Revisar los estilos de liderazgo de Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson me lleva una y otra vez a Steve Jobs (1955-2011). Mientras leo Juegos de Poder, Elon Musk, Tesla y la Apuesta del Siglo, no puedo dejar de pensar en las increíbles fiestas, los apasionantes discursos y los brillantes comerciales que lanzaba Steve Jobs para bautizar un nuevo dispositivo tecnológico. Musk hace lo suyo con Tesla, pero todavía está lejos en este departamento, pues como diría César Luis Menotti sobre Pelé, “fue el más grande, el mejor de todos los tiempos para mí”.
Tampoco puedo evitar, al leer sobre las locuras y paranoias del creador de Tesla y SpaceX, recordar el estilo perfeccionista, tiránico y autocrático del padre de Apple. Ambos líderes comparten sueños de grandeza y pasarán a la historia no solo por hacer lo imposible y triunfar, sino por haber dejado en el camino a muchos heridos, pues estos sujetos desafían los obstáculos y a las personas que intentan frenarlas. Literalmente no aceptan un no por respuesta.
Y si recordamos la confesa obsesión de Jeff Bezos por los productos y los clientes, resulta difícil no compararla con la del creador del iPhone, hombre que deslumbraba a sus audiencias con cada nuevo producto. Jobs era un obseso total de sus groundbreaking products y de las experiencias de sus clientes. Un verdadero artista y el mejor anfitrión para sus fans. Por esta razón nunca aceptaba las limitaciones de sus ingenieros, del directorio o de la misma realidad. Jobs quería que sus clientes tuvieron acceso al mundo apretando un solo botón. Y jamás quedaba contento con menos.
Y es que los nuevos vikingos empresariales, con sus luces y sombras, me llevan a la primera década de este milenio, cuando me formaba como coach. En ese entonces, y en esos entornos, se hablaba de Steve Jobs con idolatría. Algo se mencionaba a Bill Gates, a Jack Welch o a Richard Branson, pero Jobs era el que tenía la varita mágica. Genio creador que entusiasmaba, inspiraba y hacía creer a las hordas de nuevos emprendedores que se podían hacer grandes cosas con ingenio y mucho trabajo.
Por eso el mundo se conmocionó con la enfermedad y muerte del padre del Macintosh 128, líder que en poco más de 50 años existencia, transformó seis industrias diferentes: la música, la telefonía, las tabletas electrónicas, la edición digital, las películas de animación y los computadores personales.
Sí, este hombre fue extremadamente creativo y controversial y merecía que uno de los mejores biógrafos escribiera su historia. No fue fácil y creo que el siguiente párrafo de Walter Isaacson sintetiza la complejidad del encargo:
“No ha sido un modelo, ni como jefe ni como ser humano, perfectamente empaquetado para que lo imitaran después. Movido por sus demonios, podía empujar a quienes lo rodeaban a un estado de furia y desesperación. Sin embargo, su personalidad, sus pasiones y sus productos estaban todos interconectados, como lo estaban normalmente el hardware y el software de Apple, igual que si fueran parte de un único sistema integrado. Por tanto, su historia, a la vez instructiva y aleccionadora, está llena de enseñanzas sobre la innovación, los rasgos de la personalidad, el liderazgo y los valores”.
Cuando en el 2004 Steve Jobs llama telefónicamente a Walter Isaacson, este hombre, acostumbrado a hablar de tanto en tanto con el creador del iPad sobre el lanzamiento de algún nuevo producto, no se imaginó que alguien tan hermético respecto a su vida personal, le pidiera escribir su biografía.
Famoso por irascible, intenso, cautivante y convincente, el padre de Apple no aceptó el rechazo del biógrafo, a quien no le hacía sentido empezar este trabajo después de haber concluido las obras, nada más y nada menos, que de Benjamin Franklin y Albert Einstein.
Además, la reputación de control freak de Steve Jobs no ayudaba nada y fue finalmente la enfermedad de éste último lo que convenció a Isaacson de aceptar el pedido de un personaje célebre por sus insoportables niveles de perfección y determinación. Pese a lo anterior, lograron pasar muchas horas juntos, horas en que Isaacson pudo tomar nota de la complejidad de un líder que, leído a la luz de las últimas columnas aquí compartidas, tiene fuertes rasgos obsesivos, narcisistas, paranoides y dramáticos.
