¿Qué tan pesimistas son los chilenos sobre su futuro económico?

¿Qué tan pesimistas son los chilenos sobre su futuro económico?
¿Qué tan pesimistas son los chilenos sobre su futuro económico?

La visión que tienen los chilenos respecto de la situación económica propia y del país ha tenido grandes cambios durante las últimas décadas. Es así que un grupo de investigadores del Centro de Estudios Públicos (CEP) analizó quiénes tienen una mejor o peor percepción frente a este tema y qué consecuencias económicas, políticas y sociales podrían desencadenar.


¿Tendré la misma situación financiera de aquí a un año más? ¿Podré endeudarme a mediano o largo plazo si no sé cómo será mi realidad económica o la del país? ¿Podré comprar, por ejemplo, una casa y constituir una familia? El pesimismo económico, entendido como la expectativa de que las condiciones económicas propias o las del país empeorarán en el futuro cercano, es un indicador clave para comprender cómo las personas reaccionan ante las incertidumbres sociales y cómo esperan que sea el devenir de los años.

La evolución económica de Chile en las últimas tres décadas proporciona un marco único para estudiar el pesimismo económico, debido a que ha atravesado por tres fases distintivas: el rápido crecimiento económico y la transición hacia la democracia en los 90, período que finalizó con la crisis asiática; el boom de los commodities, a principios de la década del 2000 y el bajo desempeño desde 2014 a la fecha. Esto, sumado a otros factores como el estallido social y la pandemia del Covid-19.

Estas distintas etapas han moldeado de manera diferencial las experiencias de las generaciones chilenas, lo que motivó a los investigadores del Centro de Estudios Públicos (CEP), Mauricio Salgado, César Gamarra y Sofía Fuchslocher, a medir y evaluar el pesimismo económico para poder dilucidar cómo están actualmente las distintas generaciones, y cómo estamos comparativamente frente a otros grupos etarios a lo largo de las últimas décadas.

La hipótesis de esta investigación es que la edad de las personas, la generación a la que pertenecen y el período histórico en que se les consulta podrían afectar diferencialmente, incluso en direcciones opuestas, el grado de pesimismo con el que vislumbran el futuro económico del país y personal. ¿Cómo estamos actualmente en términos de pesimismo económico y para qué sirve conocer estos indicadores en nuestro día a día?

Variables diferenciadas

En Chile, la serie de Encuestas CEP muestra que desde 2015 ambas expectativas -el futuro financiero a nivel país y personal- se han desacoplado, creando una brecha donde se observa un aumento con fuerza del pesimismo sobre el futuro económico de la nación y cayendo levemente el pesimismo económico de cada uno.

Con el objetivo de explicar este fenómeno, el estudio analizó el efecto que tienen sobre el pesimismo económico de los chilenos la edad, el período histórico y las cohortes generacionales a lo largo de las últimas décadas.

“Lo que tratamos de hacer es diferenciar las fuentes del cambio en las expectativas en el pesimismo económico. Distinguimos tres fuentes de cambio. En primer lugar la edad, en segundo lugar las cohortes generacionales, y en tercer lugar el período, el efecto que tiene el contexto histórico”, explica Mauricio Salgado.

Los resultados arrojaron que con la edad las personas se vuelven más pesimistas, tanto del futuro del país como personal. Sin embargo, este incremento no es lineal: alcanza un máximo en la madurez, entre los 45 y 55 años, para luego descender. El menor pesimismo en la tercera edad es también diferenciado: los mayores de 65 años son menos pesimistas que los menores de 30 sobre el futuro económico del país, pero más pesimistas sobre su futuro personal.

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El pesimismo económico sobre el país es muy sensible a los períodos históricos, el cual aumenta en momentos de crisis y disminuye en los de bonanza, según detalla el estudio. A pesar de esta variación, la expectativa económica de los chilenos sobre el país se ha vuelto más pesimista, pasando de un 17% en 2001 al 30% en 2024. “El estancamiento económico de la última década, junto con la creciente inseguridad y desprestigio institucional podrían explicar este incremento”, dice la investigación.

En cambio, el contexto histórico no afecta el pesimismo económico sobre el futuro personal. En este ámbito, los investigadores concluyen que al confiar más en sus propias capacidades que en las oportunidades que les ofrece el contexto, las personas miran su futuro con mayor optimismo.

