Nos despedimos de esta saga de liderazgos dramáticos -en las que revisamos a Elon Musk, Jeff Bezos, Richard Branson y Steve Job- con el magnate y filántropo Bill Gates, un líder tecnológico que en el 2008 dejó los negocios para dedicarse en cuerpo y alma a la Bill and Melinda Gates Foundation, organización creada con su señora en el año 2000 para abordar temas vinculados al cambio climático, la educación, la salud, la pobreza, el desarrollo humano y la energía.
Considerado por Forbes como el hombre más rico del mundo entre los años 1995 y 2017 -año en que fue superado por Jeff Bezos-, Bill Gates no solo sorprendió al mundo al dejar en el 2020 su último directorio (Microsoft), sino que, al año siguiente, anunció su separación de Melinda French Gates, mujer con la que tuvo tres hijos en sus 27 años de matrimonio. ¿Las razones? Sin hacer mayores declaraciones al inicio, Bill inmediatamente se atribuyó la responsabilidad de la ruptura, pero los rumores ya eran incontenibles: su salida de Microsoft no se debió a su fuerte compromiso con la filantropía, sino a un lío de faldas con una ingeniera de la empresa que quería que Melinda conociera la historia. Dato rosa: ese mismo día el arrepentido Bill le transfirió 1800 millones de dólares a su ex señora.
Este último gesto, tan práctico y transaccional, da cuenta del estilo relacional del señor Gates y de la complejidad de un hombre que no solo comparte los fuertes rasgos obsesivos, paranoicos y narcisistas de líderes dramáticos, sino que cuenta con la particularidad- siguiendo con las categorías del coach y analista Manfred Kets de Vries- de tener poderosos rasgos esquizoides.
¿Cómo son los líderes esquizoides? La literatura señala que estos sujetos están más presentes en el mundo de las ciencias y de las artes y que no son tan comunes en el mundo empresarial debido a las exigencias relacionales de la vida organizacional. Pero hay casos excepcionales que el entorno describe como enigmáticos, pues son personas que parecen estar y no estar. Si bien se pueden involucrar tenazmente en las tareas o en la persecución de objetivos, no se comprometen o involucran en las relaciones, pues su cabeza -de puertas cerradas- está en otra parte o en mil cosas.
Y es que estos líderes están tan metidos en sus pensamientos que generan en su entorno la sensación de que están frente a un líder inalcanzable o sin corazón. Siguiendo con la línea argumental de Kets de Vries, el origen de este enigmático comportamiento es un sistema de creencias que gira alrededor de la idea de que este mundo no me ofrece ninguna satisfacción. Básicamente estos sujetos, a una temprana edad, se decepcionaron del mundo y de sus relaciones y es por ello que se encierran en sus lecturas, pensamientos y fantasías.
Y en el documental de Netflix, Bill Gates bajo la lupa, se ve claramente que al pequeño Bill le cuesta lidiar con el componente emocional de las interacciones humanas y, en especial, con su madre, contra quien desata su rabia y frustración de manera constante. ¿La razón? Quiere sacarlo de su bóveda craneal para que comparta con el mundo exterior. ¿Resultado? Fuertes discusiones y un mutismo total.
Así, tempranamente las pobres habilidades relacionales de Bill contrastan con sus increíbles destrezas para las matemáticas, las ciencias y la tecnología. Es una luz de esperanza para Mary Gates, pues pese a los embates familiares, es consciente que tiene un hijo con un tremendo potencial, razón por la cual lo cambia a una prestigiosa escuela privada e insiste en involucrarlo en actividades ligadas a la comunidad. Y es en estos momentos cuando Bill más la odia, por lo que no sería descabellado sostener -en jerga psiquiátrica- que el futuro fundador de Microsoft poseía algún grado del síndrome de los genios informáticos, el mismo que figuras como Mark Zuckerberg o Leonel Messi aparentemente comparten. Asperger.
Sí, estas figuras gozan de extraordinarios niveles de concentración que los lleva a niveles de excelencia inauditos. ¿Vieron que Messi, pase lo que pase, no despega los ojos de la pelota? Como muestra médica, un trabajador de Facebook describe de la siguiente manera a Mark Zuckerberg en la plataforma Quora: “Muy exigente, perfeccionista, poco emocional y duro, pero justo”, descripción que calza con la imagen difundida por los cercanos a Bill Gates.
