¿Qué es y cómo se produce el “olor a lluvia”?
Existe un término acuñado en los 60 que intenta responder a ese aroma que aparece muchas veces con las primeras gotas de lluvia. Desde allí que se ha intentado entender de dónde proviene y cómo es que ciertos compuestos químicos puedan brindar olor a las precipitaciones.
Se oscurece el cielo, las nubes se cierran y advierten la llegada de la tormenta. Pero también nos presenta una fragancia característica, terrosa y aromática, sobre todo en zonas donde las lluvias son cada vez menos frecuentes y los sistemas frontales se hacen notar. Ese olor, que muchos sienten y disfrutan, es en realidad un compuesto químico liberado por bacterias. Una molécula que nos advierte de un proceso natural que incluso puede ayudar a detectar focos de contaminación en el medio ambiente. ¿De dónde viene ese “olor a lluvia” responsable del dulce aroma a tierra mojada?
En un estudio realizado por científicos australianos, y publicado en la revista Nature en 1964, se acuñó por primera vez el concepto para referirse al aroma desprendido de la lluvia: Petricor. En la publicación, realizada por los investigadores de la División de Mineralogía de la Universidad de Melbourne, Isabel Bear y Richard Thomas, se describió a este término como el olor derivado de los aceites exudados de plantas que después son absorbidos por la superficie del suelo y de las piedras. Etimológicamente, la palabra proviene del griego “pétros” (piedra) e “ikhṓr”, alusivo a la sangre de los dioses. La Real Academia de la Lengua Española aún debate si incluir esta palabra al diccionario oficial, sin embargo, el término ya está acuñado para referirse al aroma provocado cuando las gotas golpean la tierra.
De todos los aceites y químicos que compone el petricor, destaca uno que ha sido analizado y estudiado desde muchas aristas por la ciencia. Alejandro Briso, magíster en Química de la Universidad de Chile y profesor instructor adjunto de la Pontificia Universidad Católica explica que la fragancia terrosa de la lluvia se debe a una molécula, producida por el metabolismo realizado por bacterias, llamada Geosmina (C12H22O).
“Estas bacterias, que principalmente son actinobacterias y algunas cianobacterias, producen este compuesto que es un alcohol bicíclico. Los alcoholes, en general, tienden a mostrar un aroma, y esta molécula produce un olor que es muy fácil de detectar por el olfato humano a bajas concentraciones”, detalla.
En realidad se llama “(4 S ,4a S ,8a R )-4,8a-Dimetiloctahidronaftalen-4a(2 H )-ol”, bajo la nomenclatura de IUPAC, pero “geosmina” la resume literalmente como “olor a tierra”. Esto es lo que olemos cuando llueve, una molécula que se acumula como subproducto metabólico de bacterias en los suelos y que con las primeras gotas de lluvia es liberada al aire como aerosol. Generalmente las precipitaciones están acompañadas de ráfagas de vientos, las cuales ayudan a disipar esta molécula hacia los alrededores. Incluso, según explica Alejandro Briso, es posible detectar el olor a geosmina antes de percibir la lluvia, ya que viaja a través del viento desde lugares donde las precipitaciones ya están presentes.
Un equipo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) logró registrar en 2015 el momento en que una gota de agua golpea un material poroso. Se puede observar cómo microscópicas burbujas de aire se liberan luego del impacto de las gotas. Así es más o menos cómo se libera la geosmina al medio ambiente, a través del aerosol provocado por el impacto de la lluvia contra el suelo.
Olor a lluvia como indicador natural
Existen en la naturaleza muchos aromas característicos que corresponden a la presencia de compuestos químicos detectados por el olfato. El “olor del mar”, por ejemplo, es provocado por la presencia de Sulfuro de Dimetilo (DMS), mientras que el olor de una erupción volcánica, señalado como olor a “huevos podridos” es producto de la presencia de ácidos sulfhídricos, al igual que en algunas fuentes termales.
Más allá de las sensaciones que provoca en el receptor, si son buenas o malas, la geosmina es estudiada para entender múltiples fenómenos de la naturaleza. “¿Qué pasa si tenemos algún brote de este olor a geosmina, provocado por bacterias, en una fuente de agua donde existan focos de algas?” cuestiona Briso. La presencia en altas concentraciones de este alcohol podría ser un indicio de estar en un ambiente con bacterias nocivas para la salud.
En la industria acuícola, por su parte, se realizan mediciones de esta molécula en peces destinados al consumo humano. Existen algunos ejemplares que su carne tiene “sabor terroso”, el cual se produce por la geosmina libre que entra al pez por sus branquias, y que además demuestra que habitó en un ecosistema con bacterias.
Por cierto, el humano no es la única especie que puede detectar la geosmina. Uno de los últimos estudios en esta materia ha buscado entender cómo las Drosophila, o moscas de la fruta, pueden “oler” la geosmina y, de acuerdo a sus necesidades, alojarse en sectores donde hayan altas o bajas concentraciones de este compuesto. Entre otras cosas, también se sabe que los camellos han desarrollado su olfato para detectar geosmina, la cual ayuda a guiarlos a través del desierto en búsqueda de pequeñas fuentes de agua que estén a kilómetros de distancia.
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