Esta triste situación se puede convertir en una luminosa oportunidad de hacer un país mejor. Para ello se trata de reflexionar críticamente sobre las debilidades del actual modelo, para diseñar otro, mejor y más inclusivo, capaz de mejorar la equidad social y la calidad de vida de las mayorías.

Se trata de poner en marcha un plan para pasar del actual sistema económico de enclaves, a uno nuevo, signado por los encadenamientos productivos. En el primero, el protagonista es la gran empresa oligopólica, de salarios bajos para casi todos; el segundo tiene como sujeto a la pyme, que se apoya en la capacidad creativa de sus miembros y permite lograr mejores ingresos. El nuevo modelo surge de observar críticamente a Europa y aplicarlo en Chile.

Europa fundamenta su estabilidad socioeconómica en múltiples pymes, donde muchos perciben salarios moderados. En cambio nosotros hemos creado un modelo centrado en grandes oligopolios, donde pocos ganan mucho y la mayoría gana muy poco. El Estado tiene gran responsabilidad en ello, al fijar condiciones favorables para uno u otro modelo.

Europa prohíbe la publicidad de marcas comerciales en espacios públicos. En las carreteras jamás se ve un cartel publicitario de una multinacional. Lo que sí visibiliza, por contribuir al desarrollo social, es el patrimonio, particularmente los productos elaborados por campesinos. De esta modo, esos bienes pueden ser apreciados por el mercado; los europeos no tienen el cerebro lavado por las marcas como nosotros. Por eso, compran muchos productos sin marca, elaborados por las pymes.

Además, muchos países de Europa prohíben la presencia de los grandes centros comerciales y supermercados en medio de la ciudad. Los permiten, pero en las afueras. De este modo, protegen al pequeño comerciante que puede abrir su almacén de barrio para atender a los vecinos. Surgen así miles de pymes en vez de un solo gigante con empleados mal pagados.

La presencia del almacén de barrio es estratégica para generar encadenamientos productivos y revitalizar a las pymes. Mientras las grandes cadenas de retail negocian con las grandes cadenas de la industria alimentaria, los almacenes de barrio tienen pequeños proveedores que le acercan sus propios productos, muchos de ellos sin marcas impuestas mediante costosas campañas publicitarias. Por lo tanto, el almacén de barrio genera un positivo efecto multiplicador entre empresas de su tamaño.

La diferencia de los efectos causados por cadena de retail y el almacén de barrio se puede ver claramente con el ejemplo del vino. Al comprar en grandes cantidades, las cadenas se ponen de acuerdo con las grandes fábricas de vino y les entregan casi en exclusividad, sus góndolas. Ello ha facilitado una concentración notable: actualmente, 9 de cada 10 botellas de vino vendidas en Chile, pertenecen a las tres grandes empresas oligopólicas (CyT, SR y CCU). Eso quiere decir que todas las demás viñas deben matarse entre sí para vender la única botella que queda. Esto cierra completamente el mercado al 90% de los viticultores de Chile, que, al no poder vender sus vinos, quedan obligados a malvenderle la uva a las tres grandes empresas a precios ínfimos. Esta es la raíz de las movilizaciones de los viticultores del Itata, recurrentes pero invisibles. Hasta ahora.

Esta situación se repite en muchos otros productos: cerveza, sal, pollos, quesos, etc. etc. Las grandes empresas ejercen una posición dominante en la economía nacional. Funcionan como enclaves. Y lo que necesitamos es un cambio de mentalidad, que oriente la economía hacia las pymes, dándoles oportunidades de competir en condiciones más o menos equitativas.

La mentalidad de enclave y la falta de voluntad de construir un Chile con todos, se nota también en el sistema educativo. Y no me refiero solamente a la diferente calidad que tienen los colegios privados con respecto a las escuelas públicas municipales; todos tienen vicios en sus planes de estudio, lo cual nos impide pensar Chile como un "todos nosotros".

En el Nivel Medio, se estudia con mucho detalle lo que ocurría en el la Edad Media en Europa. Pero, escandalosamente, se invisibiliza lo que sucedía en Chile. Se oculta, por ejemplo, el aporte de los promaucaes y picunches para construir canales de riego y promover la agricultura en Chile Central, sentando las bases de la cultura que, con el tiempo, hizo de Chile una potencia agroalimentaria.

Un viajero alemán que visitó Chile en la década de 1830 lo dijo con claridad: "Los españoles se han limitado a introducir nuevas especies de plantas y animales; los métodos de trabajo agrícola vigentes hoy en Chile son los mismos que desarrollaron los indígenas antes de la conquista". Precisamente, esa cultura preexistente hizo de Chile el principal polo de producción agroalimentaria (trigo y harina) de América del Sur durante 300 años.

¿Por qué es grave esa omisión educativa? Por muchos motivos; por un lado, construye en nosotros una imagen sobrevalorada de Europa, lo cual nos predispone a adorarla, imitarla y visitarla (generando allí muchos ingresos por turismo). Y, a la inversa, al invisibilizar nuestra historia, el sistema educativo nos priva de un elemento fundamental para que podamos admirar a los pueblos indígenas, a los mestizos y a los campesinos chilenos actuales. Si no los admiramos, no somos capaces de interesarnos por sus paisajes culturales y sus productos. No hacemos turismo en Chile para conocer esas culturas (salvo dos o tres enclaves). No potenciamos el desarrollo de la gastronomía chilena ni los vinos típicos ni sus bienes y servicios. Mejor, vamos de vacaciones a Miami.

La educación de enclave se extiende también a la universidad. Los escasos fondos públicos dedicados a la investigación se orientan casi en su totalidad, a publicar artículos en revistas académicas de EEUU, en inglés, y centrados en problemas que interesan a EEUU y Europa. Es ínfimo el porcentaje de investigadores de nuestras universidades focalizados en estudiar problemas específicos de Chile para ofrecer respuestas que mejoren la vida de los chilenos. Como esos temas no interesan a las sociedades desarrolladas, no se pueden publicar en revistas norteamericanas en inglés: deben conformarse con hacerlo en revistas latinoamericanas, en español (¡qué horror!).

"Nuestro programa está acreditado", braman los académicos siúticos cuando se los cuestiona. Claro, eso es así porque las agencias encargadas de la acreditación no exigen encadenamientos productivos de las universidades chilenas con las comunidades locales: pymes, ONG, juntas de vecinos, etc. Lo que sí le imponen es vincularse con el extranjero, mediante convenios con universidades foráneas, preferentemente, de Europa y EE.UU. Muchos programas se jactan de tener únicamente bibliografía en inglés, ignorando olímpicamente la producción académica realizada en el país y escrita en español, centrada en problemas locales. Además, los "cerebros" que deciden perfeccionarse con estudios de posgrado, siempre priorizan universidades de EEUU, y en segundo lugar, Europa; jamás se interesan por estudiar en países latinoamericanos. Muchos de ellos vuelven con mentalidad de colonizados.

Precisamente, esos institutos de ciencia política, vinculados con el primer mundo y saturados con bibliografía de EE.UU. e Inglaterra, son las canteras que forman a los politicólogos que luego abren sus consultorías para asesorar a los parlamentarios y ministros que gobiernan Chile. Ninguno de ellos, en sus sofisticados análisis cuantitativos fue capaz de advertir a nuestra clase dirigente del nivel de descontento social que se ocultaba debajo de la aparente calma del "peso de la noche".

Podríamos multiplicar los ejemplos de "cultural de enclave" que sostiene nuestra economía y que hasta ahora, era invisible para la aristocracia. Pero alcanza con lo ya mencionado.