Han pasado casi tres años y la pandemia sigue con nosotros. La presencia del Covid puede eclipsar otros problemas médicos que tiene Chile. Uno que nos debería importar mucho es la gran prevalencia de obesidad, que se relaciona directamente con la aparición de enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
La obesidad y el envejecimiento comparten muchas características que sugieren una posible relación causal. Los investigadores en estos dos temas han recibido recientemente dos noticias que tendrán repercusiones importantes en el ámbito científico y médico. En primer término, se ha aprobado en EEUU el uso en adolescentes de semaglutide, que debido a sus efectos en la reducción del peso corporal ha sido presentado como una terapia que promete revolucionar el tratamiento de la obesidad. En segundo lugar, se han incorporado a los marcadores del envejecimiento tres nuevos pilares: la inflamación crónica, los cambios en la flora intestinal (microbioma), y la disrupción de los mecanismos naturales de regeneración celular. La inflamación crónica y los cambios en el microbioma también han sido descritos como elementos que conectan la aparición de enfermedades crónicas, la obesidad y el envejecimiento.
Cada vez es más la evidencia que apunta a la obesidad como un modelo de envejecimiento acelerado, lo que puede situar nuestra edad biológica por encima de nuestra edad cronológica. Más interesante aún, por sus implicaciones a largo plazo, es que este proceso de envejecimiento acelerado inducido por obesidad podría manifestarse muy temprano en las vidas de los seres humanos, y eventualmente en su descendencia.
El metabolismo es el elemento que conecta estos dos procesos: uno fisiológico (envejecimiento) y el otro patológico (obesidad) y es la diana a la que apunta el semaglutide. Este medicamento replica la acción de una hormona (GLP1), que actúa interfiriendo en el deseo de ingerir alimentos. Precisamente, la batalla constante contra la comida es la principal causa de fracaso en el objetivo de perder peso, por lo que la facultad del semaglutide de crear una sensación de menos hambre y favorecer rápidamente un descenso del peso corporal explica las expectativas que se han generado, y que algunos estén anunciando el inicio de una nueva era en el manejo terapéutico de la malnutrición por exceso.
Más allá de la euforia inicial, debemos reflexionar sobre qué esperar de este fármaco: ¿queremos atender un desafío de corto plazo y proporcionar a determinados pacientes un mecanismo que les garantiza la pérdida de peso corporal sin grandes esfuerzos? ¿O queremos atender un desafío de largo plazo y hallar una fórmula que nos permita retrasar o incluso revertir las consecuencias del envejecimiento acelerado inducido por obesidad en la forma de mayor riesgo de enfermedad, discapacidad y muerte?
A la fecha no hay datos suficientes para afirmar con propiedad que este medicamento pueda ser usado para modular el envejecimiento, aunque se ha sugerido que sí interfiere en procesos celulares que sabemos influyen en cómo y a qué velocidad envejecemos: estrés oxidativo, senescencia celular e inflamación crónica. Investigaciones clínicas, desarrolladas en adultos de mediana edad y de edad avanzada, apuntan a beneficios potenciales de este imitador de la GLP1 en una variedad de enfermedades asociadas al envejecimiento, incluidas enfermedades metabólicas, neurodegenerativas, cardiovasculares, renales y musculoesqueléticas. Pero esos trabajos, no han logrado revelar y comprender los complejos mecanismos que subyacen a la relación entre el fármaco y tales enfermedades.
Al igual que muchos fármacos, el semaglutide presenta efectos no deseados. Náuseas, vómitos, diarrea, deshidratación, estreñimiento y dolor abdominal son los más frecuentes y algunos estudios muestra una mayor incidencia de tumores tiroideos malignos. Otros fármacos que imitan la acción de la GLP1 también han revelado mayor incidencia de depresión, pensamientos suicidas, y cambios inusuales de humor, lo que ha generado mucha preocupación en la comunidad clínica. El problema es que a priori no es posible saber qué pacientes presentarán estos efectos y en qué magnitud. O si un paciente que lleva años luchando contra la obesidad tendrá en cuenta esas consecuencias adversas frente al deseo de ver resultados inmediatos. Adicionalmente, el alto costo del semaglutide, que oscila entre 150 y 200 mil pesos semanales, puede ser una barrera para su adopción en un país donde la obesidad es mucho más frecuente en los grupos socialmente más vulnerables.
Sólo un acabado conocimiento de los mecanismos moleculares que explican la obesidad y el envejecimiento nos permitirán afirmar o descartar la relación causal entre estos dos eventos. Nuestro país consiguió a base de investigación y uso de evidencia en políticas públicas erradicar la desnutrición. Es de esperar que en el futuro podamos volver la mirada y decir que la malnutrición por exceso siguió el mismo camino. Demostrar una conexión entre obesidad y envejecimiento puede pavimentar ese camino.
* Anillo de Investigación en Envejecimiento acelerado inducido por Obesidad, ObAGE
** Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo, GERO