El anuncio que realizó el Ministerio de Ciencia Tecnología, Conocimiento e Innovación sobre la reducción presupuestaria en un 9% -respecto al año 2020 para el 2021- fue el indicador más claro para augurar el difícil escenario que debería enfrentar el mundo científico nacional. En un país que necesita avanzar hacia el desarrollo, esta decisión solo obstaculiza la labor de quienes durante años hemos luchado por mejorar la calidad de la investigación e innovación que se realiza en Chile.
El levantamiento de un centro de excelencia significa generar conocimiento científico, desarrollar nuevas tecnologías, potenciar la innovación y principalmente la formación de nuevos profesionales. Sin embargo, esto conlleva una serie de compromisos y obligaciones que el Estado parece desconocer y que queda de manifiesto con “el financiamiento de actividades de I+D en Chile representa un 0,2% del PIB, mientras que el promedio para países OCDE es de un 0,56%”, tal como lo señala el Ministerio de Ciencia, a través de su plataforma OBSERVA.
Una cifra que claramente es insuficiente para mantener los centros de investigación existentes y que, obviamente no alcanza para crear nuevas instituciones destinadas al proceso de I+D. A lo anterior debemos agregar que, desde el inicio de la pandemia sanitaria, esta actividad se ha centrado en su mayoría en encontrar –con mayor o menor éxito- una vacuna o tratamiento que nos permita volver a nuestra antigua normalidad. No obstante, ¿qué pasará después del Covid-19? ¿Acaso la investigación debe ser estacional y sólo tributar a crisis sanitarias singulares?
¿Qué necesitamos para avanzar por un escenario más auspicioso? Muy importante: mayor inversión y potenciar la investigación en regiones, aprovechando la flora y fauna endémica de nuestro territorio. Un ejemplo es la Región de Magallanes, una zona donde habitan plantas y algas capaces de soportar temperaturas bajo cero, vientos fuertes y escasa luz durante períodos prolongados. Una vegetación que normalmente no podría sobrevivir en otro lugar del mundo, pero que ha desarrollado su hábitat natural en un territorio tan extremo como lo es esta región.
Sin embargo, a pesar de la planificación, de la existencia de proyectos de investigación y de profesionales dispuestos a convertir Magallanes y la Antártica Chilena en un polo de atracción para el desarrollo tecnológico global, la falta de financiamiento estatal ha retrasado la puesta en marcha del centro de excelencia más austral del mundo dedicado a la biotecnología: CEBIMA.
Si bien la pandemia ha afectado a los proyectos de I+D en nuestro país (que no tienen relación con el SARS-CoV-2), esto no debe extenderse en el tiempo. Son innumerables los profesionales y centros de investigación a lo largo de Chile que han debido replantear su funcionamiento, porque la realidad es que más allá del Covid-19 la falta de apoyo estatal y –en muchos casos- la obligatoriedad de “autofinanciarse” resulta una quimera.
La realidad es que para convertirnos en un país desarrollado debemos incrementar el PIB destinado a la actividad científica y potenciar la creación de centros de excelencia, aumentar las becas de formación, respetar las planificaciones y compromisos creados antes de la pandemia. Y principalmente comprometer un financiamiento estatal a los proyectos de I+D. Solo así lograremos descentralizar la actividad científica nacional y dejar de centrar todo nuestro desarrollo económico en recursos no renovables.
Magallanes y la Antártica Chilena es el territorio destinado a convertirse en un ejemplo de ciencia de primer nivel para el resto de las regiones del país. Tenemos todos los factores necesarios para hacerlo… en realidad “casi” todos, porque queramos o no el “autofinanciamiento” es una fantasía difícil de cumplir para cualquier centro de Latinoamérica. Y nosotros no somos la excepción.
*Director Centro de Excelencia en Biomedicina de Magallanes, CEBIMA. Premio Nacional de Ciencias Naturales 2008.