Prosocialidad en tiempos de incertidumbre: Cuidar de los otros para cuidar de nosotros
Vivimos en tiempos turbulentos e inciertos, marcados por la postpandemia, la automatización, el auge de la inteligencia artificial, la virtualización de los lazos sociales, las amenazas del cambio climático, la deshumanización y la radicalización política. Frente a ello, la prosocialidad constituye una importante vacuna. No es casualidad que películas como Interestelar, que resaltan el valor de la conexión humana ante posibles futuros catastróficos, nos conmuevan en lo más profundo. Nuestros dramas cotidianos en medio de la crisis global nos recuerdan la necesidad de la cooperación y la empatía para superar los desafíos de nuestro tiempo.
La prosocialidad se define como las creencias, actitudes y comportamientos que promueven el bien común de los demás. Se trata de un concepto amplio que incluye la cooperación, la ayuda, la empatía, el compartir y el altruismo.
Estos valores no sólo son fundamentales para construir comunidades fuertes y saludables, sino que también se han demostrado esenciales para mejorar la confianza y la cooperación, sobre todo en contextos desafiantes como la postpandemia. Aunque la prosocialidad puede parecer una idea abstracta, es bastante tangible y se manifiesta en acciones concretas como cuidar del vecino enfermo, compartir nuestros recursos con los que menos tienen, o cooperar en la solución de problemas comunitarios.
Norman Rockwell en “The Golden Rule” nos recuerda que cuidar a los demás puede ser una forma efectiva de cuidar de nosotros mismos. Más allá de los beneficios societales, la prosocialidad también tiene un impacto en nuestra salud. Múltiples estudios han mostrado que las personas que desarrollan comportamientos prosociales, experimentan un aumento en su bienestar físico y mental. La prosocialidad pueden contribuir a una mejor salud cardiovascular, reduciendo la inflamación y la presión arterial, así como fortaleciendo el sistema inmunológico. Estos beneficios se deben en parte a los efectos amortiguadores del estrés de ciertas neurohormonas. Además, la prosocialidad puede reducir niveles de cortisol e inflamación, elementos cruciales en condiciones de salud crónicas. Aquellos que participan en actividades prosociales pueden experimentar cambios en la morfología del cerebro, mejorando la cognición y la plasticidad de las redes sociales del cerebro. La prosocialidad puede funcionar como una especie de “gimnasia cerebral”, fortaleciendo nuestra salud mental y mejorando nuestra capacidad de resistir al estrés.
Incluso las intervenciones basadas en la prosocialidad, que mejoran la empatía, la compasión, la cooperación y otros rasgos prosociales, podrían mejorar nuestra salud cerebral. Tales intervenciones se asocian con cambios plásticos en el cerebro, y cambios en la longitud de los telómeros (asociados con mecanismos metabólicos de protección). En términos generales, la prosocialidad puede actuar como una medida preventiva contra la sobrecarga alostática, un fenómeno que ocurre cuando el cuerpo se encuentra bajo estrés constante, lo que puede dañar nuestros sistemas neural, cardiovascular e inmunológico.
La prosocialidad entonces, más allá de ser una virtud, constituye una necesidad de nuestros tiempos. Se requiere para mejorar la cooperación social y el bien común, disminuyendo la radicalización contra lo que es diferente. Pero también podría ayudar a nuestra salud general y cerebral. De ahí la importancia de fomentar estas actitudes y comportamientos en nuestra sociedad. En BrainLat estamos comprometidos a estudiar y promover la prosocialidad desde una perspectiva interdisciplinaria y aplicada. Ya sea a través de la educación, el trabajo comunitario, las políticas públicas, o incluso a nivel individual, podemos promover la prosocialidad para mejorar las experiencias de vida en nuestro mundo incierto.
*Director del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat), Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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