Alguna vez leí que la memoria no es la capacidad de recordar, sino que la capacidad de olvidar. Después de todo, si recordáramos cada instante y considerando la infinita cantidad de información que recibimos, sería imposible procesarlo todo. Asimismo, si recordáramos cada evento que ha sido difícil, trágico o doloroso, probablemente nos costaría avanzar.
Sin embargo, para la Gestión del Riesgo de Desastres (GRD), olvidar puede ser peligroso, ya que necesitamos mantener un nivel de alerta y conciencia de algunos peligros posibles, con el fin de actuar sobre ellos de manera preventiva y de esta forma, mitigar sus consecuencias.
“Si ocurriera hoy el resultado sería terrible”: este es el terremoto más devastador registrado en el país
Además de la función de la memoria como método preventivo ante futuros desastres, debemos tener en consideración un escenario de cambio climático cambiante, cuyas estadísticas pasadas no serán las del futuro. Esto significa que muchos de los patrones de clima, pero también de otros eventos asociados, como las marejadas o los ríos atmosféricos, no serán los mismos. Para la GRD esto significa un cambio en la amenaza.
Como sociedad también hemos ido cambiando muy rápidamente y ampliado nuestra huella territorial con múltiples fines, lo que también implica ampliar nuestra exposición a más o nuevas amenazas de origen natural. Esto lo hacemos con distintos niveles de preparación ante esas amenazas, tanto en términos de infraestructura y su resistencia (vulnerabilidad física), como del tejido social que nos permite desarrollarnos o prepararnos en un territorio (vulnerabilidad social).
Estos cambios humanos, han sido aún más rápidos que el cambio climático y contribuyen a que el riesgo de desastre aumente significativamente no sólo en Chile, sino que en todo el mundo.
Así como tendemos a olvidar, también solemos pensar en un entorno inalterable donde todo se mantendrá tal como es hoy, especialmente en cuanto al entorno que hemos construido. No obstante ¿Cuántas de las fallas vistas en el último tiempo se deben a falta de mantenimiento? o ¿a un crecimiento urbano por sobre lo que se había estimado en el diseño y sin ningún tipo de adaptación?.
A la naturaleza le importan poco estas definiciones y conductas humanas. Ella trabaja a su ritmo y a sus escalas. Si olvidamos, no nos preparamos o nos equivocamos en nuestras decisiones, es nuestra responsabilidad. Misma razón por la que ya no hablamos de desastres naturales, sino que de origen natural, en el entendido de que los desastres son “socionaturales” y construidos por el hombre.
El 8 de julio recordamos el que entendemos como el terremoto y tsunami más grande registrado en la zona central de Chile y que ocurrió en 1730, es decir, hace 294 años. Si un evento de esta magnitud ya ocurrió una vez, es muy posible que ocurra nuevamente. Al día de hoy sabemos poco del daño provocado, puesto que Valparaíso era muy distinto, y Viña del Mar no existía, pero si hubiesen existido, o si el Chile de hoy se expusiera a un evento similar, el resultado podría ser terrible.
En días de aluviones, lluvias e inundaciones, y socavones, nos acordamos muy poco de los terremotos y tsunamis, sin embargo, estas amenazas siguen estando ahí, latentes, mientras que nuestra memoria selectiva nos podría jugar una vez más una mala pasada, más aún, si creemos en falsos mitos, como el que dice que no pueden haber tsunamis en la Bahía de Valparaíso porque la bahía es muy profunda. Eso es falso.
¿Qué podemos hacer como sociedad, para que salgamos de estos ciclos mentales y podamos afrontar mejor el próximo evento, sea cual sea? Este es un rol del Estado, pero también debe ser un rol de cada uno de nosotros el ser conscientes de los riesgos a los que estamos constantemente expuestos, aunque pareciera ser que inconscientemente, preferimos no pensar en ello. No se trata de vivir con pánico, sino de vivir preparados.
*Investigador principal del Centro para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN) y académico USM.