Muchos conflictos mundiales actuales, tienen un componente tecnológico importante. Sin embargo, en Latinoamérica se observa un retroceso en sus inversiones en ciencias, manteniéndonos como exportadores de materias primas (commodities) e importadores de productos manufacturados, realidad que nos hace dependientes y la región más desigual del mundo.
El informe de la Unesco sobre la Ciencia: hacia 2030, indica que ha aumentado la participación en educación superior, recursos humanos para investigación y desarrollo, y producción científica; pero, que son pocos los países que alcanzan un dinamismo comparado con economías emergentes, excepto Brasil, que superaba una inversión del 1% del PIB (producto interno bruto) en ciencias. La mayoría de los países latinoamericanos invierten menos de la mitad de ese porcentaje. Sin embargo, el año 2019, el panorama de Brasil cambió, con el anuncio de un recorte del 40% para el presupuesto del Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicación.
El reporte de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT) 2019, indica que la inversión regional es baja en comparación a los países industrializados. Corea e Israel, superan el 4% de su PIB, mientras que Alemania y EEUU rondan el 3%.
Pero, independiente del porcentaje del PIB que se invierte en este sector y el número de investigadores/as por millón de habitantes que tengan, datos de la Unesco muestran que los hombres siguen siendo mayoría en ciencias e investigación en casi todos los estados del mundo.
En Chile, México y Perú, las mujeres son menos de un tercio de las personas que investigan. Esto genera pérdida de talentos para la investigación, lo que a largo plazo perjudicaría el desarrollo sostenible del país.
En Chile, se implementa el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI), el cual hace poco anunció una hoja de ruta para una política de género. Sin embargo, esta política no será fructífera si las instituciones (universidades, institutos y centros de investigación) donde se implementará siguen siendo terrenos poco fértiles para el desarrollo profesional y académico de las mujeres. Medidas afirmativas en un ecosistema donde se contratan pocas mujeres, o están en plantas adjuntas, media jornada, o a honorarios, no verán frutos, menos si muchas de las medidas propuestas están pensadas para personas ya contratadas.
Por otra parte, medidas que apunten solo al aumento de mujeres en el sector, no bastarán si los ambientes son poco propicios y/o inseguros para que desarrollen sus carreras académicas, debemos recordar que sigue habiendo financiamiento público para acosadores sexuales o por razón de género.
Sin duda, la mirada debe ser intersectorial abarcando educación, economía, energía, medio ambiente etc. Que la equidad de género este contemplada en forma transversal en la acreditación de las instituciones de educación superior, es una medida que debiese aplicarse a la brevedad.
La política de género debe asociarse al cambio de modelo de desarrollo de la investigación en Chile que muchas creemos necesario. Este debe relacionarse a cómo medimos y valoramos nuestros aportes en investigación, incluyendo nuestras contribuciones a la sociedad, considerando además, que es financiamiento público el que proporciona gran parte de nuestras becas y proyectos.
Muchas especialistas hablan de la necesidad de cambios estructurales, ¿los generarán o tendremos que seguir esperando 200 años para cerrar las brechas de género?