¿Tienen vinculación la moda y el cuidado del medioambiente? Sí, y en muchos aspectos. Cifras de la la Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible, indican que la industria textil y de la confección en la actualidad es responsable de aproximadamente del 8% al 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo.
Se trata de una industria que además, dice el organismo, consume alrededor de 215 billones de litros de agua al año. Los textiles representan aproximadamente el 9% de las pérdidas anuales de microplásticos en los océanos.
La Alianza de las Naciones Unidas para la Moda Sostenible lanzada en 2019 en la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, tiene como objetivo la búsqueda de soluciones de lo que hoy es un grave problema medioambiental: el sobre consumo de ropa.
“Muchas personas sucumben a la compra de tendencias estacionales que luego se desechan en un par de meses, y simplemente eso no es sostenible”, indicó la embajadora de Buena Voluntad de la ONU, Nadya Hutagalung, en una nota de la misma organización.
Todos los días, millones de personas compran ropa sin pensar en las consecuencias. Muchas veces la compra supera incluso la posibilidad de poder usar esa prenda más de una vez.
“Ante las crecientes amenazas ambientales, existe una necesidad urgente de cambiar radicalmente nuestros sistemas de consumo y producción. En este sentido, una industria de la moda más sostenible tiene un papel fundamental que desempeñar”, señaló Naoko Ishii, directora ejecutiva y presidenta del Fondo para el Medio Ambiente Mundial en una nota de la Organización de las Naciones Unidas.
Chile, según un estudio del Instituto ICEX España Exportación e Inversiones de 2021, es el país sudamericano que consume más ropa por persona. En los último cinco años, señaló la investigación, la población ha incrementado un 80% su consumo de ropa, pasando a adquirir cada persona de 13 prendas anuales a 50. “Las exigencias del comprador chileno han cambiado, desarrollando una fuerte necesidad de renovación”, se agrega.
¿Cuánto cuesta una prenda?
“La ‘moda rápida’ es una de las industrias más perjudiciales para el planeta, la elaboración de prendas consume millones de litros de agua y generan toneladas de desperdicios que tienen disposición final en el mar”, afirma Luis Carrasco, académico del Departamento de Prevención de Riesgos y Medio Ambiente de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM).
Para poder fabricar una camiseta de algodón de 250 gramos, por ejemplo, se necesitan 2.900 litros de agua. Un gasto que consideran el agua utilizada para el riego de los cultivos y el proceso posterior de la tela. Mientras que unos pantalones de jeans de un kilo utilizarían 11.800 litros de agua.
Según establece la ONU, la industria de la moda es el segundo mayor consumidor de agua. Es una industria que libera medio millón de toneladas de microfibras sintéticas al mar al año y genera un 20% de las aguas residuales.
La ropa sintética es básicamente plástico. Con el tiempo y a la intemperie, esta llegará a fragmentarse, explica Martin Thiel, director de los Científicos de la Basura. “De allí se generan estas microfibras que el viento puede llevar muy lejos y podrían potencialmente contaminar lugares que están muy lejos de donde se ha depositado esa ropa”. Esas micropartículas pueden llegar a organismos expuestos a ellas como peces o choritos.
Conocemos muy poco de los posibles impactos de estos microplásticos en los organismos, afirma Thiel. Aún se requiere investigación, pero “sabemos que muchos organismos incorporan estos microplásticos y han aparecido en sus estómagos”.
En 2018 un estudio en Chile en centolla magallánica corroboró que el plástico que se degrada en el mar ya están presentes en esos crustáceos incluso en los mares más australes. La investigación, Primer registro de microplásticos en contenido estomacal de centolla Lithodes santolla, realizada por expertos de la U. de Magallanes reportó por primera vez la presencia de microplásticos en los estómagos de la centolla magallánica.
Romper el ciclo
El Desierto de Atacama se transformó en octubre de 2021 en un “cementerio de ropa usada”. En esa fecha, en un lugar cercano a la zona franca de Iquique, 29.178 toneladas de ropa usada fueron desechadas.
Cada año cerca de 59.000 toneladas de ropa ingresan a la zona franca del puerto de Iquique, en la Región de Tarapacá. Pero no hay suficiente espacio para dejar la que no se vende, y ante la falta de fiscalización, cerros de prendas terminan en el desierto.
En una de sus expediciones en el norte de Chile, Thiel comenta que decidió ir a ver los cerros de ropa del desierto de Atacama y se sorprendió al encontrar prendas con logos de su país: Alemania. “En Alemania, la gente para justificar frente a si mismos su consumo de nueva ropa, la donan y después esta se convierte en ropa de segunda mano en otros países como Chile, y con eso ellos se quedan tranquilos, pero aumentan este circulo vicioso de consumo”, comenta.
“Esto de la ropa de segunda mano puede ayudar, pero no puede ser justificación de aumentar nuestro consumo”, agrega.
Entonces, ¿cómo terminar con este ciclo? Carrasco afirma que, actualmente, es posible ver una tendencia ligada a lo sustentable y ecológico, pero que sigue ligada con la experiencia del consumismo indiscriminado.
La única forma de romper con este ciclo de compra permanente, dice Carrasco es tomando consciencia como país y también como individuo; “este es un ciclo económico interminable, que lo único que logra es destruir el planeta, perjudicar a la gente y hacerla más pobre”.
Thiel también destaca la necesidad de reincorporar una vieja costumbre: alargar la vida útil de las prendas. “La gente ha olvidado que la ropa se puede reparar, que antes existían oficios dedicados a esa materia y que eso podría ser traído a la actualidad”. Así mismo, señala la moda se puede influenciar, por lo que “ciertas figuras reconocidas también podrían dar el ejemplo para hacer un cambio”.
Carrasco afirma que el mercado de ropa reciclada o usada está aumentando. “El mercado de la reventa está creciendo a un ritmo 11 veces superior al del comercio minorista tradicional y debería alcanzar los 84.000 millones de dólares (casi 71.000 millones de euros al cambio actual) en 2030, mientras que prevé que el valor del fast fashion no supere los 40.000 millones de dólares (unos 34.000 millones de euros)”, indica. Esto correspondería a un poco más de 68 mil millones de pesos y 31 mil millones, respectivamente.
“Al consumidor ya no le da vergüenza. Vestir con ropa usada era un aspecto despectivo; ahora, las nuevas generaciones se enorgullecen de comprarla”, señaló al respecto Paco Lorente, académico de ESIC Business & Marketing School, a America Retail.
Una plataforma de venta de ropa de segunda mano llamada “Prilov” afirma que ahora “hay una mayor conciencia medioambiental y por ende, sobre el impacto de nuestras acciones en el planeta. Las nuevas generaciones están ya con ese “switch”, traspasandolo y aplicándolo. El qué vamos a dejarle al mundo cobra cada vez más relevancia; ya no es socialmente aceptado ser inconsciente”.
¿Qué otras acciones han existido? Pues, ha habido unas un poco más ruidosas. En 2019, el movimiento social Extinction Rebellion boicoteo la Semana de la Moda en Londres por medio de protestas en contra de la industria de la moda que incluyeron a cientos de personas.
Sara Arnold, una activista y participante del revuelo, habló con Vogue sobre la moda rápida, afirmando que también están en contra de ella “con gente yendo a los outlets de moda y centros comerciales para ‘fingir su muerte’. Seguiremos dirigiéndonos a ellos, pero lo que haremos en la Semana de la Moda de Londres trata sobre la totalidad de la industria. La moda rápida es vista como el peor infractor, pero eso no significa que la moda de lujo esté libre de culpa”.