Llevamos ya unos diez días en Antártica, pero permítanme la licencia literaria de comenzar por el final de esta historia y por una vez no ceñirme el orden cronológico, canon de la crónica periodística. Creo que es la mejor forma de ilustrar como el tiempo se comporta de formas extrañas en este continente.
Es domingo y tenemos una actividad social para celebrar los impresionantes 35 años de servicio de nuestro compañero JB, jota o jotita como lo conocemos cariñosamente aquí. Este logro no es algo menor, y como tal se celebró, pero además en mi caso me hizo darme cuenta del extraño transcurrir del tiempo Antártico.
Hace 8 años conocí a JB en la que fue mi primera expedición Antártica cuando por entonces JB era un ¨jovencito¨ con sólo 25 ECAs (Expedición Científica Antártica en el argot) a sus espaldas. Ahora son 33 las ECAs acumuladas por JB y tras compartir 8 años obviamente tiene un lugar especial en mis vivencias antárticas. Es curioso, uno desaparece de este lugar unos 10 meses al año, pero cuando regresa tiene la ilusión, incierta, de que todo sigue igual y nada cambia. Es como si el hielo hiciese que todo permanezca en un estado suspendido fuera del continuo espacio-tiempo.
Obviamente esto es una falacia basada en como nuestra mente percibe, almacena y entiende el tiempo y nuestras vivencias, pero acaso importa más la inexorabilidad del tiempo como magnitud física o como lo experimentos en nuestra vida. Supongo que al menos en mi humilde caso dependerá de si estoy viviendo/experimentando el mundo u observándolo como científico.
Otra de las ilusiones Antárticas que tienen que ver con el tiempo es alterar nuestra percepción sobre la duración de los eventos. Por ejemplo, a veces uno está muy concentrado haciendo algo urgente e importante en el laboratorio y cuando se da cuenta han pasado horas, mientras que luego cuando está aburrido y hambriento cada minuto antes del almuerzo parece una hora o un año de tu vida. Esto mismo ocurre cuando las cosas están saliendo bien con buena meteorología y sin que fallen los equipos, el tiempo corre tan rápido que uno se tiene que ir cuando apenas llego hace unas horas, aunque por el medio hayan pasado dos meses de tu vida. Por el contrario, cuando uno está pasándolo mal y quiere regresar un retraso de unas pocas horas puede parecer una eternidad.
Cómo recordarán, volviendo al punto donde termino la anterior columna, acabamos de aterrizar en Antártica y tenemos que montar nuestro laboratorio y equipo de muestreo en unas pocas horas para así intentar salir al agua al día siguiente.
En Antártica nunca se desaprovecha un día con buena meteorología. Para que visualicen lo titánico de la hazaña les diré que nuestra carga de este año consiste en unos 30 bultos entre cabo, sondas, botellas oceanográficas, pesos y cajas, bastantes cajas, con insumos, sistemas de filtración, químicos y equipos científicos para medir en el laboratorio las muestras que tomamos en el mar.
Agotados, recuerden que para volar aquí apenas dormimos 4 horas, pero contentos terminamos de armar el laboratorio y preparar todo nuestro equipo de terreno a las 2 am. Ahora es momento de dormir un poco y descansar para mañana intentar navegar a por nuestros primeros datos y muestras.
Al día siguiente nos despertamos y nos reciben las aguas tranquilas de nuestra bahía. Parece que cantamos victoria ya que Poseidón y Eolo se han apiadado de nosotros cuando las moiras, implacables como el destino al que representan, hacen acto de presencia y arruinan todos nuestros esfuerzos. Parece que esté inverno ha sido especialmente frío en la zona y eso ha afectado una de las piezas de la lancha que debemos usar lo que nos imposibilita trabajar hoy y retrasará unos días el inicio de nuestros muestreos. Así es el juego.
Tras dos días, que parecen meses, podemos salir por fin a nuestra bahía a ver como han estado las aguas durante estos meses en los que visitamos el ¨mundo real¨. Para sorpresa de nadie el primer muestreo se hace un poco más largo de lo habitual. Aún estamos optimizando el trabajo a bordo con el equipo de este año, pero con Eolo y Poseidón de nuestro lado hay que aprovechar y salir al mar en cada ocasión que tengamos. Así que los últimos días de esta primera semana vuelan más rápido que la luz en el vació y en un abrir y cerrar de ojos estamos en el domingo que abrió esta columna.
Lo único que me cerciora que estos últimos días no han sido un sueño, son los morados en mi cuerpo, el cansancio acumulado en mis hombros y el dolor que experimentan mis manos ahora mismo; pero como dije en la primera columna esto último lo veremos en el capítulo de la próxima semana. El espectáculo debe continuar.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).