Ahora, si nos salimos de la psiquiatría tradicional, es altamente probable que el psiquiatra Claudio Naranjo (1932-2019) catalogase al padre de Windows como un sujeto cerebrotónico, tipo temperamental que se caracteriza por la tendencia al retraimiento, la introversión, el gusto por la intimidad, la soledad y la inhibición. De hecho, el documental Bill Gates bajo la lupa muestra la fuerte necesidad de Bill de pasar prolongados ratos a solas. Ya sea leyendo, caminando por un bosque, jugando tenis por horas o arrancándose del mundo en una de sus sagradas semanas de retiro.
Sí, este hombre necesita desconectarse de los negocios y de sus relaciones para funcionar y en el documental queda claro que esta forma de ser obligó al pequeño Bill a declararse en guerra contra una familia que estaba muy conectada a otras familias y a la comunidad y a luchar, día tras día, contra una mamá que marcará la carrera profesional de su hijo hasta su último día.
Y es que Mary Maxwell Gates (1929-1994), al igual que la madre de Richard Branson, era una fuerza de la naturaleza. Hija de un prominente banquero, esta mujer se transformó en una American Bussiness Woman. Destacada ejecutiva, profesora, activista y miembro de varios directorios de empresas relacionadas al mundo financiero, llegó a ser la primera Presidenta de directorios en importantes empresas.
Esta bussiness celebrity de Seattle vibraba con la vida social empresarial y filantrópica y quería que su hijo fuera parte de esta comunidad. Por esta razón, la arrogancia, ironía y rebeldía de su hijo no la doblegaba y solo en terapia el pequeño genio de la informática entendió que la guerra contra su madre era injusta y absurda. Mary Gates lo amaba y aunque a él le costara aceptarlo, ella quería, desde su perspectiva, lo mejor para él.
En este contexto de peleas y terapias familiares, los padres de Bill deciden cambiar a su hijo al exclusivo Lakeside School, institución que no solo tenía un gran prestigio en la zona, sino que contaba con computadoras. Y fue en este espacio donde un Bill de tan solo trece años, conocería a su futuro socio de Microsoft, Paul Allen.
Paul, unos años mayor que Bill, lo describe así: “En la sala de computación vi a un muchacho de octavo grado, desgarbado, la cara llena de pecas, avanzando discretamente hacia la multitud que rodeaba la Teletype, puros brazos y piernas y energía nerviosa. Tenía un aspecto a la vez desaliñado y niño bien: sweater, pantalones beige, enormes zapatos de suela. Su pelo rubio dio vueltas por el lugar. Uno podía decir tres cosas sobre Bill rápidamente. Era realmente listo. Era realmente competitivo; quería mostrar lo inteligente que era. Y era realmente, realmente persistente. Luego de aquella primera vez, siguió regresando. Muchas veces él y yo fuimos los únicos en el lugar”.
Si bien los intereses de Paul y Bill coincidían alrededor de la tecnología, fuera de ese contexto las diferencias eran enormes. De hecho, Paul no se sentía cómodo en el living del reputado abogado de Seattle y de su energética mujer, donde el futuro emperador del software leía la Revista Fortune y armaba planes para ser rico. En esos años Paul, al igual que Steve Jobs, otro frenemy de Gates, alucinaba con la tecnología, la música, las drogas y el arte.
Volvamos con Paul: “Mientras que yo tenía curiosidad por estudiar cualquier cosa que veía, Bill se concentraba en un asunto por vez con total disciplina. Se podía ver cuando programaba: se sentaba con un marcador entre los dientes, golpeteaba los pies y se balanceaba, insensible a la distracción. Tenía una manera única de teclear, como una suerte de cruce lateral con seis dedos”.
Muchas veces Paul Allen dormía, escuchaba Jimy Hendrix, fumaba o tocaba la guitarra mientras su amigo programaba sin parar y es por ello que nunca dudó que Bill se iba a transformar en un gigante. Un gigante que podía ser poco amable y que a la larga los distanció.
“Bill necesitaba poner cierre a las discusiones, y podía insistir hasta que lo lograba; en principio, yo me rehusaba a conceder si no estaba de acuerdo. Y así pasábamos horas, hasta que yo hablaba casi tan alto y me enrollaba como Bill. Odiaba esa sensación. Y aunque no podía ceder si no estaba convencido por los méritos, a veces tenía que detenerme por pura fatiga”
Bill no solo era vehemente para “terminar las cosas”, sino que vivía en modo urgencia. Todo tenía que ser hecho a gran velocidad, velocidad y vehemencia que empezaron a pasarle la cuenta a Paul, quien se preguntaba, “¿Por qué no podría ser más efectivo tener una conversación urbana y racional? ¿Por qué necesitábamos peleas demoledoras, interminables? ¿Por qué, simplemente, no resolver el problema con lógica y seguir adelante?”.
