Los dinosaurios siempre han sido objeto de admiración de niños y adultos. Así se vio reflejado con la taquillera saga de películas del director, Steven Spielberg, Jurassic Park, iniciada en 1993.
El biólogo chileno, Daniel Álvarez, abordó esta temática en el capítulo “¿Qué tan inteligentes eran los dinosaurios?”, publicado en el libro DeMente. Dos cabezas piensan más que una, el segundo de esta colección del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso (CINV). En este comenta sobre el descubrimiento en Wealden, Reino Unido, de un cerebro fosilizado de la especie iguanodón –herbívoro de 10 metros de largo que vivió hace 133 millones de años– que permitió entender mejor su comportamiento social.
La pieza fósil se encontró en una zona de sedimentos fluviales y culminó en un interesante estudio publicado en 2016 por un grupo de científicos de las universidades de Cambridge y Oxford, liderados por Martin D. Braser. Álvarez relata en el libro que las condiciones para su conservación y fosilización eran muy raras, puesto que el animal tuvo que morir y ser cubierto inmediatamente por barro y sedimentos del fondo de un río o de un lago para quedar aislado del oxígeno y las bacterias que pudieran desintegrarlo. “Pero incluso en estas condiciones, era improbable que este tejido se hubiera conservado”, agrega.
Los investigadores calcularon el Cociente de Encefalización (CE), que estima la posible inteligencia de un animal, estableciendo una relación entre el volumen de la cavidad craneal y el peso corporal. Los datos arrojaron que tenía un índice de 1,4, es decir, un poco más que un perro (1,2), que se considera una especie sociable. “Los humanos tenemos la cifra más alta de todos, que oscila entre 7,4 y 7,8. Nos siguen los delfines -poseen sistemas sociales complejos, con el CE más alto de los cetáceos- con una cifra cercana al 5,5”, explica Álvarez.
Mediante el sometimiento de la cavidad craneal del iguanodón a pruebas de microscopía electrónica y de tomografía computarizada, se encontraron detalles impensados sobre las meninges, los tejidos membranosos que recubren las paredes del cerebro. Por ejemplo, que eran similares a las del cocodrilo “Además, se reveló que la parte anterior del cerebro, donde está ubicado el hipotálamo, se encontraba bien definida y desarrollada, lo que apoyaría la idea de que estos animales vivían en grandes grupos, cuidaban de sus crías hasta una avanzada edad y posiblemente en parejas”, explica Álvarez.
Los cocodrilos se quedan atrás
Estos procesos sociales y de supervivencia complejos, también son compartidos por su pariente vivo más cercano, el cocodrilo, algo que pocos reptiles realizan. Sin embargo, los cocodrilos no son tan inteligentes como lo eran sus antecesores (ambos pertenecen al grupo de los arcosaurios), quedando segundos, con un índice de 1, según el Cociente de Encefalización.
Los análisis permitieron inferir que el iguanodón podía comunicarse por medio de vocalizaciones, algo que también se dio en algunos de los descendientes de su mismo grupo, tales como el hadrosaurio o dinosaurio pico de pato, que tenía cavidades craneales con las que lograba emitir este tipo de sonidos, “lo que demuestra un nivel comunicativo mucho más complejo de lo esperado”.
Respecto a descubrimientos paleontológicos en América Latina, Álvarez señala que Argentina es un referente mundial en conservación de fósiles. “Esto se debe en gran medida por las grandes planicies de la Patagonia que son muy buenas para contener fósiles y evitar su erosión por la actividad vegetal o del agua”. Otros países de la región relevantes en paleontología son Brasil y México. Este último cuenta con mucha investigación, “en gran medida gracias a la influencia de su vecino, EE.UU., potencia planetaria en el campo”, destaca.
En cambio Chile no posee tantos sectores para buscar e investigar restos, aunque destacan algunos, en el área de los reptiles marinos del mesozoico, como los plesiosaurios y mosasaurios. “Existe un cimiento en Algarrobo, en la formación quebrada municipal, y también están los ictiosaurios del glaciar Tyndall, donde los animales se conservan enteros”. Detalla que la región de Aysén también es un sector relevante, ya que allí se encontró el Chilesaurio, el segundo dinosaurio reconocido como 100% local. “Hay otros sitios para descubrir fósiles en Magallanes, el cerro Dorotea en las Torres del Paine, y Calama”, comenta.
¿Podríamos revivir a los dinosaurios?
Uno de los temas más interesantes que nos dejó Jurassic Park, era la idea de volver a traer a la vida a los dinosaurios. En la cinta se nos mostraba que los científicos encontraron un mosquito del pleistoceno, fosilizado en ámbar, que aún contenía vestigios de sangre de estos seres prehistóricos. Así, con este material y la clonación de células se llegaba al milagro.
Pero lamentablemente, esto es sólo ciencia ficción y algo casi imposible de lograr. Álvarez comenta que de estos mosquitos no se podría extraer nada, ya que sólo queda una especie de cáscara, que se asemeja al cuerpo del insecto, pero ya sin nada adentro, “Lo único que queda es una capa de carbono que a veces conserva los colores y patrones, pero ya no es el animal en sí”, indica. Y agrega que los fósiles tampoco aportan ADN y ya sólo son roca.
En la fosilización se da un intercambio de mineral original y al final sólo se conserva la parte mineralizada e inorgánica de los huesos. Esto significa que el ADN se destruyebya que es un material muy voluble que se deshace en pocos años, completamente. “La única manera de recuperarlo e incluso bastante fragmentado, que tampoco serviría para hacer una clonación, sería a partir de los animales encontrados en permafrost (suelo congelado) de Siberia, Rusia”, señala. Entre estos están los mamuts, lobos primitivos, leones, etc. Dichas especies se han localizado congeladas y con sus cuerpos prácticamente intactos, pero con muy poco material genético.
A su vez, en la película se utilizaba a la rana para traer de nuevo a la vida a los dinosaurios. Con ella se completaba su ADN, pero dicho proceso es aún más inverosímil para Álvarez. “Combinar un ADN de una especie con otra no es posible. La definición de especie es un grupo de individuos que comparten características genéticas y que pueden reproducirse entre ellos. Por eso una especie no puede reproducirse con otra”, expresa. A modo de ejemplo, explica que eso hace que un ser humano no pueda procrear con un chimpancé, aunque tengamos el 95% de nuestro ADN similar. “Ese pequeño porcentaje que tenemos extra, permite los detalles que nos hacen distintos, y son tan significativos que no permiten la reproducción”, dice.
Las ranas tampoco son animales cercanos a los dinosaurios, siendo las primeras, anfibios anuros, mientras que los segundos, vienen de una rama de reptiles distanciados en millones de años de su ancestro común. “Genéticamente ya no tienen ninguna relación, de hecho, están mucho más distantes incluso que nosotros con los chimpancés”, detalla Álvarez.