¿Y cómo se explica Isaacson, a medida que conoce a Steve, su compleja personalidad? ¿Cómo se explica que el hijo adoptivo de Paul Jobs, “un mecánico fornido y tatuado de más de metro ochenta de estatura” y de Clara Hagopian, una simpática mujer descendiente de inmigrantes armenios, se haya transformado en uno de los íconos mundiales de la cultura moderna?
Sí, sin duda para Walter, el hecho de ser hijo de padres adoptivos marcó a Steve con los conceptos de abandonado, elegido y especial, supuesto que al protagonista de esta historia no le gusta nada:
“Hay quien opina que, por haber sido abandonado, me esforzaba mucho por tener éxito y así hacer que mis padres desearan que volviera con ellos, o alguna tontería parecida, pero eso es ridículo –insistía-. Tal vez saber que fui adoptado me hiciera más independiente, pero nunca me he sentido abandonado. Siempre he pensado que era especial. Mis padres me hicieron sentirme especial”.
Otro factor que marca la infancia de Steve es haberse criado en Silicon Valley, donde recuerda que la mayoría de los padres de sus compañeros y amigos trabajaban en asuntos tan innovadores como fascinantes: paneles fotovoltaicos, baterías, radares. Lamentablemente estas materias quedaban fuera de la sala de clases, lugar que, al igual que Richard Branson, el pequeño Steve detestaba:
“Me aburría bastante durante los primeros años de colegio, así que me entretenía metiéndome en líos (…) Me encontré allí con un tipo de autoridad diferente de cualquiera que hubiera visto antes, y aquello no me gustaba (…) Estuvieron a punto de hacerme perder todo atisbo de curiosidad”.
A diferencia de sus padres, bondadosos cuidadores que tempranamente se dieron cuenta que lidiaban con un hijo más inteligente que ellos, los profesores no sabían qué hacer con este niño que abiertamente los desafiaba. Todo mal, hasta que una profesora de matemáticas entendió como movilizar a este pequeño rebelde:
<<Un día después de clase, me entregó un cuaderno con problemas de matemáticas y me dijo que quería que me lo llevara a la casa y los resolviera. Yo pensé: “¿Estás loca?”, y entonces ella sacó una de esas piruletas gigantescas que parecían ocupar un planeta entero. Me dijo que cuando lo hubiera acabado, si tenía bien casi todas las respuestas, me daría aquella piruleta y cinco dólares. Y yo le devolví el cuaderno a los dos días>>. Tras unos meses, ya no necesitaba los sobornos. <<Solo quería aprender y agradarle>>.
Claramente esta profesora vio que detrás de esa pantalla de enfant terrible había un niño que, al recibir los estímulos adecuados, tenía hambre de aprendizaje. Y Steve reconoce que de no haber sido por ella habría acabado en prisión. Así, gracias a la profesora, se hizo evidente que cuando habían dólares de por medio, la perseverancia del pequeño Steve llegaba a insólitos y temibles niveles.
Sí, temibles, pues ya al adolescente Steve Jobs, cuando se le cruzaba algo por la mente, no había quien lo convenciera de lo contrario y más de una vez tuvo que pasar un día en el calabozo por perseverar en sus objetivos. Y es que el joven Jobs navegaba -como tantos adolescentes- en aguas turbulentas. Tenía días en que no dudaba que iba a revolucionar el mundo y otros donde sus fantasmas lo atormentaban y se llenaba de reproches.
Pero ya superada la crisis, no hay marcha atrás y es aquí donde muestra otra de sus facetas más famosas y temidas: su imperiosa necesidad de controlar la realidad. Nolan Bushnell, Fundador de Atari, emprendedor y primer modelo empresarial de Steve Jobs, lo resume así:
“Hay algo indefinible en todo emprendedor, y yo vi ese algo en Steve –apuntó-. No solo le interesaba la ingeniería, sino también los aspectos comerciales. Le enseñé que si actuaba como si algo fuera posible, acabaría siéndolo. Le dije que, si fingía tener el control absoluto de una situación, la gente creería que lo tenía”.
