Stewart Bick no puede correr el riesgo de quedarse sin galletas negras con crema durante la cuarentena. Dado que Bick, de 57 años, sólo visita la tienda Trader Joe’s una vez que los plátanos en su casa “comienzan a adoptar un color café”, él ha empezado a ocultar las últimas y preciosas galletas que le quedan tras cada viaje en un cajón de su escritorio, lejos del resto de su familia.
Hasta ahora, su esposa e hijo de 10 años no se han dado cuenta. “Ahora que hemos empezado a acaparar ciertas cosas, cada uno se salva como pueda”, dice Bick, fundador de una firma de Los Angeles que elabora muebles a medida. “Esta es nuestra versión de la guerrilla urbana”.
A medida que la compra de provisiones pasa de ser una tarea diaria a una labor a menudo frenética y frustrante, las riñas familiares en torno a la comida –su planificación, su preparación y consumo- están emergiendo. “La gente está preocupada con lo que van a comer de una forma que ahora parece diferente”, dice Douglas Rait, jefe de la Clínica de Terapia para Familias y Parejas de la Universidad de Stanford. “La comida lleva a la casa una sensación de pandemia”.
La alimentación se ha convertido en un tema aún mayor en los hogares donde un miembro de la familia se ha infectado con Covid-19. Jonathan Cowan se convirtió en el cocinero de facto luego de que su esposa contrajera la enfermedad. Repentinamente, Cowan se tuvo que encargar de preparar las comidas para la pareja y sus sus hijas gemelas de 12 años, mientras seguía las instrucciones vía video chat junto a su esposa Rachel Rosenthal, quien estaba en cuarentena en el segundo piso de la casa.
“La comida lleva a la casa una sensación de pandemia”.
Douglas Rait, Universidad de Stanford.
Inicialmente, incluso un desayuno con tostadas, palta y tajadas de naranja solía terminar en peleas. “Tuvimos una pelea sobre si cortar la fruta en rodajas”, dice Cowan, de 57 años y fundador de un think-tank en Washington D.C. Él dice que Rosenthal, quien ya está en recuperación, le envió un mensaje de texto donde le decía que ella se sentía como “una niña” comiendo naranja en trozos y que también le hizo ver que había esparcido demasiada palta en el pan. Ella dice que le preocupaban los gérmenes y que prefería abrir ella misma la naranja.
Ahora, tras casi tres semanas de estar cocinando, Cowan dice que se ha acostumbrado a recibir textos con un “detallado informe” tras cada comida. Recientemente, Rosenthal le comentó que su plato de albóndigas, papas y arvejas estaba frío, pero lo felicitó por la preparación. “Durante todo nuestro matrimonio, él nunca ha sido un cocinero. Sé que se esfuerza al máximo”, dice la mujer de 42 años, quien trabaja como consultora en organización hogareña.
Con una interminable cantidad de platos que preparar, ella añade que sus críticas sobre la temperatura de los alimentos se ha vuelto una “especie de broma constante” en el hogar.
Una forma de desahogarse
Este tipo de disputas de bajo riesgo quizás sean buenas. Los conflictos menores pueden ser algo positivo durante una pandemia, porque permiten que la gente exprese la frustración que inevitablemente se acumula cuando la gente está atrapada en sus hogares, dice Matt Lundquist, un terapeuta de Nueva York. “Cuando estamos encerrados juntos, necesitamos algo sobre lo que pelear”, señala. El experto añade que usar la comida para dejar escapar la frustración o reforzar el deseo de control ayuda a los miembros de una familia a liberar sus emociones, de una manera menos seria que cuando se trata de temas financieros, de salud o trabajo.
Pero aquellos que están en relaciones más nuevas a menudo se sienten menos cómodos al tener confrontaciones, señala Lundquist. Cuando Kelley Vargo -una profesora de nutrición y ejercicios de 34 años de Arlington, Virginia, que vive de manera parcial con su novio de cinco meses- se dio cuenta que una bolsa de M&M con maní había desaparecido del refrigerador, ella no quiso “ser una malcriada” discutiendo con él. Cuando faltaban días para el siguiente viaje por provisiones, hizo lo mejor que se le ocurrió: “Conversé de esto con mis padres”.
