Gracias a la globalización que promueve la tecnología, el mundo está siendo testigo de lo que ha sido definido como "el despertar de Chile": millones de manifestantes que, pacíficamente, han salido a las calles de nuestro país para enfrentar y evidenciar la desigualdad y las inequidades que han surgido en el seno de nuestra sociedad en los últimos 40 años.

Y si bien la mirada del mundo es importante, mayor relevancia tiene que seamos nosotros mismos, las chilenas y chilenos, quienes nos demos cuenta lo profunda que es esta crisis y de cuán ineludible es que reconozcamos, con humildad, la responsabilidad que tenemos en que, durante tanto tiempo, no haya existido una respuesta adecuada a justas reivindicaciones de nuestra ciudadanía por un país mejor y una sociedad que permita el progreso y el desarrollo de todos y todas.

Cada uno en su rol, quienes somos actores públicos debemos, además de reflexionar sobre las causas y lo que dejamos de hacer o lo que hicimos mal, generar las propuestas concretas y reales que permitan asumir la tarea país de darle forma robusta a esta nueva agenda social que pide la ciudadanía y que, por estos días, comienza a definir la autoridad.

En esa lógica, quienes tenemos responsabilidades en la construcción de la base formativa de los niños, niñas y jóvenes chilenos, podemos plantear sin ambages que es la educación la que debe ser el pilar para esa nueva agenda o pacto social. Debemos construir sobre ella. Sobre sus bases firmes.

La educación. Porque, más que el dinero, el apellido, el barrio o el origen de los padres, es el valor más democratizador de todos. Porque es un derecho humano que tampoco podemos violar, como ha ocurrido hasta ahora, cuando es manejada como un negocio más, como un bien transable y no como lo que es realmente: la puerta a la igualdad, a la equidad y a la justicia.

Negarle el acceso a la educación a los hijos e hijas de Chile es tan grave como la que organismos nacionales e internacionales de Derechos Humanos han reportado como vejámenes en contra de la integridad física y emocional de las personas durante las manifestaciones de estos días.

Así de importante es la educación. Por eso, tras días dolorosos, podemos abrirnos a la esperanza. Esta dura lección puede ser una gran oportunidad. Por ello, la invitación es que todos los actores del mundo de la educación abramos la mente y el corazón para que nunca más un joven chileno sienta que su educación no es un derecho, sino un privilegio al que no puede acceder.