Sin embargo, Ignacio Schiappacasse, académico del doctorado en Estudios Sociales Avanzados de la Universidad Central, cuestiona estas conclusiones. “Como país nos hemos negado a implementar políticas industriales que podrían aumentar la productividad en ciertos sectores de las élites económicas. Hay que preguntarse respecto a su rol del país, respecto a cómo estamos procesando los conflictos sociales y las inseguridades, para efectivamente aumentar el optimismo de las personas. Porque efectivamente este excesivo pesimismo puede provocar, por ejemplo, una disminución de la inversión”, remarca.

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Consumo y fecundidad

¿Para qué sirve entender los niveles de pesimismo económico, a nivel personal y país? Según Raimundo Frei, académico de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales, estos indicadores son una de las tantas brújulas que necesitamos para entender la subjetividad del país.

“En este caso, el estudio es claro en mostrar que el pesimismo colectivo ha ido en aumento. Hay pequeños signos que muestran que en los últimos dos años éste ha caído, pero no sabemos si otro shock externo nuevamente aumentará la desazón colectiva. Es importante también ver los resultados específicos del estudio, que muestran, por ejemplo, que aquellos que en la mitad de sus vidas deben responder tanto a la demanda de sus hijos, la salud de sus padres, como mantener su vida laboral”, plantea.

Con respecto a la brecha que se evidenció, donde el pesimismo económico país triplica al personal, Frei detalla que es un factor central a analizar. “Los individuos creen que tienen más capacidad y resiliencia que lo que las propias instituciones pueden ofrecerles. Si bien luego del estallido social y la pandemia nos hemos visto envueltos en una nube negra sobre lo que nos pasa como sociedad, en el día a día las personas van logrando sortear sus problemas cotidianos, a base de diversas estrategias prácticas. Pero tener soportes colectivos débiles no va sin costo: problemas de salud mental, acumulación de rabia, irritaciones cotidianas en calles y espacios públicos. No todo puede descansar en los hombros de las personas”, manifiesta.

Otra de las conclusiones que arrojó este estudio es que las generaciones recientes, los más jóvenes, son menos pesimistas que las más antiguas, especialmente respecto del futuro económico personal. Los nacidos entre 1997 a 2006 son 10 puntos porcentuales menos pesimistas que los nacidos entre 1947 a 1956, una diferencia que se amplía al comparar el primer grupo con cohortes más antiguas. “Esto podría derivarse de sus mayores recursos técnicos y educativos dada la fuerte expansión de la educación terciaria de las últimas décadas, sus más altas expectativas de movilidad social ascendente y el contexto de expansión económica en el que crecieron”, explican los responsables de este sondeo.

“Uno perfectamente podría hacer el argumento contrario. Dado que crecieron en entornos menos precarizados, con empleos más seguros, empleos más formales, quizás ahora ellos ven hoy día con más pesimismo el futuro personal. Yo creo que hay varios elementos que no están completamente cerrados ni completamente abordados en el artículo y creo que requieren más investigación”, contraargumenta Schiappacasse sobre este punto.

¿Qué otras consecuencias puede tener el pesimismo? Para Gamarra, otro de los autores del estudio, esto responde principalmente a dos preguntas, “pero principalmente a la caída en la tasa de fecundidad. “Ese es un aspecto que estamos evaluando, a ver si esto tiene alguna relación con sus preferencias en cuanto al tamaño de su familia. Lo otro puede ser más como esta serie de estudios que existe sobre variables como la inversión y el consumo”.

A ojos de Schiappacasse, esto puede también traer consecuencias en la productividad. “Si soy más pesimista respecto al futuro del país, quizás voy a tener menos convicción o menos confianza para invertir en una casa propia, por ejemplo. En la medida que yo no invierto en una casa propia, eso significa que el mercado inmobiliario disminuye y, por consecuencia, la actividad del mercado inmobiliario también disminuye el empleo, porque la actividad inmobiliaria va a requerir menos trabajadores debido a la falta de inversión de las personas en la vivienda propia. Efectivamente, hay una cadena causal, más o menos compleja, que puede continuar deteriorando la economía. Si no resolvemos estos niveles de pesimismo podemos caer en un círculo vicioso”, conjetura el académico.

Para Frei, por otro lado, también podría traer consecuencias políticas, por ejemplo, en torno a las preferencias de voto, que puede ser de castigo o programático. “Pero también se podría relacionar a decisiones como el deseo de ser padre o madre, como cuando uno escucha que jóvenes no quieren tener hijos por las consecuencias que tendrá el cambio climático. Habría que reconocer que a veces hace bien una dosis de pesimismo, para cultivar el espíritu crítico. El problema es cuando el pesimismo nubla los horizontes de expectativas y nos quedamos empantanados en el presente”, concluye.

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