En una época donde la educación superior era territorio exclusivo de los hombres, María Dolores Egaña Fabres desafió las reglas e ingresó a la Real Universidad de San Felipe, una universidad fundada en 1747 en el aquel entonces Reino de Chile, construida en la ciudad Santiago en el terreno que actualmente ocupa el Teatro Municipal.
Mª Dolores Egaña se inscribió en la Facultad de Filosofía. No fue casualidad ni un gesto simbólico, su acceso a la academia se debió a una formación excepcional, impulsada por su madre, Victoria Fabres, y su padre, Juan Egaña Risco, un influyente político y profesor peruano. A la corta edad de 11 años, ingresó a la educación superior, por lo que no existen fotos de ella en internet.
La primera universitaria chilena: la historia de María Dolores Egaña
“El caso de Dolores Egaña como la primera mujer matriculada en una universidad es bien particular. Esto porque no fue algo generalizado y tampoco marcó un cambio rotundo en el ingreso de las mujeres a la universidad, que se daría más de 70 años después”, declara la historiadora, política y activista chilena María José Cumplido.
Señala que, respecto a la educación pública, se empezaría a conformar casi un siglo después con mayor fuerza. En ese sentido, para Cumplido, el caso de Egaña fue solo una excepción a la regla. “No sabemos si terminó los estudios ni tampoco a qué se dedicó después”.
Pero algunos archivos insinúan que la historia no tuvo un final feliz. La independencia de Chile estaba en plena efervescencia y su padre, involucrado en el proceso, terminó arrastrándola a una coyuntura que truncó su futuro académico. María Dolores Egaña nunca logró graduarse. Sin embargo, aunque los historiadores no tienen claridad de su final, su nombre quedó grabado como la mujer que abrió una puerta impensada en su tiempo.
La educación femenina: la puerta que solo fue destrabada
El 6 de febrero de 1877 marcó un antes y un después en la educación chilena. Ese día, el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui, firmó el decreto que permitió a las mujeres acceder a la universidad. La historiadora lo destaca como el hito fundamental de la educación universitaria, pues no son los casos particulares los que marcaron a Chile, “sino que es el Decreto Amunátegui que está muy bien documentado y que fue crucial para la entrada de las mujeres a la Universidad de Chile y que nos dio a las primeras mujeres universitarias en la historia del país. Por eso, no fue solo un símbolo, sino un decreto concreto que tuvo consecuencias casi inmediatas”.
Con los años se transformó en un cambio irreversible. A lo largo de las siguientes décadas, las mujeres fueron ganando espacio en la educación superior, consolidando su presencia en un ámbito que hasta entonces les había sido negado.
María Dolores Egaña es el antecedente más antiguo de una mujer chilena en la universidad, que se remonta a 1810, pero el verdadero hito llegó en 1887, con el nombre de Eloísa Díaz Insunza.
Nacida en Santiago el 25 de junio de 1866, Díaz se convirtió en la primera mujer en Chile y Latinoamérica en obtener el título de médico cirujano. Su logro no solo abrió camino a otras, sino que también marcó un precedente en un entorno dominado por hombres y repleto de prejuicios.
Lo que comenzó como un decreto con un alcance limitado, terminó por transformar el acceso de las mujeres a la educación superior, cimentando un camino del que ya no habría retorno.
Juan Egaña: el político que insistió en el derecho a la educación de su hija
En una época en que la educación era privilegio exclusivo de los hombres, Dolores Egaña generó un paradigma impensado; las mujeres también podían ser universitarias. Nacida en Santiago el 4 de abril de 1798, fue la primera mujer en ingresar a la Universidad de San Felipe, logrando un hito que, aunque aislado en su momento, sentó las bases para el acceso de las mujeres a la educación en Chile.
Dolores creció en un entorno intelectual privilegiado. Mientras en el Chile colonial no existían escuelas para niñas y solo los hijos de las élites podían estudiar en el Convictorio Carolino, ella fue educada en casa. Su padre le enseñó latín, lógica y filosofía, además de fomentar una formación integral que valoraba el arte y el pensamiento crítico.
