En junio de 1947 el escritor argelino francés, Albert Camus, publicaba su novela La Peste. Esta novela contextualizada en la ciudad argelina de Orán durante una terrible epidemia es considerada, contrariamente a lo que pensaba su autor, en una de las principales expresiones del existencialismo.

En el existencialismo, lo absurdo se toma la escena en un sentido en que el individuo se ve a sí mismo ante una situación límite, se replantea sus propias definiciones y se abre a un abanico angustiante de las medidas que debe de tomar, sabiendo que cada una de ellas podría cambiar el devenir de todo y todos.

Santiago de Chile, como Orán en La Peste de Camus, se ha visto encerrada en una situación angustiante desde el pasado 18 de octubre. El brote partió en estaciones de metro, se propaló a los supermercados, se hizo evidente en las calles y hoy los antídotos se hacen inocuos.

El ciudadano, el santiaguino, el individuo se vio ante una realidad que lo superaba. Aquella la hizo negar su estatus de tranquilidad, civismo, globalización, desarrollo, entre varias más; para verse inserto en un colectivo reprimido, ignorado, abusado y deseoso de hacerse escuchar.

Con el paso de los días y una ciudad en medio del caos, el miedo y lo incierto; la reflexión partió en sentido inverso. Ahora, cada quién ve la peste manifestada de tantas formas como individuos hay. Tantos antídotos como manifestaciones de la peste. Y la peste pasó a ser plural, dinamitando el poder de la autoridad competente para combatirla. -Rousseau y Hobbes, tomados de la mano, quedarían atónitos ante esta realidad-.

A esto se sumó la situación que la ciudad también era aldea, una aldea global que "una mañana, tras un sueño intranquilo, se despertó convertida en un monstruoso" parásito de convocatorias, "news", "fake news", hashtags, tendencias y un fin de subjetividades y sensibilidades.

Nadie sabe qué es verdad y qué no. Cada uno, ante la angustia va tomando sus decisiones en el día a día, sin saber qué futuro depara el día de mañana. Cancelamos matrimonios, reuniones, eventos. Llenamos los autos con bencina, compramos como si varios días fueran fin de mes. Apagamos la televisión para no sumar el estrés, y la volvimos a prender para calmar las preocupaciones, esperando un mensaje que mostrara alguna receta capaz de generar mejorías en la dermis de esta ciudad. Las empresas, los negocios y las "comunicaciones" prefirieron "pasar piola", porque la normalidad ya no lo era, y querer volver a ella es considerado un pecado tan grande como el abuso de poder.

La peste, el caos, lo absurdo se tomó la escena y las redes. No hay certeza de nada. Hay preguntas al aire y nadie se atreve a dar las respuestas. Las definiciones son tan ciertas como las falacias que se repiten como eslóganes o hashtags. Si el verano pasado nos reíamos porque los chilenos "lo pensaban, pero no lo decían", hoy esa frase no es voluntaria sino totalitaria, y hay del que diga lo que piensa, pues "la peste" podría presentarse en la puerta de su casa, tal cual el relato del Éxodo bíblico, vestido de chaleco amarillo o recibiendo cariñosas frases acerca de la "genuina expresión de la raza chilena".

Y cada noche de estas más de 60 jornadas, el individuo, el santiaguino, el chileno de las grandes ciudades cerró la puerta de su hogar para defenderse de su propio vecino porque tocó la cacerola, porque no la tocó, porque salió a marchar, porque no salió, por su indiferencia, por su "normalidad", por su psicosis, porque fue al mall, por lo que puso en su red social, por todo.

Chile despertó y en dos jornadas cambió. "Intentó volver a dormir sobre el lado derecho, y su actual estado no le permitía adoptar tal postura."

¿Qué sigue?

Seguramente unas fiestas kafkianas y caóticas, como la tónica de los últimos días. Seguramente no haya nada seguro y sigamos así por tiempo indefinido. Lo único cierto es un futuro incierto y una sensibilidad a flor de piel.

Lo interesante, fue que Chile vivió en poco más de un mes la historia del pensamiento occidental a una velocidad vertiginosa. Desde Ockham a Nietzsche, de Camus a Kafka, de Aristóteles a Hawking, de Derrida a Caszely.

Sí, a Caszely, pues "no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso".

Porque a pesar de todo, el chileno también supo sacar su ingenio y humor; y eso nos da esperanza.