“Sin planes futuros y confundidos”: El mundo comienza un tercer año en pandemia
Cuando mejoran las cifras vuelve la esperanza de retomar la normalidad. Pero no. Una nueva variante cambia el escenario. Como resultado, ya se aprecia un acentuado agotamiento pandémico que puede llevar a las personas a ser más agresivas o a no respetar medidas de autocuidado como usar mascarillas.
2022. Un nuevo año. Un nuevo año todavía con mascarillas. Y con una nueva ola mundial de contagios por Ómicron, el recordatorio de que la vida cómo la conocíamos aún sigue en pausa.
La nueva variante ha hecho evidente que parece una historia sin fin. Si en 2020, a medida que aumentaban las tasas de vacunación en todo el mundo, razonablemente surgía la pregunta de ¿cuánto más durará esta pandemia?, hoy sabemos que el “umbral de inmunidad colectiva” es poco probable de lograr en un breve plazo. Ello principalmente por factores como las dudas ante la vacuna, las nuevas variantes, la llegada tardía de las vacunas para los niños en gran parte de los países y que no previene la transmisión en el caso de Ómicron.
Que un porcentaje importante de la población se vacune se enfrenta tanto a una distribución desigual, como a las voces en contra de la medida. En el primer caso, el profesor de Infección e Inmunidad Pediátricas en la U. de Oxford subrayó en entrevista con The Daily Telegraph, que hoy menos del 10% de las personas de los países de bajos ingresos ha recibido siquiera su primera dosis, “por lo que la idea de una cuarta dosis regular a nivel mundial no es sensata”, y añadió, “no podemos vacunar al planeta cada cuatro o seis meses, no es sostenible ni asequible”.
En la oposición a las vacunas hay grupos pequeños, pero con una estrategia de comunicación on line preocupantemente efectiva y de gran alcance, advierte Neil Johnson, físico de la U. George Washington en Washington DC, luego de investigar en Facebook a más de 1.300 páginas, seguidas por unos 85 millones de personas.
En el estudio, Johnson determinó que las páginas contra la vacunación tienden a tener menos seguidores, pero son más numerosas que las que están a favor, y se vinculan con más frecuencia en debates en otras páginas, como asociaciones de padres de escuelas.
Fatiga pandémica
En definitiva, la pandemia no termina. Cuando mejoran las cifras vuelve la esperanza de retomar la normalidad en el trabajo, los viajes, etc. Pero no. Las decisiones y planes nuevamente se posponen. Como resultado, ya se aprecia un acentuado agotamiento o fatiga pandémica. Y no es que no la hayamos experimentado, pero ahora puede ser más notoria.
Es una prueba a la capacidad de adaptación, dice María Paz Altuzarra, psicóloga Clínica U. de los Andes, en especial este año con una cepa más contagiosa. “Ya llevamos un buen tiempo desde que se inició la pandemia adaptándonos a situaciones distintas y generando un montón de cambios, el teletrabajo, la educación on line, el cambio en la manera de relacionarse con los otros, etc.”.
Ricardo Bascuñán, psicólogo y académico de la U. Central señala que, efectivamente hoy es evidente esa fatiga pandémica, sobre todo dados los últimos datos provenientes del Ministerio de Salud, “en donde observa un incremento de contagios a lo largo del país y por lo tanto el agotamiento emocional propio de la pandemia puede intensificarse”.
Cada vez que las cifras disminuyen y hay más libertades, el entusiasmo es inevitable. Las personas se ilusionan con que está terminando, dice Altuzarra y luego viene algo que hace que nuevamente estemos en riesgo. “Entonces sí puede haber un agobio importante pensando en que muchas veces nos ilusionamos con que mejora y partimos todo de nuevo. Que ocurra justo en vacaciones también da una gran sensación de agobio. Está el riesgo de pasar en cuarentena los fines de semana, si hubo contacto estrecho, o también pasar enfermo sus vacaciones si hay contagio”.
Una sensación que bien describe la escritora Wang Fang, en su libro sobre el brote del virus en Wuhan, Wuhan Diary: Dispatches from a Quarantined City: “Y ahora, aunque ya no vivimos aterrorizados y la tristeza se ha disipado un poco, debemos enfrentar un aburrimiento e inquietud indescriptibles, junto con una espera interminable”.
A medida que la pandemia no finaliza, pasamos de la ansiedad generalizada ante un virus desconocido al malestar de la fatiga pandémica. Esa fatiga puede manifestarse como sentimientos de ansiedad, desesperanza, frustración, ira y aburrimiento.
Emociones que varían según la persona. Joshua Aguayo, psicólogo clínico de Psyalive.com dice que es importante recordar que la población en general se divide en una curva normal dentro de un espectro entre introversión y extroversión. Así, “para quienes la interacción social en persona era un elemento importante de su experiencia de vida, sin duda las medidas sanitarias van a tener un peso mayor”.
Para otras, el no tener que salir de casa, no tener que preocuparse por rutinas, el poder adoptar formas de comunicación asincrónicas, agrega Aguayo más bien le pueden ayudar a usar esa energía en otros aspectos más enriquecedores de su vida. Pero más allá de eso, aclara “el miedo que provoca el hecho de que haya un virus mortal en el aire, sin duda es un factor de estrés para la población en general”.