Para la historiadora María José Cumplido, más que marcar un antes y un después, fue una muestra de cómo en esa época hubo políticos e intelectuales que intencionaron el ingreso de sus propias hijas a espacios educativos y muestra también, el incesante deseo de muchas mujeres por entrar a la universidad ya desde la época colonial. “Si fue complejo o no su ingreso no tenemos muchos datos, lo que sí sabemos es que fue fundamental el rol de su padre Juan Egaña (político e intelectual conservador), quien estaba muy preocupado por la educación chilena. Su influencia en la política es probable que permitiera el ingreso de Dolores en plena época independentista, pese a que en esa época no existía la educación femenina formal en el país”, recalcó Cumplido.
Sin leyes que prohibieran expresamente el ingreso de mujeres a la universidad, el 4 de marzo de 1810, con solo 11 años, Dolores rindió y aprobó los exámenes de admisión, matriculándose en la Facultad de Filosofía de la Universidad de San Felipe. La noticia causó revuelo en la sociedad santiaguina, incluso despertando la admiración de Javiera Carrera, quien comentó: “Ya se van a ver muchas Dolores”.
Su ingreso marcó un punto de inflexión. En 1811, su padre presentó ante el Congreso sus Reflexiones sobre el Mejor Sistema de Educación que puede darse a la Juventud de Chile, lo que influyó en la creación del Instituto Nacional.
“La independencia fue un proceso donde no se discutió largamente sobre la educación femenina, exceptuando algunas declaraciones de José Miguel Carrera quien quiso que las mujeres se educaran y pidió a los conventos que se hicieran cargo de ello. Pero respecto a la educación pública eso se empezaría a conformar casi un siglo después con mayor fuerza”. explica Cumplido. Un año después, José Miguel Carrera ordenó la apertura de escuelas primarias para mujeres en conventos, un hecho inédito hasta entonces.
Pero los tiempos cambiaron bruscamente. Con el desastre de Rancagua en 1814 y la restauración del dominio español, se cree que su familia sufrió persecución. Su padre y su hermano Mariano fueron desterrados al archipiélago Juan Fernández, mientras que Dolores, su madre y sus hermanos fueron despojados de su hogar y bienes, viéndose obligados a sobrevivir con trabajos como la costura.
Con el tiempo, la estabilidad volvió. En 1823, Dolores contrajo matrimonio con Manuel de los Ríos y Muñoz, propietario del fundo Paredones, con quien tuvo 13 hijos. Aunque su vida posterior estuvo marcada por la familia y la administración. Recordar su historia nos permite valorar cuánto hemos avanzado y cuánto podemos aprender de aquellas mujeres que dieron esos primeros pasos. Su temprana incursión en la universidad dejó una huella indeleble en la educación femenina.
Para 1864, Chile contaba con 315 escuelas de niñas; diez años después, la cifra ascendía a 400, además de 220 escuelas mixtas, permitiendo que más de 34.000 niñas recibieran educación formal.
Dolores Egaña falleció en Santiago el 2 de enero de 1884, a los 86 años. Su legado, aunque silencioso en su época, fue crucial para abrir las puertas de la educación superior a las mujeres en Chile.
Para la actual decana de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, María Gabriela Huidobro, el hecho de no haber terminado la carrera, no le resta valor a los méritos de María Dolores Egaña. Afirma que, fue una mujer que estaba dispuesta a abrirse camino en un mundo masculino y que sentó un precedente que siguieron, a fines del siglo XIX, las primeras profesionales, como las doctoras Eloísa Diaz y Ernestina Pérez o la abogada Matilde Throup.
En esta misma línea, incita a “recordar su historia porque nos permite valorar cuánto hemos avanzado y cuánto podemos aprender de aquellas mujeres que dieron esos primeros pasos”.