jugador en 60 años de carrera como entrenador. Trabajaba duro en el gimnasio, duro en la cancha, pero no respetaba el juego, no respetaba a los niños, no les dedicaba tiempo. No hacía mucho por el deporte fuera de la cancha, y eso era una pena”.
Y es que Marcelo Ríos no solo era talento innato y mala actitud, sino que era un gran trabajador. Cuesta dimensionar los sacrificios de un niño que decide tempranamente que su vida, al menos por unos años, va a ser el tenis. Y aunque tenía padres que podían costear su carrera, éstos esperaban resultados también, sin nunca sospechar a dónde sería capaz de llegar ese niño inquieto que no se quedaba tranquilo en las sillas del colegio.
Y pese a todos esos sacrificios, la prensa internacional, cuando no había triunfos, se enfocaba en su comportamiento. Y la prensa local actuó igual, muchas veces sin sopesar las altas exigencias a las que estaba sometido un joven de poco más de veinte años que, con su talento y trabajo, llegó a lo más alto que puede aspirar un atleta en su disciplina.
Así, este veinteañero no tenía descanso ni en Chile ni en el extranjero. Ni dentro ni fuera de la cancha, por lo que no es extraño que soñara, según la psicóloga Laura Traverso, con el retiro: “cuando llegó al número uno empezó con este cuento. Recuerdo que le escuché decir que esperaba retirarse a los 27 años porque no quería dar lástima ni seguir compitiendo después de cierta edad”.
Es difícil comprender al Chino, sobretodo si lo comparamos con otros números uno de esta disciplina. Era, sin lugar a dudas, un jugador distinto y al igual que tantos artistas, su creatividad era altamente destructiva. No siguió los cánones casi religiosos del circuito, ni se ajustó a las etiquetas o a las expectativas de las autoridades del tenis o del público, básicamente porque nuestra raqueta impuso su propio estilo, entrando en la categoría de figuras como Maradona, Jorge González, Charly García, Andy Warhol o Steve Jobs. Gusten o disgusten, estas figuras revolucionaron sus respectivas industrias y disciplinas. Por momentos fueron amados, en otros… altamente incomprendidos, alabados, criticados, entendidos, castigados.
Finalmente, los números hablan por sí solos y Marcelo Ríos fue un ganador de tomo y lomo en el tenis. En 1993 terminó la temporada -en la categoría junior- como el tenista número uno del mundo, tras ganar la Copa Milo, el US Open, el Abierto de Japón y el torneo Eddie Herr. Además, fue vicecampeón en la Sunshine Cup y llegó a los cuartos de final del Orange Bowl. Como profesional volvió a ser el número uno del mundo, levantó 18 títulos individuales y uno en dobles y en 1999 se transformó en el primer jugador en la historia en ganar los tres Masters en arcilla (Montecarlo, Roma y Hamburgo). Y como veterano volvió a escalar a la primera posición, tras ganar ocho torneos consecutivos con una racha de 25 victorias al hilo.
Así, el Chino, pese a las críticas por no haber ganado Grand Slams o por su actitud dentro y fuera de la cancha, logró ser el número uno del mundo como juvenil, profesional y senior. No por nada, un joven Roger Federer -de tan solo 17 años- declaraba que “sigo a Sampras y Ríos, son los dos mejores jugadores del mundo” y que más adelante, en el esplendor de su carrera, reforzara lo anterior al señalar que “para mí, Marcelo era una especie de jugador perfecto, con un increíble timing y mucho feeling. Jugaba diferente a todos”.