Alcohol gel y desinfectantes se han transformado en íconos de las mercaderías de primera necesidad en la actual pandemia de Covid-19. Los estantes de supermercados lucen vacíos. Las compras ya han sido reguladas en algunos locales, instaurando un máximo por cada cliente para evitar desabastecimiento.
En esa locura por comprar, otro producto se ubica como muy deseado: el papel higiénico. No está muy claro cómo se inició la compra excesiva y posterior escasez. No es un elemento imprescindible en caso de coronavirus. La Organización Mundial de la Salud ha sido clara en los síntomas, y ninguno implica un gran uso de papel confort.
El fenómeno partió en febrero en Hong Kong. El 17 de febrero, una banda armada incluso robó 600 rollos, en el distrito de Mong Kok. Posteriormente esa misma conducta se expandió a países como Reino Unido, Estados Unidos, Singapur y Australia. Ahora está en Chile.
El fenómeno de compras excesivas de confort en el brote de coronavirus, “ha sido muy raro”, cuestiona Pedro Maldonado, director del Departamento de Neurociencia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. “La gente quizás lo asocia con los resfriados y que en el resfrío se usa como pañuelo, no sé. Pero junto con eso también se han acabado los productos de limpieza”.
Existe un pensamiento que se repite, dice Maldonado, el creer que para el aislamiento se necesitan 20 kilos de tallarines y 200 rollos de confort, por ejemplo. Pero lo cierto, “es que al final la gente no piensa mucho, pero si se ve a la persona de al lado salir con un carro lleno de confort, se piensa ‘puede que tenga la razón y yo me voy a perder algo por no hacer lo mismo’”.
Emoción versus razón
¿Qué impulsa el pánico por comprar? Es supervivencia y deseo de recuperar el control en un momento de incertidumbre. El comportamiento de contagio del virus es muy agresivo, cada día se saben de más casos en Chile y el mundo, puede permanecer días en la superficie, y mucha otra información, hacen de Covid-19, una claramente una amenaza.
Una situación extrema en que nuestro cerebro activa la zona de la amígdala (estructura localizada en el lóbulo temporal encargada de las emociones), advirtiendo: “si los otros llevan confort, yo también tengo que hacerlo", explica el académico. Esa estructura, centro emocional del cerebro, quiere que salgamos del peligro de inmediato (coronavirus), y no le importa cómo, aunque eso sea llenar el carro de supermercado.
Y no se trata solo de estrés. La respuesta del organismo y de nuestro cerebro, en el actual escenario es un poco distinta a la respuesta habitual al estrés, explica el neurocientífico.
Lo que se experimenta es más más intenso, es miedo. Una emoción muy importante para nuestra supervivencia señala Maldonado, porque nos permite reaccionar inmediatamente frente a un peligro.
Pero al mismo tiempo, junto con el miedo, ocasionado por algunos circuitos del cerebro, otros circuitos también tienen que evaluar cuál es la situación a la cual nos enfrentamos, “no puede actuar de manera ciega frente al miedo, porque esto puede tener ventajas, pero también tiene riesgos”, advierte.
Los circuitos que tienen que ver con las emociones fuertes, explica Maldonado, son circuitos bastante primitivos entre los que se destacan el rol de la amígdala, pero no es la única. Hay varias estructuras del sistema límbico en general que intervienen, pero la amígdala es uno de los más reconocidos. “Eso genera la sensación, la emoción, pero también motiva a generar cursos de acción, a arrancar, a pelear, dependiendo de la situación”, señala.
Pero nuestro cerebro, que es muy complejo, también tiene circuitos que permiten evaluar la situación que genera esa emoción, para no guiarse exclusivamente por ella. Es ahí cuando debe intervenir la razón.
En eso se involucran circuitos corticales particularmente del área frontal. La corteza frontal, que maneja las respuestas de comportamiento, ante el peligro de la actual pandemia, insiste en que primero pensemos en la situación: ¿necesitamos llenar nuestras casas de mercadería?
Nuestro cerebro busca un balance entre responder a la emoción y evaluar la situación, destaca Maldonado. Ese balance nos permite estar con un poco de miedo y ajustar la emoción a la magnitud y probabilidad del daño. “Si ese balance se pierde, y gana la amígdala, entonces el cerebro actúa básicamente respondiendo a esa emoción fuerte, lo que elimina la posibilidad de hacer esta evaluación racional de la situación”, aclara.
Y escuchar solo la amígdala puede es muy arriesgado. En 1954, el sociólogo Enrico Quarantelli, realizó una investigación innovadora sobre cómo se comportan los humanos durante los desastres, llamada La naturaleza y las condiciones del pánico, en ese trabajo relata cómo una mujer al escuchar una explosión y huyó de su casa, pensando en una bomba lo había golpeado. Pero la explosión había ocurrido al otro lado de la calle. Y ella salió corriendo dejando a su bebé en la casa.