Estas preguntas, con el correr de los años, se transformaron en reproches y es por ello que en el 2011 Bill Gates intentó sacar de circulación la autobiografía de su amigo, pues en algunos pasajes relata los intentos de Bill de sacarlo del negocio cuando se enfermó, ya que no estaba trabajando lo suficiente en la empresa. Amigo mío…
Ahora, en otra esquina del cuadrilátero mental de Gates está Steve Jobs, personaje de la industria que durante décadas se relacionó -y chocó- con el estilo de liderazgo de Bill Gates. Para Jobs las obsesiones de Bill Gates eran insoportables, sobre todo su incontenible necesidad de ganar en todo.
En sus primeros años, Jobs desprecia a Bill Gates, por considerarlo un empresario de mal gusto, poco elegante y estrecho de mente. Escuchemos al creador del iPod: “Bill es, en esencia, una persona sin imaginación que nunca ha inventado nada, y por eso creo que se encuentra más cómodo ahora en el mundo de la filantropía que en el de la tecnología (...) Se dedicó a copiar con todo descaro las ideas de los demás”.
A Bill estas críticas, lejos de afectarle, lo motivaban, pues también despreciaba ciertos comportamientos de Steve, a quien consideraba un tipo genial, pero extraño. Envidiaba su carisma y su llegada a las personas, pero despreciaba al creador de Apple por no saber programar. Volvamos con la biografía de Walter Isaacson:
“Gates sabía programar, a diferencia de Jobs, y su mente era más práctica y disciplinada, con mayor capacidad de procesamiento analítico. Por su parte, Jobs era más intuitivo y romántico, y tenía un mejor instinto para hacer que la tecnología resultara útil, que el diseño fuera agradable y las interfaces, poco complicadas de usar. Además, era un apasionado de la perfección, lo que lo volvía tremendamente exigente, y salía adelante gracias a su carisma y omnipresente intensidad. Gates, más metódico, celebraba reuniones milimétricamente programadas para revisar los productos, y en ellas iba directo al núcleo de los problemas, con una habilidad quirúrgica. Ambos podían ser groseros, pero en el caso de Gates -que al principio de su carrera pareció inmerso en el típico flirteo de los obsesionados por la tecnología con los límites de la escala de Asperger- el comportamiento cortante tendía a ser menos personal, a estar más basado en la agudeza intelectual que en la insensibilidad emocional “.
De a poco el amor de la prensa especializada por el joven empresario de Seattle decae por su juego sucio. Bill ya no solo es descrito como un líder analítico, inteligente, metódico, listo, rápido, práctico, enfocado y disciplinado, sino que se empieza a enfatizar su lado más competitivo, poco humano y despiadado. ¿Monopolio? Evidentemente Steve Jobs se suma a las voces críticas y en varios encuentros le enrostra a Gates su despiadada forma de hacer negocios, pero Gates no se inmuta con los trucos y el histrionismo del padre de Apple, pues en sus propias palabras, “se me da bien tratar a la gente cuando se deja llevar por sus emociones, porque yo soy algo menos emotivo”.
Para el creador de Microsoft las preocupaciones éticas y estéticas de Jobs eran un capricho ridículo y él no estaba dispuesto a perder ninguna oportunidad de hacer negocios ni a darles terreno a sus competidores, actitud que contrastaba con el espíritu artístico y contracultural que Steve imprimía en cada una de sus creaciones. Volvamos con Walter Isaacson:
“A Bill le gusta presentarse como un hombre de productos, pero en realidad no lo es. Es un hombre de negocios. Vencer a otras empresas era más importante que crear grandes productos. Acabó siendo el hombre más rico que había, y si esa era su meta, entonces la alcanzó (...). Lo admiro por la empresa que construyó -es impresionante- y disfruté del tiempo que trabajé con él. Es un hombre brillante y de hecho tiene un gran sentido del humor. Sin embargo, Microsoft nunca contó con las humanidades y las artes liberales en su ADN. Incluso cuando vieron el Mac, no lograron copiarlo correctamente. No acabaron de comprenderlo del todo”.
Estas peleas, por razones obvias han quedado atrás. Paul Allen y Steve Jobs, dos de los principales contrincantes mentales de Bill Gates, ya no están entre nosotros y el oriundo de Seattle, con su amigo Warren Buffett, están dedicando sus horas, esfuerzos y dólares en ver cómo salvar el mundo. Bill, a diferencia de Elon Musk, Jeff Bezos o Richard Branson, no sueña con conquistar otros planetas, sino en salvar al nuestro. Ese mismo que tanto lo decepcionó en su infancia.