Presencia de vehículos y caballos en playas, dunas y humedales se convirtió en una amenaza cada vez más peligrosa para las aves costeras

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Playa Brava, Mejillones. FOTO: FRANCISCO CASTRO

Se ha visto una disminución en la nidificación de algunas aves costera a lo largo de todo el país. Incluso, las aves migratorias que recorren miles de kilómetros para llegar a las costas chilenas estan siendo afectadas.


Se podría decir que una particularidad del pilpilén común (Haematopus palliatus) es el color de sus ojos: amarillo con anillo orbital rojo. Pero en realidad su característica principal no está tanto en sus llamativos colores, sino en su estilo de vida, siempre asociado a la costa. “Es el habitante predilecto de las playas de Chile, desde Arica a la Región de Los Lagos. Cualquier persona se puede encontrar con un pilpilén en la paya y sus colores lo hacen fácilmente reconocible”, dice Franco Villalobos, de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile.

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Un pilpilen común en la playa. FOTO: FERNANDO MEDRANO

El pilpilén pone sus huevos en pequeñas hendiduras de la arena y, a veces, con un curioso toque artístico, utiliza pedacitos de conchas para adornar el nido. Es por eso que el tránsito de vehículos y otras perturbaciones -como la presencia de perros o actividades recreativas no planificadas, como cabalgatas- influyen directamente en el éxito reproductivo de estas aves, porque tanto los huevos como los polluelos son aplastados o atropellados.

Para Villalobos, es un tema preocupante, pues esta especie es considerada como un indicador biológico, es decir, su presencia y abundancia es signo de un buen estado de los ambientes costeros. “Si un pilpilén no logra reproducirse en una playa significa que esa playa está en mal estado o bajo demasiadas amenazas, y eso da cuenta de un ecosistema en mal estado o mal administrado”, dice. “Y si está en mal estado para las aves también lo está para las comunidades que habitan ese sector costero”.

Y no solo el pilpilén corre peligro, sino también el chorlo nevado (Charadrius nivosus), que está en una categoría de mayor amenaza del pilpilén: mientras el primero es una especie “vulnerable”, el segundo es “casi amenazada”, según el Reglamento de Clasificación de Especies del Ministerio de Medio Ambiente.

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Chorlo Nevado. FOTO: PABLO CÁCERES

A esto se suma que en esta época estival entran en escena las aves migratorias que, según explica Franco Villalobos, “son muy numerosas y con distintos orígenes, pero con un elemento en común; kilométricos viajes”.

Por estos días, muchas de las aves que podemos observar en las playas, dunas y humedales de Chile provienen del Amazonas -por ejemplo, el rayador (Rynchops niger)- o desde Norteamérica -en el caso de aves como la gaviota de Franklin (Leucophaeus pipixcan), el zarapito común (Numenius phaeopus) y el playero blanco (Calidris alba).

“Estas especies recorren miles de kilómetros para pasar la temporada post reproductiva en nuestro país, alimentándose y descansando a lo largo de la costa de Chile. No obstante, esto no siempre ocurre en las mejores condiciones, ya que el tránsito de vehículos en playas, dunas o humedales obliga a estas aves a interrumpir constantemente su descanso o alimentación, siendo obligadas a emprender el vuelo recurrentemente arrancando de los vehículos, perros, o personas”. Villalobos agrega que esto es particularmente grave para especies que han migrado miles de kilómetros, ya que no logran descansar de estos viajes ni tampoco son capaces de acumular las energías necesarias para volar de vuelta a sus sitios de reproducción.

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FOTO: JOSÉ MIGUEL JAQUE

El tráfico de vehículos en playas, dunas y humedales está generando severos impactos en los ciclos de vida de las aves playeras”, explica Diego Luna Quevedo, especialista en conservación de la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras (RHRAP). “Es urgente que, como sociedad, tomemos conciencia de que esta nefasta práctica podría empujar en el corto plazo a la extinción a especies como el Pilpilén, cuyo éxito reproductivo en varios puntos de la costa de Chile es cercano a cero, debido al aplastamiento de nidos y huevos y la muerte de un gran número de pichones bajo las ruedas de los vehículos”, agrega.

Sharon Montecino, coordinadora del Programa de Aves Acuáticas y Humedales de la Red de Observadores de Aves y Vida Silvestre de Chile, dice que existe evidencia de que en tiempos históricos en su área de distribución entre Arica y la Región de Los Lagos, donde comparte hábitat con importantes polos urbanos costeros, los que han provocado la degradación del hábitat y la pérdida de sitios de descanso, alimentación y reproducción debido a la urbanización, la basura, la presencia de perros y otras especies exóticas, el tráfico de vehículos en las playas y dunas, y algunas actividades recreativas humanas”.

¿Quién se hace cargo?

Desde el 15 de enero de 1998, el ingreso de estos vehículos a lugares como playas, dunas, humedales, ríos y lagos está prohibido. Así lo mandata la Orden Ministerial N°2 del Ministerio de Defensa, poniendo a la Armada de Chile como la encargada de la fiscalización.

“Lamentablemente, entre muchas otras tareas que tiene esta institución, y que se incrementan en el verano con labores de salvaguarda de la vida humana, diría que es insuficiente”, dice Villalobos. “También en el contexto de que las jurisdicciones de las capitanías muchas veces abarcan cientos de kilómetros de playas, que por motivos de personal o equipo (vehículos) es imposible cubrir”, agrega.

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Nido del pilpilén común. FOTO: Franco Villalobos

Para Quevedo, “no existen ni la voluntad ni las condiciones mínimas para hacer cumplir la ley. “Prueba de ello es que ni siquiera se cuenta con un número único para hacer denuncias. Se requiere voluntad política para gestionar una fiscalización efectiva y se hace necesario un cambio normativo para aumentar las multas. Ojalá que el gobierno entrante se haga cargo de esta verdadera tragedia que ocurre en las playas chilenas”.

Por ello, agrega, se requiere dotar de mejores herramientas a la institución para la fiscalización del ingreso de vehículos a las playas, pero, al mismo tiempo, se debe facilitar la participación ciudadana a través de canales claros y amigables de denuncia.

Necesitamos reconfigurar nuestra relación con la naturaleza, desde una nueva ética del cuidado y de la conservación de nuestros bienes públicos”, concluye.

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