De seguro que a más de alguno le habrá pasado que al encender la televisión o ver un documental, se ha encontrado con historias sobre estructuras increíbles como Coliseos, anfiteatros y templos creados por griegos y romanos hace milenios. Sin lugar a dudas, estas construcciones son maravillas de la ingeniería, y quienes las construyeron fueron civilizaciones de grandes pensadores y creadores de grandes avances científicos.
Pero basta que se comience a hablar de los vestigios de las culturas prehispánicas en América, y la mano del hombre parece no ser suficiente para explicar aquellas construcciones. ¿Cómo lograron tal precisión en sus edificaciones sin la ayuda de los avances científicos y herramientas de occidente? ¿Cómo les fue posible construir un calendario tan avanzado sin conocimientos astronómicos? ¿Cómo lo hicieron sin contar con la rueda y animales de carga?
Hoy en día, arqueólogos y científicos han probado el ingenio y conocimientos de antiguas culturas no europeas, quienes a pesar de las dificultades mencionadas lograron un avance cultural visible a través de vestigios a lo largo y ancho del mundo. Machu Picchu, Chichen Itzá y Teotihuacán son algunos ejemplos que podemos encontrar en nuestro continente.
El norte de Chile, por sus condiciones climáticas extremas y únicas, ha preservado hasta nuestros días, geoglifos y petroglifos plasmados en el desierto entre colinas, pampas y quebradas. Los mismos que por desconocimiento y falta de interés son destruidos por el paso de vehículos o carreras como el Rally Dakar, que solo entregan aventuras efímeras, a veces peligrosas a sus conductores, pero producen daños irreparables a estos vestigios milenarios y que son parte esencial de nuestro patrimonio cultural.
Es así, que cercano al pueblo de Huara en la Región de Tarapacá, encontramos un espectacular sitio arqueológico, que dignamente podría ser bautizado como las líneas de nazca chilenas. Una meseta en medio de la pampa con múltiples dibujos antropomórficos y zoomórficos, pero por sobre todo, líneas rectas de varios cientos de metros. ¿Pistas de aterrizaje? ¿Mensajes al espacio exterior? Muchas pueden ser las especulaciones, pero tras un estudio que combina dos disciplinas: astronomía y arqueología, podemos decir que estas líneas no son nada más ni nada menos que vestigios de un calendario solar, que demarca la posición de la salida del Sol en los solsticios y equinoccios, similar a lo descubierto en otros lugares como Stonehenge y las pirámides de Egipto. Tener el conocimiento de las estaciones del año y los ciclos naturales brindó a sus constructores las herramientas necesarias para sobrevivir al desierto más árido del mundo por milenios. A pesar de que en nuestros días este conocimiento parece irrelevante, para nuestros ancestros podría haber significado la vida o la muerte.
En días donde buscamos reforzar nuestra identidad y dar un paso adelante hacia un país orgulloso de su herencia ancestral, es fundamental el registro, investigación y preservación de lugares como estos. Estos vestigios son la prueba fehaciente de que la astronomía en Chile no comenzó con la colonización europea ni con la llegada de los grandes observatorios en el norte del país, sino mucho antes con las culturas originarias que desarrollaron conocimientos astronómicos avanzados y que supieron usarlos para su sobrevivencia. Por lo tanto, la observación de nuestros cielos no es algo reciente sino que es una herencia cultural que está en nuestro ADN y que ha sido plasmado a lo largo de nuestra extensa geografía desde tiempos inmemoriales. Es tiempo de reconocimiento de nuestro patrimonio cultural, y su cuidado es tarea de todos.
*Astrónomo, Académico de la Universidad Central de Chile y colaborador de la Fundación Chilena de Astronomía