En septiembre de 2013, una pregunta cambiaría para siempre la vida de Roberto Tamai. “¿Quieres liderar el proyecto del telescopio más grande del mundo?”. El ingeniero mecánico, oriundo de Nápoles, no durmió durante varias noches, asustado por aquella propuesta tan exigente por parte del Observatorio Europeo Austral (ESO, por sus siglas en inglés). Tenía la experiencia necesaria para aceptarla, pero sabía que aquel trabajo no implicaba solamente desafíos técnicos, sino estratégicos, políticos y económicos.
Era una “responsabilidad gigantesca”, según sus propias palabras, con más de 1.200 millones de euros en juego, 5.000 personas involucradas y los ojos del mundo puestos en la obra que tendría a cargo. Tamai dijo que sí, finalmente, consciente de la gran oportunidad que tenía por delante. Así se convirtió en gerente de un proyecto que hoy funciona a toda marcha y que tiene al 2027 como fecha prevista para la inauguración.
Recién llegado de Europa, y desde las oficinas de ESO, en Vitacura, Tamai dialogó hace unos días con Qué Pasa. Su destino final sería el desierto de Atacama, donde viajaría con el objetivo de evaluar los avances del Telescopio Extremadamente Grande (ELT), el más grande que se haya conocido, de 39 metros de diámetro, una cúpula protectora de 74 metros de alto y 3400 toneladas de peso.
“El diseño inicial contemplaba un telescopio de 100 metros de diámetro, pero al final se optó por uno de 39. La decisión de achicarlo tuvo que ver con algunos riesgos demasiado grandes que ponían en peligro la totalidad del proyecto”, comenta Tamai. El especialista explica que el espejo primario del telescopio está constituido por 798 segmentos hexagonales, cada uno de un diámetro de un metro y medio. “Todos están en fase de construcción serial”, agrega el ingeniero de 57 años.
El plan del telescopio impulsado por ESO, una organización astronómica intergubernamental conformada por 16 países, seleccionó al Cerro Armazones, en Antofagasta, por sobre otras alternativas analizadas en España, Marruecos, Argentina e incluso Chile. La elevación, el clima, los cielos oscuros y las bajas precipitaciones (100 mm anual en promedio) fueron algunos de los factores que gravitaron para que Armazones se convirtiera en el “lugar perfecto para una astronomía exitosa”, según detallan desde el Observatorio.
A 3.000 metros de altura, alrededor de 170 personas trabajan contra reloj para edificar el inmenso telescopio con miras al 2027. “Estamos recibiendo cientos de contenedores con piezas construidas en Europa y ya terminamos con los 25 kilómetros de carretera para llegar hasta arriba del cerro. Asimismo avanzamos con las fundaciones de la cúpula, la cual tiene un diámetro de 110 metros, y la fundación para apoyar esa cúpula. También vamos progresando en la fundación del telescopio mismo, cuyo diámetro es de 55 metros”, añade Tamai. “Pese a las complicaciones que trajo la pandemia, estamos haciendo todo lo posible para lograr nuestro objetivo a tiempo”.
Tamai asegura que el proyecto ELT tiene requisitos muy exigentes de parte de los astrónomos para los ingenieros, a tal punto de empujar más allá de los límites el nivel tecnológico de las empresas involucradas en la obra. Será el primer telescopio que podrá tomar imágenes de exoplanetas -aquellos que orbitan una estrella diferente al sol y que por lo tanto no pertenecen al sistema solar-, pero además estará en condiciones de hacer análisis espectroscópicos de la atmósfera de esos exoplanetas y así determinar si en ellos hay oxígeno y agua, entre otros elementos.
El ELT también estudiará la formación de estrellas, el enriquecimiento de los metales, la física de las galaxias con alto corrimiento al rojo, cosmología y física fundamental, según informan desde el sitio web de ESO. Además contará con una tecnología de óptica adaptativa revolucionaria que ayudará a corregir las distorsiones en la atmósfera de la Tierra, proporcionando imágenes más precisas que aquellas tomadas desde el espacio. Una vez terminado, será el telescopio óptico más grande del mundo y recogerá más luz que todos los telescopios combinados de clase de 8 a 10 metros existentes en el planeta.
Una de las metas del ELT es encontrar una medida directa de la aceleración de la expansión del Universo. También buscará posibles variaciones en las constantes físicas fundamentales con el tiempo.
Sin embargo, no se sabe con certeza que otros nuevos conocimientos traerá bajo el brazo este nuevo avance científico. “Los astrónomos tendrán nuevas preguntas, será muy poderoso, ni siquiera podemos imaginar las cosas que encontraremos. Será como cuando llegamos a un hotel de noche, en plena oscuridad, y al día siguiente abrimos la ventana de la habitación a la luz del día para encontrarnos con un paisaje hermoso y hasta entonces desconocido para nosotros”, observa Tamai.
Un napolitano en Antofagasta
Aunque proviene de Italia, Tamai tiene una larga historia vinculada a Chile. Llegó en 1999 y trabajó diez años en el Observatorio Paranal, al sur de Antofagasta. Arribó allí con su esposa e hija, de un año, y su segunda hija nació en suelo chileno al poco tiempo.
Educado en la Universidad de Nápoles Federico II y la Universidad de California, Tamai evoca sus inicios con entusiasmo: “Hice un posgrado para el estudio de problemas de combustión de autos. Luego trabajé para el Centro Italiano de Desarrollo Aeroespacial (CIRA), cerca de Nápoles, para construir una planta gigante que simulaba la condición de los vehículos espaciales que regresan de un vuelo de afuera de la atmósfera. En Italia también me inscribí para ser astronauta y quedé entre los 50 seleccionados, pero tengo un tornillo en la rodilla izquierda y es una profesión que requiere impecable condición física, así que no pude avanzar en el proceso”, recuerda al repasar su ruta laboral.
En todo momento Tamai remarca la importancia del sostén familiar para avanzar en todas sus decisiones. “Mi esposa ha sido un gran apoyo y siempre me acompañó”, reflexiona.
El ingeniero rememora aquel día en el que llegó por primera vez al desierto de Atacama, luego de postularse para un puesto de trabajo en el Observatorio Paranal. Las ruedas de su maleta no giraban en el terreno, era un campamento base de un telescopio en construcción y estaba lleno de piedras. “¿Dónde estoy?’’, se preguntaba, algo confundido, luego de haber dejado un trabajo muy diferente en una cómoda oficina de Nápoles. “Aunque al principio me costó la adaptación, venir aquí fue una decisión fantástica, me abrió un nuevo mundo. Soy un enamorado de mi trabajo. Estamos construyendo una carretera hacia la conciencia futura, hacia el conocimiento”, concluye.
El napolitano habla perfecto español, aunque todavía conserva la tonada de su tierra, y llegó a dirigir el proyecto ELT luego de una extensa trayectoria en Europa y Chile. En 2008 fue convocado desde la casa matriz de la ESO, en Europa, para involucrarse en la megaobra que tiene bajo su conducción en la actualidad. Antes de eso se desempeñó como director adjunto de Ingeniería en el Observatorio Europeo Austral. También trabajó como Ingeniero Mecánico en el Observatorio Paranal de ESO, y como jefe de Ingeniería y luego director adjunto del Observatorio La Sillia-Paranal de ESO. Fue una larga carrera antes de lo que sería su máximo desafío profesional: asumir como Project Manager del ELT.