Eso es un poco lo que pasa cuando se entra en pánico, una situación en que la respuesta es gatillada fuertemente por la emoción, sin consideraciones racionales. “El pánico, en lugar de ser antisocial, es un comportamiento no social”, detallaba. Quarantelli. Un actuar que definió como una ‘desintegración de las normas sociales’ que "a veces resulta en la ruptura de los lazos más fuertes del grupo primario”.
La ‘locura’ por comprar, responde a ese pánico. “Si uno ve que la gente está llevándose muchas cosas del supermercado, la reacción, es decir: ‘a lo mejor hay algo que yo no sé y prefiero seguir el rebaño, porque a lo mejor yo no sé, pero es importante’. Entonces hay una especie de contagio por esa emoción irracional, que se produce en parte porque no siempre el cerebro que tiene que evaluar tienen toda la información".
Para evaluar se requiere entonces la información para sopesar los distintos componentes del riesgo. “Si yo no tengo nada y estoy asustado y no sé por qué, el cerebro que evalúa y determina conductas más racionales no tienen elementos para trabajar”, indica el neurocientífico. Y eso pasa mucho cuando hay aglomeraciones de gente y la conducta tiende a ser de pánico, porque solo se reacciona instintivamente.
En principio si se comunica bien y adecuadamente la información, no debiéramos caer en pánico. “Estrictamente esta enfermedad no es mortal para la mayoría de las personas, lo complicado es la enorme velocidad de propagación lo que hace que mucha gente pueda estar enferma al mismo tiempo y eso impide un adecuado apoyo de salud”. Los pánicos que aparecen son porque la gente no tiene el conocimiento necesario o no hace la reflexión necesaria para sopesar la evidencia, advierte el experto.
El pánico está relacionado con la supervivencia, explica el neurocientífico. Ese miedo hace cuestionar la supervivencia. Se teme a no tener los medios necesarios para subsistir. Las personas sienten que su supervivencia está amenazada y necesitan hacer algo para sentir que tienen el control. “No hay razón para pensar que los medios productivos se van a detener, pero está esta cosa irracional de ‘tengo que tener todo ya’, y si el otro lo está haciendo prefiero hacerlo”.
El miedo, sin embargo, no es permanente. Es de corta duración y provoca una reacción extrema. Posterior al miedo se vive una fuerte ansiedad, que tiene su fuente en la incertidumbre: no saber lo que ocurrirá. Es la emoción que surge, por ejemplo, en la noche, cuando la persona se despierta, y pese a que no está en ese minuto en amenaza de contagio, es decir, no hay miedo, pero sí piensa en qué va a pasar al otro día. Las condiciones son perfectas para la ansiedad: las probabilidades cambian todos los días y el coronavirus no se detiene.
La ansiedad ocupa los mismos tipos de circuitos que el pánico, explica Maldonado. Pero incorpora la reflexión. La reflexión de la corteza cerebral que hace lo que llamamos la función ejecutiva, la parte del cerebro que planea nuestra conducta, y lo qué vamos a hacer y por qué lo vamos a hacer.
En la ansiedad, para contrarrestarla, necesita decisiones. Lo que requiere que el cerebro tenga información para poder decidir el mejor curso de acción. “Pero para sopesar y llegar a una buena decisión, generalmente yo quiero tener certezas, entonces en la ansiedad y en la incertidumbre no es solo la amígdala, sino también la corteza la que actúa. Nuestra conducta es un balance en estos distintos tipos de circuitos”, explica.
Todas esas conductas que hemos desarrollado, señala Maldonado, son importantes para mantener nuestra sobrevivencia. Si no tenemos miedo, hay una alta probabilidad que caigamos en conductas de riesgo que terminen con nuestra existencia.
Pero no todos los miedos tienen la misma fuente. Tampoco a ellos se reacciona de la misma manera. Actuar estereotípicamente a los miedos, no es muy buena idea, indica Maldonado, porque las situaciones nunca son iguales. “No es lo mismo enfrentarse a un terremoto que a una epidemia, a una alta tasa de crimen o distintas amenazas que uno pueda sentir. La gracia del ser humano es justamente evaluar esta riqueza de posibilidades. Pero es como una espada de doble filo, porque por un lado nos permite efectivamente diseñar conductas muy complejas para enfrentar nuestras amenazas, pero, por otro lado, también somos prisioneros de esta respuesta biológica intrínseca a reaccionar inmediato frente a una amenaza”.