El desagrado frente a la incertidumbre es la respuesta a un cerebro que necesita moverse en “futuros” relativamente claros, explica la neurociencia. Necesitamos planificar hacia el futuro inmediato y lejano para tener certezas. Sin planes, nos confundimos. Algo soportable en el corto plazo. Pero cuando se inicia un tercer año de incertidumbre continua, puede derivar en dificultad para realizar tareas cognitivas, como recordar dónde dejamos las llaves o incluso interferir en disfrutar lo que antes era placentero.
Amenaza para la salud pública
¿Qué efectos tiene esa mezcla de desesperanza y aburrimiento? ¿Cuántas personas quizás bajarán la guardia en medidas de autocuidado? A lo largo de la pandemia, dice Bascuñan es fácil observar que la población está agotada producto no sólo del confinamiento en sí, sino también por el estrés producido por la llamada “doble presencia”, síndrome producido por estar realizando tanto actividades laborales como domésticas al interior del hogar. “Por lo tanto, el agotamiento puede llevar al desinterés por seguir las indicaciones del Minsal y por lo tanto aumentar la probabilidad de contagio”.
Ese aburrimiento o cansancio puede representar además una amenaza para la salud pública y extender aún más la crisis sanitaria. El psicólogo Wanja Wolff de la U. de Konstanz en Alemania, analizó factores psicológicos como el sentido del autocontrol y el aburrimiento en el cumplimiento de las pautas de distanciamiento social y cuidado de Covid-19, y determinó que las personas que se aburren con frecuencia son más propensas que otras a incumplir las pautas de distanciamiento social. Esas personas propensas al aburrimiento también parecen tener un mayor riesgo de contraer el coronavirus.
Y no es el único estudio que habla de no subestimar ese aburrimiento en pandemia. Otra investigación realizada por la U. de Waterloo en Canadá apunta a lo mismo: la propensión al aburrimiento puede explicar hasta el 25% la variación en los comportamientos de incumplimiento de reglas. El coautor del estudio y neurocientífico cognitivo James Danckert de la U. de Waterloo, señaló que si bien ningún factor único puede explicar el cien por ciento de cualquier comportamiento humano, “el 25 por ciento es una cantidad enorme”.
En el estudio, publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health, los investigadores pidieron a más de 900 personas que respondieran preguntas sobre el aburrimiento, la ideología política y el cumplimiento de las medidas de salud pública, como usar una mascarillas o no socializar fuera del hogar. “Las personas que encuentran que estas medidas son una amenaza para su identidad y que sufren mucho de aburrimiento, descubren que romper las reglas les ayuda a restablecer un sentido de significado e identidad. El aburrimiento amenaza nuestra necesidad de darle sentido a la vida y algunas cosas, como la política, pueden fortalecer nuestro sentido de identidad y significado”, indicó Danckert.
La frustración, ira y aburrimiento momentáneos frente a una pandemia tan extensa, no es malo. Resulta natural y esperable. Pero durante un período más largo, puede tener consecuencias graves. Puede llevar a las personas a ser más agresivas o a no usar mascarillas. Un estudio previo a la pandemia da luces al respecto. Publicado en 2019 en Behavioral Decision Making y realizado por el psicólogo social Wijnand Van Tilburg de la U. de Essex en Reino Unido, mostró que inducir el aburrimiento en las personas a través de un juego de apuestas repetitivo las llevó a tomar decisiones más arriesgadas.
Es una posibilidad, dice Altuzarra que algunas personas tengan una actitud más permisiva pensando en que ya están cansadas, “pero ahí es súper importante ser claro en que las medidas de autocuidado hay que seguir manteniéndolas, sobre todo ahora que esta sepa es mucho más contagiosa”.
Luisa Castaldi, académica de la Escuela de Psicología y directora de la Clínica Psicológica de la Pontificia U. Católica de Valparaíso, subraya la importancia de considerar las condiciones en que se encuentran las personas, como edad, condiciones físicas, emocionales y dosis de las vacuna, para enfrentar el actual escenario con Ómicron.
“Está claro que esta ola de alza los contagios producen cierto agotamiento emocional, pero también hace que aprendamos de alguna manera a vivir con algo que hasta dos años atrás no conocíamos”, dice Castaldi. Aprender a vivir no significa ignorarlo, “poder incluirlo adentro de la posibilidad que tenemos de qué podemos hacer, de cómo nos podemos mover y ver en qué situación nos encontramos”.
Mantener el enfoque y el significado durante la pandemia no es una tarea fácil. Bascuñan indica que lo óptimo es, si se puede, en vacaciones poder recuperar no sólo las energías física, sino también comenzar a prepararse psicológicamente para un año en que, si los casos siguen al alza, tendremos que afrontar dicho período con el mismo cuidado recomendado por las autoridades. “Como siempre se dice, prevenir es mejor que curar”.
Se trata de una estrategia que será permanente. “Nuestro estilo de vida tendrá que ver con cuidarnos mucho más y con estar atentos, algo que hace algunos años atrás no lo hubieramos imaginado”, dice Altuzarra.
Es importante facilitar el acceso a servicios de salud mental, agrega Aguayo, así cómo se trata de hacer con la salud física. En ambos frentes, se requiere socializar mejor las consecuencias que trae esta enfermedad a nivel individual y social. “Es importante normalizar el buscar ayuda si su salud mental ha sido afectada por la pandemia, y des-normalizar la idea de que existen razones, más allá de una falta de preocupación social, para no acatar las medidas de bioseguridad”.
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