Un robot que mide 24 centímetros mira a un niño y dice: "¿Qué le dijo una piedra a otra piedra?... ¡La vida es dura!" y ambos se ríen. El autómata pestañea, mientras el chico le pregunta: "¿De qué color son las manzanas?". Sima, el primer robot social hecho en Chile, contesta: "Rojas, como el amor".
Aunque la escena parece sacada de la última temporada de Black Mirror, es cien por ciento real y corona el trabajo de tres años de una pareja de emprendedores chileno-venezolanos. En el tercer piso del laboratorio de Fabricación Digital de la Universidad de Chile -en la calle Beaucheff de la comuna de Santiago- un equipo de siete personas perfecciona los detalles de Sima, el primer robot social interactivo y educacional de Sudamérica.
El fundador y líder de este proyecto, Felipe Araya, habla con pasión respecto al robot que cambió la vida de su propia familia. En conjunto con su pareja Virginia Días, idearon un juguete para su hijo Nicola, haciendo realidad el sueño que ellos también tuvieron de niños: vivir con robots.
Felipe, ingeniero mecánico y MBA, comenzó a esbozar en su libreta, para luego realizar varios prototipos experimentales para Nicola. A la pareja le preocupaba la brecha tecnológica que podría tener su hijo y un niño de Japón o Estados Unidos, por ejemplo, y que ésta no fuera irreversible. Así fue como generaron una herramienta a su alcance y que facilitara el aprendizaje de nuevos contenidos educativos. Esa preocupación fue la génesis de Sima.
La idea prendió rápido y el éxito del prototipo entre los niños, permitió mejorarlo físicamente: "Muchos se emocionaban y al abrazarlo, el robot perdía los brazos", recuerda Felipe. La iniciativa, única en la región, motivó a la pareja para generar un modelo de negocios y postular a Start Up Chile, resultando ganadores.
Hoy, Sima es un colorido robot con piernas y brazos movibles, cuyo cuerpo tiene espacio para contener a un Smartphone que muestra un rostro de grandes ojos y simpática sonrisa basada en el arte Kawaii, que "vive" dentro de la pantalla.
La loca fantasía de hacer robots
Los cuerpos de diversos colores y fabricados en impresoras 3D, se apilan en las mesas de trabajo donde Virginia Días, educadora especializada en psicología, cuenta: "Sima es un robot social, vale decir que se comunica fácilmente con las personas sin necesidad de saber programarlos o en un lenguaje científico o técnico. Los hicimos deliberadamente con forma humanoide para que generasen más empatía, además de que cuenta con ocho grados de movilidad y motores en las piernas".
Con el uso de un smartphone como parte central del robot, solucionaron una serie de problemas: el mismo teléfono se convertía en la cara de Sima a través de su pantalla, podía estar siempre conectado a internet, poseía cámaras para el reconocimiento visual y un sistema de audio y reproducción de sonidos. Con ello Sima pudo ver y hablar, además de moverse con su cuerpo robótico. Sima se transformó en el primer robot social hecho en Latinoamérica y que habla español.
El alma de Sima, no sólo es capaz de contar chistes, escuchar preguntas e interactuar con los niños, además fue desarrollada con contenidos alineados al currículum educativo del Ministerio de Educación. La idea fundamental fue convertirlo en un sistema educativo, lúdico y personalizado. Durante estos tres años fue testeado por Nicola y otros 500 niños, con escolaridad entre prekinder a tercero básico y de establecimientos de región Metropolitana. En total estuvo en clases durante 1500 horas, prueba de fuego que permitió perfeccionar el modelo y que terminó convirtiendo a Sima en un gran aliado de los profesores y en objeto de atención de los alumnos.
El amigo nuevo del profesor
"Sima es capaz de alegrarse o entristecerse, es un robot empático, un compañero, un refuerzo en la enseñanza, capaz de provocar una estimulación temprana o del aprendizaje de nuevos idiomas", indica Felipe Araya.
Sima tiene tecnología de alta sofisticación como el uso de Watson, un programa para el reconocimiento contextual de lenguaje con inteligencia social, creado por IBM. Felipe agrega que "está formateado para adentrarse en el mundo SEL (Educación Social y Emocional) y STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas)", estilos de educación práctica en que la experiencia sustituye al aprendizaje pasivo.
El robot está siempre de buen humor –aunque también se puede entristecer-, está capacitado para saludar, caminar o bailar y generar experiencias multisensoriales de aprendizaje. De hecho, cuando entra en una sala de clases se convierte en un pequeño "rock star", que todo el mundo desea ver y tocar.
Los profesores cumplen una labor fundamental en el proceso de interacción entre la máquina y los alumnos. Los educadores pueden profundizar sus materias al usar el Sima Knowledge, plataforma web donde los maestros pueden editar o crear contenidos para brindar a los niños experiencias más significativas. Además, los usuarios cuentan Sima App, que integra el cuerpo robótico junto al smartphone y el Sima Code, basado en programación en bloques, con el fin de acercar de forma simple la codificación a los niños.
Sima cuesta lo mismo que un teléfono de gama media. Tener un robot personalizado va desde los 150.000 pesos, con 22 colores a elección y la posibilidad de que venga incluido un teléfono o usar uno propio. Los pasos a futuro para esta compañía chileno-venezolana dirigen sus esfuerzos para llevar a Sima a una versión tablet, la mejora de su inteligencia artificial y la búsqueda de que construya su propia memoria virtual. El futuro, aunque los autos aún no vuelen, ya llegó.