Elon Musk, Jeff Bezos, Richard Branson y deportistas de la elite mundial, como el golfista Tiger Woods, comparten lo que Matthew Syed, ex número uno del table tennis inglés, considera un optimismo irracional. Sí, los deportistas de alto rendimiento, a diferencia de los científicos, no dudan. Tienen que ganar. Y es que para un atleta el escepticismo es veneno de cara a una competencia y la única forma de progresar contra un contrincante que a todas luces te supera… es negar la evidencia.
Por esta razón Syed señala, en su libro Bounce, que “la gran ironía de la psicología de alto desempeño es que les enseña a los deportistas a creer, tanto como sea posible, que van a ganar. Sin dudas. No se permite escepticismo. Esa es la lógica de la psicología deportiva”.
En síntesis, la clave del éxito de un deportista -y de empresarios como Jobs, Branson, Bezos y Musk- es crear, desarrollar y sostener -pese a los resultados- un mindset que los haga inmunes a la incertidumbre y las derrotas. De hecho, esta fortaleza mental muchas veces convence a sus oponentes, adversarios o detractores de que frente a ellos, no tienen ninguna opción de ganar.
The tiger look
Esta autoconfianza les permite solo enfocarse en el éxito. Y si quieres que gane tu locura, tendrás que trabajar o entrenar muy duro para que los resultados te acompañen. Y si pierdes, te levantas, pues este mindset de superhéroe no solo desafía la evidencia, sino que te permite confiar en que tarde o temprano, no importa cuando, vas a triunfar. En lenguaje tenístico, no importa que hayas perdido los dieciséis partidos que has jugado contra Djokovic. Dan lo mismo las estadísticas. Este partido número diecisiete puede cambiarlo todo. Es tu oportunidad de triunfar.
Y entrenas duro y te enfocas en ganar, sosteniendo, la creencia irracional, de que ahora sí que sí, las cosas se van a dar como tu esperabas. Y Steve Jobs era famoso entre sus más cercanos por distorsionar la realidad -a niveles absurdos- cuando necesitaba alcanzar sus objetivos, particularidad que Elon Musk y Richard Branson comparten plenamente.
Escuchemos a Walter Isaacson:
La gente también tenía que soportar las afirmaciones ocasionalmente irracionales o incorrectas de Jobs. Tanto con la familia como con sus compañeros de trabajo, tendía a presentar con gran convicción algún hecho científico o histórico de escasa relación con la realidad. <<Puede no saber absolutamente nada de un tema, pero gracias a su estilo demente y a su absoluta seguridad, es capaz de convencer a los demás de que sabe de qué esta hablando>>.
Así, el optimismo irracional de Steve Jobs y de tantos empresarios y deportistas, es clave para avanzar. En nuestros días, Elon Musk se esfuerza por emular y superar a Henry Ford con los autos eléctricos, Jeff Bezos quiere cumplir su sueño infantil de ser astronauta y Richard Branson no solo quiere alcanzar las estrellas, sino hacer una fiesta en el camino y ganar mucho dinero con ella.
Al igual que Steve Jobs, estos líderes -algunos más dramáticos y otros más narcisos- son personajes altamente complejos y es por eso que sus entornos más cercanos, tanto a nivel laboral como familiar, sufren. Estos sujetos son impredecibles, son impetuosos y muchas veces no siguen ni respetan las reglas de los demás mortales. Por eso el coach y analista Manfred Kets de Vries sostenía que el comportamiento irracional en el mundo ejecutivo es más común de lo que a sus líderes les gusta reconocer.
Así, ya llegando al final de esta columna, es importante empatizar con las personas que, literalmente, sufren estos estilos de liderazgo, pues según el mismo de Vries, estos sujetos no solo son más complejos que los pacientes que suelen atender psicólogos y psiquiatras, sino que suelen nunca coachearse ni ir a terapia. Y esto claramente tiene efectos adversos y tensionantes en las organizaciones que dirigen y en las familias de las que son parte, pues es tan intensa su orientación a los objetivos y tan férreo su control de la realidad, que las relaciones humanas terminan, en muchos casos, seriamente dañadas.
Continuará…