Para Haya Pomrenze, una poeta y terapeuta ocupacional de Fort Lauderdale, Florida, no ha sido fácil mantener la paz. Al inicio de la cuarentena, se resistía a ordenar los condimentos y los productos enlatados adicionales que pedía su marido. “Siempre está sensación subyacente de ‘¿Cuánto atún nos queda?’”, dice Pomrenze, de 59 años. Pero ella ya no se resiste a los requerimientos. “Está en los genes de mi marido”, señala. Su esposo declinó hacer comentarios.
Cocinar e ir de compras por comida durante una época de estrés puede exacerbar las diferencias ya establecidas en las relaciones, dice el doctor Rait. Los nuevos chefs en la cocina, los miembros de la familia que son mañosos con la comida y la sensación de escasez de alimentos están destinados a provocar “algo de incomodidad”, indica. Pero tras semanas de gente que crea nuevas rutinas, él también está viendo más personas “reuniéndose a través de la comida”, agrega.
Hábitos revueltos
Otra fuente de conflicto: los patrones de alimentación alterados. El acceso más fácil a los snacks implica que mucha gente está elevando el nivel de productos altos en azúcar y grasas que consume al día, además de ingerir más calorías, indica Emma Feeney, profesora asistente de ciencias alimentarias y nutrición en el University College Dublin, donde realiza un estudio con tres mil personas sobre los hábitos alimentarios durante la pandemia. Otras personas se han visto forzadas a repensar su consumo de comida sin la opción de salir a comer: “Repentinamente, nuestros hábitos alimentarios están de cabeza”, dice la doctora Feeney.
Para Stewart Bick, incluso el bolo familiar de frutas se ha vuelto un factor de contienda. Durante el pasado mes, su esposa, Samantha Slaven-Bick, se ha vuelto muy protectora de los mangos, su fruta favorita. “Ella los cuenta…y te mira fijamente si falta uno”, dice Bick, quien añade que su esposa lo ha reprendido abiertamente por comérselos y por romper una regla no escrita.
“Repentinamente, nuestros hábitos alimentarios están de cabeza”.
Emme Feeney, University College Dublin.
Para Slaven-Bick, una ejecutiva de relaciones públicas de 49 años, los mangos son una forma de satisfacer su lado más goloso sin tener que recurrir las galletas con chispas de chocolate vegano que consume como alternativa. “Los mangos son míos. Cuando él se los come, se nos acaban demasiado rápido”, asegura.
En las familias más numerosas, poner control a las disputas por la cocina requiere preparar los alimentos con precisión militar. Para reducir las críticas, Robin Babbin, de 60 años, ahora sigue una “estrategia de comité total” para cada cena nocturna y que incluye a su marido Barry Babbin, dos hijas adultas que se mudaron temporalmente a su casa y el novio de una de ellas. Ahora la familia tiene una reunión semanal para pensar en platos y crear listas de ingredientes y compras necesarias para cada cena. Los ingredientes que se acaban se escriben en una pizarra instalada en la cocina, con el fin de reponerlos en el siguiente viaje semanal a la tienda.
Pero incluso con toda la planificación, esta no siempre funciona. Varia veces no se han podido preparar galletas con chispas de chocolate porque el señor Babbin se había comido inconscientemente la mayoría de las chispas, dice Alexa Babbin, de 28 años y directora en una empresa de catering y producciones en Nueva York. Ella dio con una solución temporal: esconderle los chips a su padre en el dormitorio que ella ocupaba cuando niña. “Ahora al cocinar galletas, tengo que sacar los chips cuando él va al baño”, indica.
El señor Babbin, de 59 años y ejecutivo de seguros, no niega que le gusten las cosas dulces. Dice estar decepcionado que las chispas de chocolate ya no estén en los escondites habituales de la cocina que él solía asaltar en las noches. “No puedo encontrarlos y realmente no sé donde están”, asevera.