Se estima que en Chile hay un millón y medio de hombres y mujeres que padecen hipoacusia o disminución de la sensibilidad auditiva. De ellos, 325 mil -el 1,8% de la población del país mayor de dos años- la sufre en forma moderada a severa y de manera permanente. Es decir, evidencian la pérdida de al menos un tercio de su capacidad para oír y, en algunos casos, necesitan de algún tipo dispositivos para poder interactuar y comunicarse con otros de manera adecuada.
No sólo la pandemia por Covid-19 mantiene en vilo a las autoridades, científicos e investigadores del ámbito sanitario. Recientemente, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Audición, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que una de cada cuatro personas presentará problemas auditivos en 2050 a nivel global por falta de atención o rehabilitación otológica.
Esta proporción equivale a unos 2 mil habitantes del planeta, en especial de los países más pobres, de los cuales un tercio podría sufrir daño parcial o pérdida total de su capacidad para oír, a menos que se adopten medidas urgentes para evitarlo.
Pero a la anterior se suma otra causa que cada día se está tornando más relevante, en particular en los países de mayor desarrollo: el aumento indiscutible del uso de audífonos, auriculares o reproductores de audio personales y otros dispositivos electrónicos, como el teléfono celular, que suelen utilizarse a volumen alto y por varias horas durante el día, más ahora que el teletrabajo, las clases en línea y la comunicación a distancia se ha transformado casi en una obligación.
De hecho, la OMS estima que poco más de la mitad de los potenciales afectados- -unos 1.100 millones- serán los actuales adolescentes y jóvenes (personas de entre 12 y 35 años).
Esta situación preocupa de sobremanera a los especialistas, ya que se suma a otros dos fenómenos cuya consecuencia es la misma: la mayor exposición a ruidos excesivos -que se concentran en ambientes laborales y urbanos cada vez más saturados- y al aumento de la esperanza de vida, pues el envejecimiento está directamente relacionado con ella.
“La pérdida de la audición o hipoacusia corresponde a cualquier disminución de la sensibilidad auditiva en uno o ambos oídos, con un umbral de audición de 25 decibeles o mayor. Según el grado de afectación, éstas se clasifican en leve, moderada, severa, profunda y total. El sitio de la lesión también genera distintos tipos de hipoacusia. Por ejemplo, las alteraciones en las porciones media y externa del oído generan una hipoacusia de conducción, siendo la causa más común la otitis. Los daños en la porción más interna del oído, donde se encuentran las células sensoriales, se manifiestan como una hipoacusia de tipo sensorioneural. Esta última produce mayor impacto, ya que tiende a ser de mayor grado y permanente en el tiempo”, explica la fonoaudióloga y docente del Departamento de Audiología de la Escuela de Fonoaudiología de la Universidad de Valparaíso, Virginia Olivares.
Causa del daño
Los desencadenantes de una hipoacusia son diversos: enfermedades infecciosas, factores genéticos, complicaciones al nacer, traumas, uso de fármacos ototóxicos, exposición constante a ruidos y envejecimiento, entre otros.
En el caso de la pérdida de audición relacionada con el uso de auriculares o audífonos, ésta se asocia principalmente al daño que el uso constante de estos aparatos -que a un volumen sobre 60 decibeles pueden generar el mismo efecto, por ejemplo, que escuchar música delante de un parlante de grandes dimensiones instalado en un estadio para un concierto- causa a las células del oído interno, que a la larga termina por manifestarse como una hipoacusia permanente e irreversible. Además, se puede presentar con otros síntomas asociados como el tinnitus o acúfeno.
“Esto es un sonido, zumbido o ruido generalmente asociado al daño auditivo y que puede presentarse de forma leve y transitoria, por algunos minutos, a más severa, por varias horas e incluso días”, precisa la fonoaudióloga de la UV.
Otras alteraciones extra-auditivas vinculadas a la exposición prolongada a ruidos de alta intensidad son dificultades para conciliar el sueño, aumento en la frecuencia cardíaca y disminución del rendimiento cognitivo, que pueden afectar también la salud general de quien los padece.
Además, dado que la información auditiva es fundamental para la comunicación oral, la disminución de esta habilidad impactará en el funcionamiento cotidiano de la persona afectada, tanto a nivel de su vida privada como en lo relativo a su interacción con otros individuos.
Prevención
En contextos no ocupacionales, la población de jóvenes reviste aún mayor preocupación ya que está más expuesta a ruidos de alta intensidad por las actividades de recreación y esparcimiento que realiza.
Más si se considera que en estos contextos la emisión sonora no se encuentra tan regulada, quedando a criterio de cada individuo el exponerse, en mayor o menor grado, a sonidos que en el mediano y largo plazo producen daños irreparables al sistema auditivo. No obstante, Virginia Olivares sostiene que la hipoacusia es una enfermedad que puede y debe ser prevenida.
“En primer lugar es clave incentivar la educación y sensibilización de las personas sobre la importancia de nuestra audición y su cuidado desde temprana edad. También lo es inculcar el hábito de escuchar música o sonidos con volumen moderado y, de paso, usar elementos de protección auditiva en caso de exponerse a ruidos de alto volumen tanto en ambientes laborales como recreativos. Por último, es importante consultar tempranamente ante cualquier síntoma de molestia auditiva o sensación de escuchar menos, oído tapado, ruidos en el oído y dolor, entre otras cosas”, recomienda la docente de la Escuela de Fonoaudiología de la Universidad de Valparaíso.
En términos generales, los tratamientos para una hipoacusia dependerán de su origen o causa. En el caso de las pérdidas auditivas por exposición a ruido, dado que el daño se aloja en la porción más interna del oído, lo más indicado son las órtesis auditivas o audífonos para hipoacusia. Estos son dispositivos que amplifican de manera controlada el sonido y se calibran dependiendo del grado de afectación. Estos deben ser siempre indicados por un médico especialista otorrinolaringólogo, luego de la correspondiente evaluación clínica y solicitud de exámenes auditivos que corroboren el diagnóstico. Sin perjuicio de lo anterior, la decisión de optar por una ayuda auditiva dependerá, además, de factores personales y de las necesidades comunicativas del paciente.